Los silencios que rompe la música (primera parte)
© G. Serrano.
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Y es que así
es la península de Yucatán: como una ínsula en la que se han mezclado dos o más
razas, que ha tenido sus años de gloria y apogeo así como guerras y hambrunas,
que ha sido rebelde e independiente lo mismo que abandonada y sometida. Es, sin
duda, como afirmaba José Carrillo Torre, “El país que no se parece a otro”. Y
Mérida, nuestra ciudad, la de mis padres, la de Rafael Ramírez Heredia y la mía
por elección propia, por adopción, es blanca, bella, noble y leal. En ella
podemos encontrar desde lo más sublime hasta lo más grotesco; resulta sin duda,
una ciudad inagotable. Hernán Lara Zavala
Viernes 16 de enero de
2015.
Hace unos cuantos días dos universos se encontraron.
Sharon y Gabriel, dos bellas identidades tan acentuadamente disímiles, que
nadie hubiera apostado ni un mísero cacahuate por esta inesperada aproximación;
dos contextos por completo distintos, cautivadores por genuinos ambos y, en
apariencia, tan lejanos como se percibe el sol cuando uno estira el brazo y
extiende la mano pretendiendo alcanzarlo, pero al mismo tiempo tan atrayentes como
la fuerza fundamental de la gravedad. Dos universos que en el tropezar se
reconocieron y con los cuales tuve oportunidad de tener un diálogo sincero y abierto:
“No te preocupes por no entender, nosotros tampoco lo hacemos. Yo tampoco he podido entender nuestra identidad, así como la conocemos hoy”, le dice Sharon a Gabriel mientras platican en uno de esos lugares que por fortuna, todavía son de todos y de nadie, el sobrio y de belleza austera parque de Santa Ana, en Mérida la capital yucateca. Pero esta mujercita de semblante sonriente se equivoca, porque en realidad comprende mucho más de lo que se imagina; por su cabeza revolotean como mariposas juguetonas profundos pensamientos que ahora comparte con su interlocutor, al que le habla del doble proceso migratorio que viven los habitantes de Peto*, el transnacional que culmina en California y el nacional que llega hasta las que son, para algunos, sencillamente las paradisiacas playas de Cancún en el estado vecino de Quintana Roo. “No hay una familia en Peto que, al menos, no tenga un familiar directo viviendo en California. Hay una comunidad enorme de petuleños viviendo allá”, explica Sharon con la contundencia que le da el ser originaria del pueblo que en 1922 dejó de ser Villa y que ahora es uno de los 106 municipios de Yucatán y uno de los muchos lugares a los que llega de vuelta el dinero que ganan los migrantes al otro lado, el que sirve para cambiar los techos de lámina, palma o guano, por otros que se vuelven símbolo de “haber salido de pobres”.
“No te preocupes por no entender, nosotros tampoco lo hacemos. Yo tampoco he podido entender nuestra identidad, así como la conocemos hoy”, le dice Sharon a Gabriel mientras platican en uno de esos lugares que por fortuna, todavía son de todos y de nadie, el sobrio y de belleza austera parque de Santa Ana, en Mérida la capital yucateca. Pero esta mujercita de semblante sonriente se equivoca, porque en realidad comprende mucho más de lo que se imagina; por su cabeza revolotean como mariposas juguetonas profundos pensamientos que ahora comparte con su interlocutor, al que le habla del doble proceso migratorio que viven los habitantes de Peto*, el transnacional que culmina en California y el nacional que llega hasta las que son, para algunos, sencillamente las paradisiacas playas de Cancún en el estado vecino de Quintana Roo. “No hay una familia en Peto que, al menos, no tenga un familiar directo viviendo en California. Hay una comunidad enorme de petuleños viviendo allá”, explica Sharon con la contundencia que le da el ser originaria del pueblo que en 1922 dejó de ser Villa y que ahora es uno de los 106 municipios de Yucatán y uno de los muchos lugares a los que llega de vuelta el dinero que ganan los migrantes al otro lado, el que sirve para cambiar los techos de lámina, palma o guano, por otros que se vuelven símbolo de “haber salido de pobres”.
No obstante, en una comunicación
posterior a este acercamiento Sharon enfatiza en que, las suyas:
[…] son reflexiones colectivas y personales
que he tenido la oportunidad de tener y saber. Podría decir que son sentires y metáforas
lo que yo compartí esa noche. No podría ponerlas como afirmaciones,
especialmente las dos primeras citas. Puesto que afirmarlas, recrean un
parámetro de generalidad, y te comparto mi sentimiento, no quiero ser mal
interpretada.
Los minutos corren, pero estas
dos porciones de vida ya se despojaron del reloj y han abandonado la prisa de
nuestros días, esa que probablemente a muchos les impedirá continuar esta
lectura, la misma que en esta ocasión, a ellos, no los imposibilitó para
conversar. Así que, ajena al ir y venir de la gente por la calle, Sharon prosigue
y ahora se refiere al silencio que guardan los ancianos, a su negativa a hablar
de un tema que les duele, que se les atraviesa en el camino y sigue perforando
hondo su piel hasta llegar a lo anímico, a pesar de haber transcurrido ya 168
años de aquellos trágicos sucesos que los historiadores aún dudan si ponerles
el sustantivo de guerra o de rebelión, pero que se conocen como la Guerra de
Castas, un movimiento social complejo que se suma a los tantos que han sucedido y suceden en México, la sui géneris insurrección
de los mayas contra el insultante sistema de estratificación de la sociedad
impuesto desde tiempos del Virreinato, insurrección que duró más de medio siglo
y cuyas bases permanecen latentes, un levantamiento armado que de vez en cuando
se escapa de los archivos innombrables y toma prestada la voz de jóvenes
inquietas y reflexivas como Sharon. “Hay
silencios que duelen mucho, Gabriel”, le confiesa y continúa: “A nosotros no se nos cuenta nada de la
Guerra de Castas. Los que saben le platican a los mayores, pero a nosotros, a
los jóvenes, prefieren no hacerlo, quizás porque temen que vuelva a suceder… porque
fue algo muy doloroso”. Y de nuevo viene el recordatorio de quien bien sabe
y siente lo que habla:
Lo que expreso está muy relacionado al uso y desuso de
la lengua y la identidad, por la complejidad en la cual estamos inmersos muchas
y muchos. No podría afirmar algo así, sin contextualizar que hablo desde la
complejidad y la diversidad de escenarios que se viven en el mayab.
Sí, la nuestra es una nación dolorosamente silente conformada por individuos que tenemos el hábito bien aprendido,
primero, de reducir nuestro pasado y luego, lo poco que de él nos queda, enterrarlo
en el mejor de los cementerios y la preferida de nuestras corazas, ese silencio
con el que siempre pretendemos salvarnos pero que invariablemente nos condena a
una tensión perpetua, el mismo silencio que le negó a Sharon la oportunidad de conocer
y después transmitir los valiosos saberes de los antiguos, el patrimonio
inmaterial de una de las civilizaciones mesoamericanas más ricas en generación
de conocimientos y manifestaciones culturales, y la única lengua cuyos signos tienen valor fonético en su escritura, descifrados gracias a la existencia de
los códices Dresde, Madrid (o Tro-cortesiano) y Paris (o Peresiano), lugares
donde también se conservan. Pero no, los viejos sabios que aún viven no quieren
enseñar la lengua a quienes vienen detrás de ellos. Silencio.
En contraste, la fuerza que
reside en las palabras de Sharon hace que Gabriel, este hombre citadino de raíces mitad
mexicanas y mitad españolas recién llegado a la península, solo atine a responder con un humilde pero sincero
sí, tienes razón, que lo lleva de regreso
casi de manera inmediata al inicio de la charla: “no te preocupes por no entender, nosotros tampoco lo hacemos. Yo
tampoco he podido entender nuestra identidad, así como la conocemos hoy”. Entrados
en revelaciones, es él quien en este momento se abre al intercambio y le
comenta a su oyente del interés que tiene por aprender a hablar en maya, deseo
que pocos conocen y que Sharon alienta con el brillo de sus ojos, aún
incrédulos de que alguien como Gabriel, tan ajeno a esta otra realidad, quiera comunicarse
en la lengua de sus ancestros, la segunda de las lenguas indígenas más hablada
en territorio nacional y en la que un “¿Cómo
estás?”, saludo casual y cotidiano, tiene un significado tan profundo como
las raíces de la ceiba, el árbol sagrado de los mayas, de ramas capaces de
soportar los calores más intensos y el arreciar del viento que traen los nortes
en su cruzar por los cielos. Comodinamente, Bix a beel se ha traducido así al español, aunque en realidad su
connotación es otra, su intención es otra, la pregunta es, en definitiva, otra
con la que se busca hurgar en el corazón de la persona para saber cómo va su camino, esperando que la
respuesta sea Ma’ alob, “estoy bien porque el sol está conmigo, no
hay hierba que tape el horizonte o cubra mi camino”.
A
menudo el país se me atraviesa en la escritura. Es triste nada más pensarlo,
pero México no está bien, el mundo no está bien. Me pregunto, les pregunto, ¿puede estar bien
el camino de un país en el que las autoridades son incapaces de responder ante
la desaparición forzada de 43 estudiantes y más de 22 mil personas?, ¿puede
estar bien el camino de un mundo en el que la esencial libertad de decir y de pensar, emblema
de la democracia, se combate en nombre de una religión, de una ideología o
de un hacer política que ha fallado al ideal de construir sociedades integradoras en la diversidad? Me parece que sobra decir la respuesta.
En
Mérida ya oscureció y los conversadores están por despedirse. Es entonces
cuando Sharon le sugiere a Gabriel que antes de inscribirse en un curso para
estudiar y practicar la lengua, escuche la programación de la radiodifusora
XEPET U Chíikul U T’aan Maya’ob, “la voz
de los mayas”, sitio en el que hace poco también se realizó el Taller de
Música Maya impartido por el colectivo Yóol Kaaj (el espíritu del pueblo), el
cual reunió a un nutrido grupo de jóvenes que, atraídos por ritmos tan
contemporáneos como el rap y el hip hop, están constantemente en la búsqueda de
nuevos conocimientos que les permitan expresar su creatividad pero, sobre todo,
ser parte de un movimiento en ebullición
que intenta reivindicar a los pueblos indígenas y sus lenguas a partir de manifestaciones
musicales diversas que coexisten con las desabridas tendencias comerciales y que
ya ha logrado captar la atención, no de los medios de comunicación nacionales,
sino de otros internacionales como la BBC Mundo que el pasado 12 del mes presentó el
artículo titulado “Los grupos indígenas que ponen a bailar a México”.
http://www.bbc.co.uk/mundo/noticias/2015/01/150108_mexico_rock_indigena_an).
De ello hablaré en la segunda parte de esta crónica que –sus protagonistas no lo saben- me dejó con más preguntas que respuestas, con meticulosos apuntes de libreta que al releer se tornaron vagos e incompletos, con instantáneas (digitales algunas, mentales muchas), y con la implacable pero liberadora necesidad de llegar a escribir, incapaz de precisar el cómo, pero llegar a escribir, de los silencios que rompe la música.
http://www.bbc.co.uk/mundo/noticias/2015/01/150108_mexico_rock_indigena_an).
De ello hablaré en la segunda parte de esta crónica que –sus protagonistas no lo saben- me dejó con más preguntas que respuestas, con meticulosos apuntes de libreta que al releer se tornaron vagos e incompletos, con instantáneas (digitales algunas, mentales muchas), y con la implacable pero liberadora necesidad de llegar a escribir, incapaz de precisar el cómo, pero llegar a escribir, de los silencios que rompe la música.
© G. Serrano. |
* Sobre el tema migratorio sugiero revisar el texto "Corrías sin saber a dónde ibas", Proceso migratorio de mayas yucatecos a San Francisco California de Inés Cornejo Portugal y Patricia Fortuny Loret de Mola, disponible en:
Las raíces de nuestro país son maravillosas, desde el norte hasta el sur, pero desafortunadamente hemos dejado de contar a nuestros hijos acerca de ellas, es por eso que se van perdiendo, raíces, costumbres, tradiciones.
ResponderEliminarY se pierde la memoria Yadira. Gracias por pasarte por aquí y compartir, un abrazo.
Eliminargracias por compartirme tus columnas. saludos
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