No fue el fuego
© G. Serrano
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Pueblecitos hambrientos,
hay quien quiere salvar vuestras almas.
¡Yo quisiera salvar vuestros cuerpos!
Gloria Fuertes
Diálogo entre la antropóloga cultural Margaret Mead y el activista James Baldwin:
Mead: Los
chicos dicen -y son claros al respecto- que el futuro es ahora. No lo emplean
para referirse a lo que sucederá en el año 2000.
Baldwin: No.
Mead: Lo que
hacemos esta semana es lo que importa.
Baldwin:
Exacto.
Mead: Es lo
único que tenemos. No existe otro tiempo.
Son las 20:00 horas de un miércoles de marzo. Es la mitad de la
semana, la primera quincena del mes en la víspera de primavera, un día
cualquiera. Pero no para todos. En la Plaza Jacinto Benavente de Madrid, justo
a un lado de la escultura de El Barrendero, ahí donde la gente suele hacerse
fotos, se ha integrado un círculo no muy grande en el que predominan mujeres de
todas edades, bien abrigadas, que llevan entre las manos una vela encendida, o
una pancarta con cierta frase escrita en negro, o ambas.
La noche está fresca, tranquila. No hay demasiado tráfico,
tampoco demasiados peatones. En medio de este perímetro humano, sobre la plaza,
han extendido una manta con el dibujo en colores optimistas de cuatro mujeres
de figura estilizada, algunas flores, un par de mariposas y una leyenda que
dice: “Por el derecho a vivir una vida
libre de violencia”. Alrededor hay más velas de tamaños dispares, rojas,
blancas. También carteles dispersos en los que se lee un número, un nombre y
una edad: 25. Lorena Sánchez Pereira. 14 años.
Uno que otro periodista se contorsiona para encontrar el mejor ángulo, el mejor encuadre de las velas rojas que en conjunto forman el número 40 y, al verlas, a mí me remiten al número 43 mexicano, el de “Los 43”, los estudiantes de Ayotzinapa desaparecidos el 26 de septiembre de 2014 en una ciudad que se llama Iguala, cercana a las famosas playas de Acapulco en el estado de Guerrero. Cuarenta. Cuarenta y tres. Luego pienso en el 49, el de la Guardería ABC en Hermosillo, Sonora donde el 5 de junio de 2009 ocurrió un incendio, otro en el que murieron 49 niños menores de cinco años. Cuarenta. Cuarenta y tres. Cuarenta y nueve.
© G. Serrano
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En Guatemala fueron niñas, cuarenta niñas. A ellas no las desaparecieron, las ignoraron y, paradójicamente, las tenían hacinadas en el albergue Hogar Seguro Virgen de la Asunción, el lugar que se incendió el pasado 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer. Dicen los diarios que ahí vivían 700 menores, aunque la capacidad real solo permitía albergar a 400. Dicen que estaban ahí para prevenir que sufrieran de violencia, aunque según las investigaciones, el incendio lo provocaron las propias internas para llamar la atención de las autoridades ante los abusos que sufrían.
Cuarenta. Cuarenta y tres. Cuarenta y nueve. A veces los
números y los países se parecen, se repiten. Las consignas también. En esta
plaza, como antes en otras de México, ahora se escucha el grito coral de “No queremos luto, queremos justicia”. Enseguida
toma el micrófono una mujer, después una más. Explican su indignación,
describen el dolor que sienten, apelan a la solidaridad de la comunidad
internacional y exclaman de nuevo que no, que lo que quieren -o exigen- al
gobierno guatemalteco no es un decreto de luto nacional, sino la impartición de
justicia, a secas.
Guatemala y México hacen frontera, colindan, son países
vecinos. Sin embargo, en ocasiones los kilómetros no reflejan el auténtico distanciamiento
que hay entre dos pueblos. O su cercanía. Hoy, es España la que se aproxima a
“la región más vegetal del tiempo y de la luz”, la tierra que inspiró a
Mercedes Sosa a cantar con todas las voces para “ser canción en el viento”. Claro que eso fue
cuando a los hombres la vida aún nos provocaba cantar y usar la inteligencia
-más que el teléfono- para leer versos insuperables o para escribirlos, como a Gloria
Fuertes cuando pensó y anotó eso de que “el mundo es un barrio” y que “somos
cinco mil quinientos millones de aldeanos”:
El mundo es un barrio
Somos cinco mil quinientos millones
de aldeanos,
somos vecinos de la Colonia Tierra,
somos una colonia
tenemos que oler bien.
Además de hermanos somos vecinos,
a nadie debe llamársele extranjero.
Todos somos de la misma Tierra.
El mundo es un barrio
no hay distancias.
Sabemos lo que le pasa al vecino
que vive a veinte mil kilómetros
mientras le sucede.
Un ruso puede ir a abrazar a su hermano keniata
en unas horas de vuelo.
Se ha inventado
la radio
la televisión
los periódicos
los aviones.
Queda por inventar el amor.
de aldeanos,
somos vecinos de la Colonia Tierra,
somos una colonia
tenemos que oler bien.
Además de hermanos somos vecinos,
a nadie debe llamársele extranjero.
Todos somos de la misma Tierra.
El mundo es un barrio
no hay distancias.
Sabemos lo que le pasa al vecino
que vive a veinte mil kilómetros
mientras le sucede.
Un ruso puede ir a abrazar a su hermano keniata
en unas horas de vuelo.
Se ha inventado
la radio
la televisión
los periódicos
los aviones.
Queda por inventar el amor.
La vigilia termina con el grito unánime de “No fue el fuego, fue el Estado”. El
Estado como forma de organización. El Estado como un conjunto de instituciones.
El Estado como un territorio, pongamos Guatemala o México. “No fue el fuego, fue el Estado”. El Estado con su supuesta soberanía. Y con su población. Con
nosotros, con cada uno: los que callando consienten; los que gritando
denuncian. Y los que encienden una vela por 49 pequeños, por 43 jóvenes o por 40
niñas que ya no están. En este punto, resultaría útil recordar a Margaret Mead, para quien el concepto de responsabilidad no significa hacerse responsable o culparse a uno mismo de lo que otros hicieron, pero sí
esforzarse porque las cosas cambien o porque no vuelvan a suceder. “No fue el fuego, fue el Estado”. Que
no se olvide.
Artículo publicado en Zero Grados, 20 de marzo 2017.
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