Ella, ellos: reflexiones sobre Ayotzinapa
Protesta por la violencia en México. Barrio de Santiago en Mérida, Yucatán, 2014 © G. Serrano. |
Texto publicado en diciembre de 2014 en el sitio de Homozapping (México).
El 11 de agosto de 1986 tomé conciencia de que las personas "desaparecen" y no las vemos más. Ese fue el día en que murió mi abuela materna, la que vio pasar mi infancia por sus ojos. Y también fue el día en que dejé de ser una niña de nueve años. Lo sé, porque a partir de entonces no pude pensar solo en el presente, como los demás niños. Crecí cuando descubrí que las personas mueren, desaparecen y uno se queda con sus cosas, con sus olores y con sus recuerdos.
El 11 de agosto de 1986 tomé conciencia de que las personas "desaparecen" y no las vemos más. Ese fue el día en que murió mi abuela materna, la que vio pasar mi infancia por sus ojos. Y también fue el día en que dejé de ser una niña de nueve años. Lo sé, porque a partir de entonces no pude pensar solo en el presente, como los demás niños. Crecí cuando descubrí que las personas mueren, desaparecen y uno se queda con sus cosas, con sus olores y con sus recuerdos.
Han transcurrido veintiocho años desde aquél día. Hace unas semanas recibí una de esas llamadas que tarde o temprano llegan, pero que no quisiéramos responder
porque las pérdidas duelen y yo perdí dos afectos entrañables. De nuevo el recordatorio:
las personas mueren, desaparecen y uno se queda con sus cosas, con sus olores y
con sus recuerdos.
A ella, a mi abuela que hizo de su nieta, de mí, un personaje importante de la
vida, ¿me gustarían que la nombraran “la desaparecida”?, ¿me agradaría
saber que todo su etos se redujo a un
número, a un renglón en la lista que contabiliza los fallecimientos de las abuelas?
Por supuesto que no. Los números son datos duros que, sin traducción, lo único que
hacen es endurecernos aún más la coraza con la que intentamos evadir los
dolores colectivos. Cuando leemos, según cifras del INEGI, que la economía
informal generó el año pasado un 24.8 por ciento del producto interno bruto (PIB)
en México, o cuando Reporteros sin Fronteras (RSF) nos informa que 66 periodistas
fueron asesinados en el mundo en 2014 o cuando la Procuraduría General de la República
(PGR) indica que suman 56 los cuerpos exhumados de fosas en Iguala desde el 4
de octubre, a menudo olvidamos que bajo la numeralia subyacen personas, existencias. Son el señor que vende jugos en la esquina y el periodista veracruzano Gregorio Jiménez de la Cruz, asesinado; es ella, mi abuela extraordinaria; son ellos, estudiantes de la Escuela Normal Rural Isidro Burgos de Ayotzinapa.
Decimos los 43, los quemados, los encajuelados, los levantados, los ejecutados…
Hemos aprendido a hacer de los adjetivos —de las etiquetas— el sustantivo más cruel y lacerante. Pero no siempre fue así, noten la belleza que reside en las
palabras cuando en verdad las usamos para designar, para hablar de un ser humano y no de un hecho o de una circunstancia:
“Mi
madre, niña de mil años, madre del mundo, huérfana de mí, abnegada, feroz,
obtusa, providente, jilguera, perra, hormiga, jabalina, carta de amor con
faltas de lenguaje, mi madre: pan que yo cortaba con su propio cuchillo cada
día”. Son los afectos de Octavio Paz en su poema Pasado en claro. Y estos, en Intermitencias del Oeste (2): “Mi abuelo, al tomar el café, me habla de
Juárez y de Porfirio, los zuavos y los plateados. Y el mantel olía a pólvora.
Mi padre, al tomar la copa, me habla de Zapata y de Villa, Soto y Gama y los
Flores Magón. Y el mantel olía a pólvora”.
Mi abuela, la madre o el abuelo de Paz; las personas mueren, desaparecen
y uno se queda con sus cosas, con sus olores y con sus recuerdos. La
muerte es rotunda, pero adquiere una connotación diferente cuando la causa no
es la vejez, alguna enfermedad o un accidente, sino la consecuencia directa de un
acto violento y premeditado. Aunque a veces lo parezca, en México la muerte no
es cosa natural, como tampoco acostumbrarnos a que ocupe un espacio
permanente en este “país
de oro y limosna, país y paraíso, país-infierno, país de policías. (…) País
mío, nuestro, de todos y de nadie”,
como lo llamó Efraín Huerta.
“Todo el país amortajado,
todo, todo el país envilecido”. Es como vio a México el poeta de Silao, el de Los hombres del alba; el mismo país que en los primeros 23
meses de gobierno de Enrique Peña Nieto —de acuerdo con el Semanario Zeta— suma ya 41,015 historias inconclusas, 41,015 vidas perdidas lastimosamente que algunos periodistas intentan sacar de los cientos
de fosas que nos rodean con esa pala que cava profundo, la crónica. Ese
relato largo, cuidado, informado y minucioso que, por ejemplo, reconstruyó el rostro desollado
de Julio César Mondragón Fontes.
Después del 26 de septiembre, fecha en que ocurrió el ataque ydesaparición forzada de 43 estudiantes en el estado de Guerrero, miles de mexicanos han
salido a las calles —junto a otras y otros— para gritar juntos verdades
como “Ya me cansé”, para enunciar a los muertos y desaparecidos de Acteal, Aguas Blancas, Juárez, Hermosillo, San
Fernando y, obviamente, de Ayotzinapa. Porque sí. A ella, mi abuela, a ellos, los normalistas, y a todos los que han muerto hay que nombrarlos como una forma de persistir o, si prefieren, de renacer. Por la misma razón es que el pintor Francisco Toledo construye papalotes y nos invita a volarlos.
El año enfila sus últimos días y pronto nos sumergiremos en la dinámica
de las fiestas navideñas; sin embargo, si permanecemos atentos,
veremos que algo más está pasando en este país. La presencia de tanta gente en
las plazas públicas trastoca el espíritu, nos alerta del momento actual
y poco a poco se convierte en posibilidad de futuro, tal vez todavía uno muy embrionario, pero no imposible.
Es un hecho: las personas mueren, desaparecen. Pero, por lo que hemos
visto y escuchado, hay quienes no están dispuestos a quedarse solo con sus
cosas, con sus olores y con sus recuerdos.
Uno de los encuentros de la Caravana Migrante 2016 en su recorrido por Europa. Fotografía proporcionada por Omar García, estudiante de Ayotzinapa y activista. |
Otras lecturas sugeridas:
Ayotzinapa: la metamorfosis del dolor (crónica, Yucatán 2015).
El testimonio de Omar García, estudiante de Ayotzinapa (entrevista, España 2016).
Cobertura en España de la violencia en México 1 - Derechos humanos (resumen 2017)
Cobertura en España de la violencia en México 2 - Feminicidios, violencia de género
Cobertura en España de la violencia en México 3 - Periodismo (resumen 2017)
Cobertura en España de la violencia en México 4 - Javier Valdez, periodista
Cobertura en España de la violencia en México 5 - Javier Valdez, periodista
Cobertura en España de la violencia en México 6 - Desapariciones forzadas en Veracruz
Cobertura en España de la violencia en México 7 - Violencia de género, derechos humanos
Cobertura en España de la violencia en México 8 - Migración, derechos humanos
Cobertura en España de la violencia en México 9 - Desapariciones forzadas en Sinaloa
Cobertura en España de la violencia en México 10 - Periodismo, libertad de expresión
es verdad, gracias por expresarlo
ResponderEliminarY gracias por leerlo y compartirlo, saludos.
EliminarEn un Mexico donde la indiferencia estaba gobernando nuestra atención y comportamiento, escritos como estos ayudan a recordar que no podemos "deshumanizarnos" y luego, que tampoco podemos eludir nuestros derechos ni obligaciones porque somos ciudadanos de una República de-mo-cra-ti-ca.
ResponderEliminarDice Alberto Salcedo Ramos que "En Colombia, una víctima solo es noticia hasta que aparece una nueva víctima. Parte de lo que hacemos al contar historias es evitar que se nos olvide cierta parte de lo que somos". Gracias por hacer memoria juntos, saludos.
EliminarGracias por compartir tu texto Gloria, palabras ciertas, dolorosas y reflexivas. Recibe un saludo y lo mejor para este impredecible año de despertares.
ResponderEliminarGracias a ti por la lectura y compartir. Mis mejores deseos también para ti, un abrazo.
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