Por algún lugar y de alguna forma
Dicen por ahí que no se puede
cambiar el mundo sin empezar a cambiarlo. Aquí dos casos que dan cuenta de
ello, ambos insertos en el sureste mexicano y vasos comunicantes de una
realidad, la de México.
Tenosique, Municipio de Tabasco
que hace frontera con Guatemala y donde cada año son interceptados 10 mil migrantes, es un lugar en el cual el riesgo
de perder la vida es asunto cotidiano. Ahí se encuentra actualmente el hogar y
refugio que a partir de la tragedia, el asesinato de 72 centro y sudamericanos ocurrido
en 2010 en San Fernando, Tamaulipas, decidió pasar de la indignación a la
acción y abrir sus puertas para “no sólo
brindar ayuda humanitaria a las y los hermanos migrantes, sino asumir la
defensa y promoción de su vida, su dignidad y sus derechos humanos”. Fue
así que el 25 de abril de 2011 surge La72,
justo para defender la esperanza, esa a la que Cortázar se refirió como “la
vida misma defendiéndose” y que las más de las veces parece desvanecer ante la pesadumbre de un sol infernal, pero
sobre todo, ante el infierno que significa para un indocumentado cruzar por
territorio mexicano. Secuestros, asaltos, violaciones, muerte y también una
dignidad imperturbable capaz de enfrentar las trampas de la vida, es el entorno
en el que La72 realiza diariamente su trabajo con miras a cambiar las historias de dolor que gran parte de nuestra
sociedad y las autoridades, han preferido anular a base de construir una cuarta
pared imaginaria que desaparezca a sus protagonistas.
Sin embargo no todo es desolación,
en la multiplicidad de ecos mediáticos también encontramos el trabajo de
quienes han hecho de la periferia el centro y están decididos a dar la batalla
contra el silencio, a dar voz a quienes no la tienen y memoria a aquellos que
ni siquiera tuvieron sepultura. Ahí están las imágenes capturadas por el
fotógrafo independiente Nicola “Ókin”
Frioli para mostrar la otra cara del sueño americano y aquellas otras de Iván Castaneira Jaramillo que lo hicieron ganador del primer lugar en fotografía del premio "Rostros de la Discriminación" que organiza el CONAPRED; ahí están las
crónicas periodísticas de Alfredo Corchado, Marcela Turati o Diego Enrique Osorno, que además constituyen
todo un inventario profundamente humano del paso de los migrantes por nuestro
país; y ahí están películas como “La vida
precoz y breve de Sabina Rivas” (de Luis Mandoki), Heli,
(de Amat Escalante), La Jaula de Oro
(de Diego Quemada-Diez) y más reciente, el documental “Purgatorio, viaje al corazón de la frontera” (de Rodrigo Reyes),
que a partir del 15 agosto se presentará en 150 salas del país. Sólo por citar
algunos ejemplos.
Y en Mérida, la de Yucatán, está La68 Casa de Cultura Elena Poniatowska, un espacio en el que la cultura
sucede de forma natural y donde se construyen experiencias de comunidad a partir
de diversas actividades, entre las que hoy destaco la exhibición de películas y
documentales en una espléndida sala de cine al aire libre en la que precisamente tuve la oportunidad de
ver la cinta “La Jaula de Oro”. Sí, la apuesta de La68 ha sido por la cultura como forma de generar conciencia y
reflexión, dos elementos claves para comprender la gravedad de la crisis
humanitaria por la que atraviesan quienes deciden marcharse en busca de la
mínima oportunidad para hacerse la vida, como es el caso de los migrantes, los
nuestros y los de países que con frecuencia llamamos “hermanos”.
En distintas ocasiones he escuchado a
gente afirmar que nada se puede hacer para detener tanta inhumanidad de la que
hemos sido testigos. Que son muchos, crónicos y sistémicos los obstáculos a
sortear para que México no sea más un lugar de exclusión sino de encuentro,
donde comiencen a escribirse historias diferentes. No tengo una respuesta
infalible, pero estoy convencida de que por algún lugar y de alguna forma
habremos de continuar, porque La72 y La68 ya comenzaron.
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