Carlos y Diego
Alguien me habló todos los días de mi vida al oído,
despacio, lentamente. Me dijo: ¡vive, vive, vive! Era la muerte...
Sabines
Lleva toda la mañana aguardando este momento, que no por repetirse día tras día, deja de ser crucial para ambos. A todos nos ha ocurrido, en ocasiones unos cuantos minutos haciendo fila en el banco o esperando aquél preciso mensaje de whatsapp, pueden parecer interminables. También esta sensación la tiene él, pero quizás con mayor frecuencia. Las horas transcurren lento para un hombre al que ochenta años acompañan su cuerpo y pueblan su rostro de bellos surcos que acentúan cada una de sus expresiones, por mínimas que sean. Aunque su carácter es tímido y reservado, su universo interior es rico y generoso. Por eso la gente lo aprecia y sus vecinos lo saludan; más que por costumbre, por afecto del bueno, de ese que requiere tiempo para fraguar y tornarse consistente. Así es Don Carlos y su digna humanidad, otoñal y parsimoniosa, no obstante los ínfimos recursos económicos con los que subsiste. Diego, en cambio, tiene en su andar el vigor y en la mirada la chispa que da la juventud. Bullicioso e imprudente, en los días de intenso calor se impacienta y se pone a dar vueltas como un disco de vinilo al que le han adelantado las revoluciones, hasta que logra captar la atención de su amigo que con voz serena le habla y logra calmar sus ánimos: Diego, Diego, ¿Qué te pasa, Diego?
Pero
hoy es un día fresco y nada de eso ocurre. Si los dos respiran agitados, es
porque a lo lejos ya se escucha el agudo tintineo de la campanita que da
sentido a sus vidas y que anuncia la llegada de otro camarada, el señor que
vende helados, quien inevitablemente hará una parada justo en la vieja puerta
de su casa. Lo esperan con la misma inquietud de un niño que se va a la cama
deseando que amanezca más temprano de lo habitual, para levantarse y ver los
juguetes que le han dejado los Reyes Magos junto a su zapato. Sin embargo, el
genuino entusiasmo de todos sus días no hace que ni Don Carlos ni Diego olviden
los buenos modales, así que lo primero que hacen al asomar su existencia a la
calle es saludar al bien venido, ofreciéndole
una gran sonrisa que engrandece el encuentro. Y aunque siempre le compra uno de
coco, Don Carlos no omite el ritual de preguntar a Diego de qué sabor quiere su
helado.
Verlos
juntos es como observar que, de pronto, la sabiduría se convierte en algo asible.
Uno le ofrece la seguridad de un modesto hogar al otro y éste, se la retorna
transformada en contagiosa energía, en un acompañamiento que alivia la dolorosa
presión que a veces causan la vejez, la pobreza o el abandono. Lo que a estos
dos seres les sucede, es lo mismo que nos pasa a todos, la vida. Pero la de
ellos está asentada en el presente y no es de modo alguno digital, sólo es
vida, así, llana, y está compuesta de placeres tan ordinarios como el que ahora
saborean y disfrutan. Ninguno sabe de redes sociales o de cómo subir un video a
YouTube. Sus conocimientos los extraen de lo cotidiano, de las despreocupadas reuniones
de la tarde con los que viven cerca, de las breves y calladas pero siempre saludables
caminatas por el barrio. Lo suyo, lo realmente suyo, es ver, escuchar, oler,
probar y sentir. Los dos, Don Carlos
y Diego, responden a los constantes estímulos del entorno, a lo asombroso e
impredecible que pueda traer consigo cada amanecer y a lo mismo que apela el
cineasta iraní Abbas Kiarostami en el film El
sabor de las cerezas (1997). La gran diferencia con la película es que,
gracias a Diego, Don Carlos nunca ha sentido la necesidad de salir a buscar a
alguien que se comprometa a enterrarlo.
Ahora,
cuando el irreverente y descarado Žižek señala que “vivimos
un solipsismo colectivo: todos conectados pero todos aislados”, es bueno
saber que muy probablemente, en algún lugar del globo terráqueo viven otros invaluables
personajes como Don Carlos y su noble perro, Diego, que encuentran en las cosas simples el mejor satori y que en
lo marginal de una sociedad egocéntrica y capitalista, se las han ingeniado
para mantener imperturbable su pequeño paraíso de techos oxidados. Sus vidas
son citables porque nos remiten a lo más esencial, aquello que es
imprescindible conservar en lo más íntimo del ser para enfrentar las trampas de un
mundo que recibirá el 2015 con más líneas de telefonía móvil que habitantes, pero
en el que, por paradójico que resulte, cada persona desea ocupar tanto espacio,
que no deja un hueco libre para que entre alguien más y lo acompañe, se
acompañen.
Hay ciertas ocasiones, hoy es una de ellas, que se debe escribir y hablar como canta Rubén Blades, con
la emoción apretando por dentro, para purgarnos un poco de esa frialdad y
soberbia que obnubilan el espíritu, que hacen perdernos unos a otros y que han
convertido a México, esta superficie de maíz, de policromías y mirada mestiza, la patria impecable
y diamantina de López Velarde, en una suerte de báratro del que no logramos
escapar, porque tampoco alcanzamos a ver que atrás y delante nuestro hay otros iguales
a nosotros que pueden ser el puntal necesario para alzar el vuelo rumbo a
nuevos horizontes.
Es
primero de enero, desafiemos a Sabina permitiéndonos que no sea tan gris como
un jueves cualquiera.
Carlos y Diego. Mérida, Yucatán © G. Serrano. |
Me encantó,,,gracias amiga , un abrazo
ResponderEliminarGracias a ti por la lectura, saludos.
EliminarNo recuerdo cómo me topé con tu relato, pero me trajo a la memoria gente que he conocido, gente "del cerro" como ell@s se nombran, con su lenguaje tapizado con español antiguo, con vidas muy sencillas, pero llenas de astucia y sabiduría que les permiten subsistir en sus ranchos, a varias horas en mula del pueblo (pueden ser hasta 24 o más). Son las gentes más generosas que como Agrónomo he tenido la fortuna de conocer, que siempre te reciben con una franca y enorme sonrisa, un plato de frijoles, un molcajete con salsa picante, un vaso de agua del manantial más cercano, tortillas de mano en el comal y en ocasiones, con carne de venado o queso ranchero hecho en casa. Te felicito por tu blog, sigue escribiendo, sigue poblando este mundo neoliberal y globalizado con historias hermosas, de gente sabia, sencilla, ajena al ajetreo y las complicaciones del "progreso" y la vida "postmoderna".
ResponderEliminarGracias Ingeniero, en verdad aprecio el tiempo que tomó para compartirnos su experiencia y enriquecer este espacio que es suyo, que es nuestro. Un abrazo sincero.
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