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Mostrando entradas de enero, 2015

Los silencios que rompe la música (segunda parte)

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  © G. Serrano. “La caricia y la metralla, y esta herida que nos lastima, los palacios de otras épocas, de ayer y mañana, el viento los llevará… Todo desaparecerá, pero el viento nos llevará...” Noir Desir, Le vent nous portera Es sábado. Con todo su esplendor el día comienza temprano, al igual que Andrés Chicob y Gabriel Puc, los jóvenes músicos que, mochila al hombro, se encuentran en la inquieta Plaza Grande de la capital yucateca para, de ahí, reunirse con el resto del grupo que los espera a un costado del atrio de la iglesia en el Barrio de San Juan. Su mirada tranquila, sonrisa disimulada y apariencia discreta, develan solo una fracción de la belleza de la forma y la profundidad del fondo de un pueblo milenario, el maya. Minutos después de su llegada a San Juan, aparecen también la Dra. Alejandra y la Mtra. Lulú acompañadas por otros chicos y chicas, quienes terminan por conformar esta pequeña colectividad que a bordo de dos vehículos comienza el

Los silencios que rompe la música (primera parte)

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© G. Serrano. Y es que así es la península de Yucatán: como una ínsula en la que se han mezclado dos o más razas, que ha tenido sus años de gloria y apogeo así como guerras y hambrunas, que ha sido rebelde e independiente lo mismo que abandonada y sometida. Es, sin duda, como afirmaba José Carrillo Torre, “El país que no se parece a otro”. Y Mérida, nuestra ciudad, la de mis padres, la de Rafael Ramírez Heredia y la mía por elección propia, por adopción, es blanca, bella, noble y leal. En ella podemos encontrar desde lo más sublime hasta lo más grotesco; resulta sin duda, una ciudad inagotable. Hernán Lara Zavala Viernes 16 de enero de 2015. Hace unos cuantos días dos universos se encontraron. Sharon y Gabriel, dos bellas identidades tan acentuadamente disímiles, que nadie hubiera apostado ni un mísero cacahuate por esta inesperada aproximación; dos contextos por completo distintos, cautivadores por genuinos ambos y, en apariencia, tan lejanos como se perc

Carlos y Diego

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Alguien me habló todos los días de mi vida al oído,  despacio, lentamente. Me dijo: ¡vive, vive, vive! Era la muerte...  Sabines Lleva toda la mañana aguardando este momento, que no por repetirse día tras día, deja de ser crucial para ambos. A todos nos ha ocurrido, en ocasiones unos cuantos minutos haciendo fila en el banco o esperando aquél preciso mensaje de whatsapp, pueden parecer interminables. También esta sensación la tiene él, pero quizás con mayor frecuencia. Las horas transcurren lento para un hombre al que ochenta años acompañan su cuerpo y pueblan su rostro de bellos surcos que acentúan cada una de sus expresiones, por mínimas que sean. Aunque su carácter es tímido y reservado, su universo interior es rico y generoso. Por eso la gente lo aprecia y sus vecinos lo saludan; más que por costumbre, por afecto del bueno, de ese que requiere tiempo para fraguar y tornarse consistente. Así es Don Carlos y su digna humanidad, otoñal y parsimoniosa, no obstante los ínfi