Los silencios que rompe la música (segunda parte)



 © G. Serrano.

“La caricia y la metralla,
y esta herida que nos lastima,
los palacios de otras épocas,
de ayer y mañana,
el viento los llevará…

Todo desaparecerá,
pero el viento nos llevará...”

Es sábado. Con todo su esplendor el día comienza temprano, al igual que Andrés Chicob y Gabriel Puc, los jóvenes músicos que, mochila al hombro, se encuentran en la inquieta Plaza Grande de la capital yucateca para, de ahí, reunirse con el resto del grupo que los espera a un costado del atrio de la iglesia en el Barrio de San Juan. Su mirada tranquila, sonrisa disimulada y apariencia discreta, develan solo una fracción de la belleza de la forma y la profundidad del fondo de un pueblo milenario, el maya. Minutos después de su llegada a San Juan, aparecen también la Dra. Alejandra y la Mtra. Lulú acompañadas por otros chicos y chicas, quienes terminan por conformar esta pequeña colectividad que a bordo de dos vehículos comienza el trayecto rumbo a Peto, pequeño poblado que se ubica al sur del estado, a escasas dos horas de Mérida. Todos se saludan, hay disposición y buen ánimo. Andrés tiene la timidez de la música que demora en escapar del alma; mientras que Gabriel, la emoción de aquella que viene del corazón y si no sale, lo revienta. Conforme se alejan de la ciudad, va quedando atrás la suntuosidad de la agotada época henequenera que aún conservan construcciones como la Hacienda Teya; es entonces cuando comienza a verse realmente la exuberancia de una tierra en la que todos los frutos son posibles. El camino es una larga línea recta rodeada de vegetación que, de tanto en tanto, deja asomar cierto conjunto de casitas mayas, improvisadas veredas o los restos ruinosos pero coquetos de una que otra hacienda en abandono y a total merced de la maleza. El tiempo pasa rápido gracias a Gabriel, quien con soltura y espontaneidad no pierde oportunidad para expresar sus ideas. Así, cuenta de su memorable visita a Tihosuco, comunidad del vecino estado de Quintana Roo y punto neurálgico de la Guerra de Castas; de la película Baktun, la primera hablada en lengua maya y actuada por indígenas de la península; de Patboy, al que un diario local describe como el máximo exponente del rap en la región. También comenta sobre Avatar, una de sus cintas favoritas. El viaje es corto para todo lo que tiene por decir, pero aún quedan suficientes minutos para que interprete una canción de su autoría, lo que en seguida hace con sentimiento tal, que sencillamente conmueve.

 © G. Serrano.

Es sábado. Con toda su simplicidad aparece Peto y unos cuantos metros delante, la radiodifusora XEPET U Chíikul U T’aan Maya’ob, “la voz de los mayas”. A la entrada, la joven Yazmín Novelo recibe a los recién llegados con un gesto alegre y los invita a pasar para no retrasar más el inicio del Taller de Música. May, Tucuch, Puc o Pot, son algunos de los apellidos de los asistentes que ahora escuchan, atentos y expectantes, la presentación que Yazmín hace de la Dra. Alejandra García Quintanilla, profesora e investigadora del Centro de Investigaciones Regionales Hideyo Noguchi, especialista en identidad y cultura maya en Yucatán que está aquí para hablar del pensamiento plasmado en el Popol Wuj, el “libro de consejos de la comunidad” en maya K’iche’, una conjunción de religión, mitología, costumbres y leyendas; los saberes de un pueblo y el asombroso relato del comienzo de todo. Pero hay más que eso. Devolver a las cosas su justo valor, es lo que en realidad trajo a esta mujer hasta Peto, así que en ello pone todo su empeño. Las palabras de la Dra. Alejandra reflejan la profunda vinculación que tiene con esta cultura, lo que le permite hablar con sensibilidad y entendimiento, articulando de manera sencilla cada frase en un intento por recuperar el recuerdo de lo que son y están dejando de ser estos jóvenes, a quienes se dirige con la misma ternura de una madre a su hijo. Sin embargo, eso no es suficiente para romper el tremendo silencio compartido, tras el que se pierde toda la expresividad de estos chicos. Solo el movimiento continuo de sus piernas deja ver la impaciencia y los considerables esfuerzos que hacen para mantenerse concentrados. La cascada de información que reciben ha terminado por agotarlos y una pausa para beber un poco de K’eyem, pozole yucateco, se hace indispensable.

 © G. Serrano.

Todos se relajan, se escuchan risas, comparten sus impresiones y beben K’eyem. Afuera del salón de usos múltiples ya se encuentra David Escalante, miembro del Colectivo Santiaguero Barrio de Soñadores e incansable promotor en Mérida de Sur del Sur, Música Libre, proyecto bilingüe basado en composiciones musicales colaborativas y comunitarias, con temáticas que afirman la cultura en sus diversas manifestaciones tal como se viven en el presente. La sesión comienza de nuevo con el visible entusiasmo de todos los presentes, que como esponjas absorben nuevos aprendizajes relacionados con la generación de redes de colaboración y el uso de la música como factor de cohesión social. La presencia de David es como pirotecnia en una fiesta popular, cada uno de sus argumentos no hace sino iluminar el rostro de quienes lo escuchan, asombrados de la manera en que programas como la grabación multipista hacen posible adaptar, transformar e improvisar sonidos y, con ello, “mezclar” distintas iniciativas sociales con fines de investigación, re-educativas y no comerciales. Para no dejar duda entre el qué y el cómo, David lleva el equipo básico para que sean ellos mismos quienes hagan uso de las herramientas tecnológicas y descubran una alternativa más para compartir contenido crítico y conocimientos. Toda una reinterpretación del goce y un empoderamiento lingüístico que se suma a proyectos internacionales como Global Voices, gracias a los cuales diversas comunidades marginadas tienen ahora la oportunidad de transmitir y preservar sus rasgos identitarios.

 © G. Serrano.

 © G. Serrano.

Puedo hacer una canción sobre el Popol Wuj / siento que estoy soñando… / así podemos difundir la lengua maya / nos hace falta el hábito de la lectura – son algunos de los atropellados comentarios que se escuchan al interior de este espacio que poco a poco comienza a llenarse de futuro y donde una narración viva se está escribiendo. Finalmente, la música rompió el silencio.

Es sábado. Con ese sutil encanto que enamora, a la entrada de la radiodifusora pueden verse, yendo y viniendo constantemente, los bicitaxis que transportan a la gente de Peto, los petuleños, para quienes hoy es un día habitual en la península, un perfecto día de verde y azul intensos. Mientras la vida transcurre, en el Taller de Música todos tienen hambre y esperan con ansias la llegada de la comida, una olla repleta de exquisito frijol con puerco que la hermana de Yazmín ha preparado generosamente para esta ocasión y a la que acompañan tortillas, cebolla morada, chile habanero, limones y refrescos. El cierre de las actividades promete ser redondo, los ánimos se han elevado hasta la punta del árbol más alto y frondoso de cuantos rodean a la XEPET, haciendo que en el ambiente se respire un aire de libertad y compañerismo. Congregados en torno a la mesa, los camaradas conversan sobre una y mil cosas: sus proyectos personales, la reivindicación del maya como lengua, los vacíos en el modelo educativo nacional y la vitalidad de un pueblo que, no por ser apenas perceptible para el resto de la sociedad, deja de existir y mantenerse en pie de lucha. 

 © G. Serrano.

Los aquí reunidos ahora comprenden que la vida no tiene un sentido fijo, que sí es posible compartir algo más que silencio y que al crear en comunidad, lo que en realidad están haciendo es legitimarse unos a otros reconociendo la obra de todos. Hoy, las nuevas generaciones de indígenas mayas viven un permanente redescubrimiento de sus raíces, el cual forma parte del largo y necesario proceso de descolonización-aceptación por el que atraviesan los pueblos originarios en los márgenes de un mundo complejo, digitalizado y multicultural. Es este, un vendaval de sentimientos, dudas y afirmaciones que la música les ha permitido sortear sin perder su humanidad. Son pequeños actos de valentía cotidianos, vivencias personales, micromundos que se entrelazan con una historia aún mayor, un universo inabarcable.

Convertir lo distante en cercano, nombrar a otros sin reducirlos, hacer de las palabras el acompañante ideal para conocer el trasfondo de los silencios que rompe la música. Ese es el prontuario de esta experiencia y lo esencial de este texto que escribo con inmensa gratitud hacia quienes lo hicieron posible. Pero de modo alguno se trata de una conclusión; si acaso, el prefacio de una aventura de la que aún queda mucho por saber y que seguramente dejará mudos a algunos antes que alcance su culmen, lo que me lleva inevitablemente a recordar las palabras del periodista Javier Dario Restrepo: noticia no es lo que sucedió, sino lo que va a suceder

 © G. Serrano.

 © G. Serrano.


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