ECOS 2015: Hacia una nueva narrativa de “lo común” (1ª parte)



© G. Serrano.

“Del intercambio de libros al tráfico de aprendizajes”
Traficante de Letras

Hay que ser tan ciego como una lombriz de tierra para no darse cuenta. A estas alturas parece inverosímil, pero las anquilosadas estructuras formales sobre las que reposa nuestro sistema social; es decir, los medios de comunicación masiva, los gobiernos en sus distintos órdenes y niveles, los partidos políticos y las instituciones educativas -salvo contadas excepciones- no los han visto o no los quieren ver. Sin embargo, ellos siempre hallan la manera de hacerse visibles y, en relativamente poco tiempo, se han convertido en un “bien ser” de primera necesidad. Son ciudadanos empoderados, ingeniosos constructores de puertas y ventanas hacia otro mundo posible, conversadores incansables que utilizan el lenguaje de todos los días para “hablar de lo que nos pasa” y pensar, entre todos, nuevas formas de vivir en comunidad. No son profesionales, más bien amateurs de las transformaciones sociales que -créanlo- están sacudiendo ese voluminoso y ahora inoperante andamio a través del cual alguna vez pretendimos edificar el ideal de la vida en común.

Su actuar es un zigzaguear infinito y un proceso circular que no comienza ni termina nunca, pero cuando se trata de colaborar siempre están ahí, brindando lo que tienen y haciendo de la gestión de recursos algo tan estimulante como beber una copa de vino. Son un manantial inagotable porque no piensan en función de lo público ni de lo privado, sino de lo común. Con este modelo, se han reapropiado de plazas y parques, han invadido el internet con sus propuestas y, lo mejor de todo, la pertinaz lluvia de problemas que cae sobre las ciudades, en lugar de endurecerlos los ha hecho blandos como la tierra fértil. Blandos al cambio, a las distintas formas de organización colectiva, a la heterogeneidad de pensamientos y, en consecuencia, a implicarse y afectarse unos a otros en el camino. Esto, en un hábitat sobrepoblado de corazones cínicos que ya no laten sino que consumen, es tanto como para un alquimista haber encontrado el elíxir de la vida. Más aún cuando, como lo explica el cronista Alberto Salcedo Ramos, hemos aprendido a ver en los otros a “aquellas personas cuyos problemas no nos afectan y lo que les suceda o deje de sucederles es asunto de ellos”.

Aunque muchos son profesores universitarios, brillantes investigadores o talentosos profesionistas de todas edades, básicamente se trata de ciudadanos que prefieren ser llamados por sus nombres; modestos, pero volcánicos coproductores con una visión global que han aprendido a impactar en el ámbito local y que representan un fenómeno en expansión que no se puede ignorar. En Valencia, por ejemplo, el estudio de sociología especializado en procesos participativos La Dula y la librería asociativa La Repartidora, recién organizaron el curso Comuns urbans para debatir estas ideas y en particular para analizar las posibilidades de reutilizar espacios (casas, bodegas, terrenos, edificios) abandonados y socialmente desvalorizados. Ahí mismo, en el distrito de Benimaclet, se encuentran el CSOA L’Horta, un “espacio okupado en el que coexisten un proyecto educativo infantil autogestionado, unos huertos urbanos y el propio centro que organiza actividades culturales y políticas”.

En Argentina, Washington Cucurto y Javier Barilaro, propietarios de Ediciones Eloísa, idearon un método para sobrellevar la crisis económica de 2003 en su país: comprar cartón a los recolectores, pintar a mano cada tapa, imprimir los textos y pegar ambos para obtener libros que pudieran venderse a bajo costo, dando origen a Eloísa Cartonera, la cooperativa del Barrio de la Boca en Buenos Aires.  Colaboratorio, en Colombia, se autodefine como “un taller público de experimentación” que “no es una fábrica para la producción en serie, no es un lugar donde otros trabajan para ti, no es una escuela formal, no es un servicio comercial, no es un almacén, no es un café internet y no es una sala interactiva”, sino un “centro de encuentro ciudadano donde parchar, compartir conocimientos y aprender haciendo con usuarios, expertos, residentes, semilleros y otros actores” que se reúnen para generar experiencias colaborativas. Y también está Proyecto NN, una iniciativa “de configuración abierta y vinculación libre que tiene como objetivo la construcción de una red para el intercambio de pensamientos, saberes e información sobre un tema en común: la construcción de ciudad”. En México, Zapopan Lab, es un laboratorio de innovación cívica para crear tecnología que resuelva o mitigue los problemas de esta ciudad en el estado de Jalisco. También están quienes apoyan y participan en una amplia variedad de actividades, como Yazmín Aquino en Oaxaca, una joven gestora de cultura digital y “promotora de ideas disruptivas”, además de constante tuitera.


Así, mientras algunos aún incineran los minutos subiendo memes o dirigiendo burlas socarronas al grisáceo político en turno, otros ya han cruzado el puente que va de la protesta a la propuesta y de ahí a la innovación. Tenía que suceder en algún momento. El periodista y músico Javier Gallego ofrece un diamante de frase para ejemplificar el por qué del hartazgo y la pérdida de confianza de los ciudadanos en “sus” instituciones: “Al final las elecciones las va a ganar quien caiga mejor al público en El Hormiguero. No importa la ideología, la política es un concurso de simpatía. Ya no hay izquierdas o derechas, hay políticos divertidos y políticos que no”. Por supuesto que no solo sucede en España, los países de América Latina han destacado por ser perfectas incubadoras de armatostes que en lugar de contribuir, obstruyen el desarrollo social. El periodista argentino Martín Caparrós, habla así de los resultados en la primera vuelta de las elecciones presidenciales en su país: “Aunque, gane quien gane en noviembre, nada será muy diferente en la Argentina: en sus políticas, en su economía, en su visión del mundo, un gobierno de Scioli y un gobierno de Macri podrían parecerse mucho”. 
 
Quizás por eso, el catedrático Joan Subirats afirma que: “la sociedad actual adolece de problemas que las estructuras administrativas actuales, construidas y pensadas para otra época, no son capaces de solucionar. La rigidez institucional, la burocracia, los departamentos estancos... son el Talón de Aquiles de las instituciones y obstáculos para el ciudadano que acude a ellas en busca de la rápida solución que requiere su situación”. Quizás por eso, también, son innumerables los casos de ciudadanos inmersos en esta nueva dinámica de la transversalidad social, del hacer y vivir juntos, del participar y colaborar, de generar espacios para la cultura no comercial y conformar territorios verdaderamente humanos. Y quizás por eso, es que del 12 al 15 de noviembre, en la ciudad de Mérida, Yucatán, se realizará el 3er Encuentro Nacional de Colectivos Sociales (ECOS 2015), que en esta edición correspondió organizar a los colectivos locales Cosas Que Nadie Oía, Crear para Transformar, Culturas Libres al Parque, De la Hoja al Vuelo, Gato Negro, IEPA, Ki’ki’t’aan, Laboratorio de Colectividades y Traficante de Letras.

De este fabuloso encuentro, pasando por la filosofía de Jacques Rancière, la incorporación de lo distante y la articulación de lo próximo; así como por el pensamiento nómada, la construcción de imaginarios colectivos, el activismo sostenible, la economía colaborativa, sus márgenes y lo que le sigue, nos hablará Rulo Zetaka en la segunda y última parte de esta entrega…


Artículo publicado originalmente en Homozapping el 07 de noviembre de 2015.

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