Rastrear, buscar la vida. Luchando contra la impunidad en México y desde España
Las Rastreadoras de Sinaloa |
“Superar las diferencias es lo único que puede resultar esperanzador en un mundo en el que -como termitas- luchamos por imponernos frente a la mujer, al negro, al niño o al anciano (sin contar al buey, al asno o a la abeja)”, Gustavo Garduño.
Una nación de
oportunidades
Vino
a España y, entre otros asuntos, el 19 de abril estuvo en la capital para presidir
el Foro América, promovido y organizado por Europa Press y Estudio de
Comunicación, un evento entre dirigentes de países de América y miembros de la
comunidad empresarial e informativa española. Luis Videgaray es el canciller de
México y en ese carácter lo invitaron, también porque “es un personaje
relevante en el actual escenario político mexicano” y porque -subrayan- “este encuentro entre España y México tiene, hoy, una
especial significación por ser el 40 aniversario del restablecimiento de
nuestras relaciones diplomáticas”. Es lo que dice la convocatoria y la
nota posterior de prensa.
En su intervención, Luis Videgaray habló de la política
exterior mexicana y del proceso de “transformación, modernización y
renegociación que vive México”, una nación, dijo, “soberana y de oportunidades;
que asume su responsabilidad política y quiere seguir creciendo”. También que
por la frontera con Estados Unidos “cruzan más de 350 mil vehículos al día y
más de un millón de dólares en negocios cada minuto”. Lo que no mencionó fue
que además de coches y billetes verdes, por este borde pasan drogas y personas.
Personas con permiso o de manera ilegal. Algunas lo hacen a pie, otras nadando
o escondidas donde se pueda; en su mayoría son mexicanos y centroamericanos:
hombres, mujeres, niños que en su cruce observan -y viven- un país distinto al
descrito por el Canciller; uno de oportunidades, sí, pero de otro tipo.
“Hasta
encontrarte”
Tienen su propio tema musical, una composición de Abel
Sarmiento Carabeo que interpreta Acosta Lucita, dos jóvenes sinaloenses. Se
titula “Te buscaré hasta
encontrarte” y en el video que aparece en YouTube participa este grupo de
mujeres -se habla de doscientas, cuarenta son las más activas- que buscan a sus
familiares desaparecidos en el norte de Sinaloa y se les conoce como Las Rastreadoras de El Fuerte o Las Buscadoras:
Lo arrebataron
de mis manos aquel día / aún recuerdo aquella triste noticia. / Los rumores se
hacían grandes, las mentiras abundantes, / no importaban solo quería
encontrarte.
De
tantas, las desapariciones y muertes en México pasan desapercibidas por el
grueso de la población o caen, sin remedio, en el olvido. Los rostros que
alguna vez tuvieron nombre se convierten en cifras ajustadas a modo por los
gobiernos, en datos duros de investigaciones periodísticas, en tendencia de
Twitter por un día o en cientos de “me gusta” en Facebook. Y tiempo después, en
crónica que compite por un Premio Gabo, en libro de título provocativo o en
estampa mexicana que desde el extranjero se mira con asombro, incredulidad o exaltación;
en las calles son reclamo o performance recurrente. Pero para ellas -Las
Rastreadoras- los desaparecidos no son otra cosa sino sus hijos que salieron a divertirse
con los amigos, el esposo al que despidieron por la mañana, el hermano con el
que hablaron un martes por la noche, la sobrina quinceañera que trabajaba en la
maquila; personas que se dedicaban a algo, personas que no parecían ni tan
buenas ni tan malas, o sí, pero personas que no han regresado y nadie tiene muy
claro el porqué.
Buscadoras,
buscadoras, no se cansan de buscar / que los restos de sus hijos por fin los
encontrarán, / que no importa lo que digan, eso ya está de más, / son guerreras
que nunca se rendirán.
Poco
se sabía de ellas y ahora Las Rastreadoras son uno de los emblemas de la lucha
ciudadana en un país que, los historiadores José Manuel Villalpando y Alejandro
Rosas dicen que huele a muerte y de Hidalgo a Trotsky -o hasta Ayotzinapa, si
actualizamos la frase- ha escrito las páginas de su historia con torrentes de
sangre derramada. Una reseña funesta, pero tan real y dolorosa como la descrita
por Gloria Fuertes cuando se refiere a la más incivil de las guerras, la Guerra
Civil Española cuando “en Madrid llovía metralla, llovían muertos”. Como entonces, la violencia derivada de la
guerra contra el narcotráfico ha hecho de México un cementerio descomunal,
también “sin tumbas ni cruces”. El horror en toda su expresión.
Otro
chico, Edén Rojo Armenta, al que conocen en el ambiente del rap como “Eden Soun”,
les dedica otra pieza, una que muestra con más franqueza ambas caras del
desequilibrio social; es decir, un acontecer nauseabundo, pero todavía vivo y,
tal vez, en camino de su renovación. “Lo bello y lo feo”, diría la poeta de
Lavapiés.
A las dos de la mañana
se levanta de la cama, / su nombre es Ana, / va en busca de quien ama, / la
acompaña la esperanza, su sombrero, una pala, ocho meses de embarazo y no se
detendrá por nada, / no, / ni el mal tiempo ni la adversidad, / del silencio
entre la gente ha nacido esta hermandad, / ellas son Las Rastreadoras, / esta
una historia más / de este cuento cotidiano que llamamos sociedad.
Edén
también es de Sinaloa, de Los Mochis; tiene una cuenta en Twitter con un perfil
que dice “enpece en el rap el 2007 y ay bamos con todo”. En otra de sus
canciones habla de los desaparecidos y en una más de la violencia en su ciudad:
Bajo el cerro de la
memoria / donde a diario hay mucho ruido / cada vez se suman más a los
desaparecidos / dónde están esas personas / dónde está mi ser querido / cartelones,
pena y llanto por donde quiera que miro.
Es la violencia en las
calles / business, guerra sin control / soy espectador de esta mi generación /
enredada entre el dinero, balas, lujo y el alcohol / así voy, plasmando en mi
libreta quién soy / un usurero.
El sinaloense
En
gran medida, El Valle del Fuerte, en el norte de Sinaloa, debe su desarrollo a
la migración estadounidense de finales del siglo XIX que propició el gobierno
de Porfirio Díaz y estuvo encabezada por Albert Kimsey Owen, un aventurero pudiente
de ideales francamente desproporcionados. Fue este personaje y los primeros colonos,
quienes a golpe de pala y pico se encargaron de transformar el suelo seco de la
región en un vergel extraordinario, irrigado por las aguas del río Fuerte que se
origina en las Barrancas del Cobre, en Chihuahua, y desemboca en el Golfo de
California, en el Pacífico. Parece imaginada por Julio Verne, pero esta
historia no es ficción, todo lo contrario, se trata de un relato verídico que,
si se mira a la distancia y con detalle, resulta tan osado como el de las
propias Rastreadoras.
Las
fotografías de Ira Kneeland -un chico sordo, pero con ojos aguzados, de los
primeros en establecerse con su familia- dan cuenta de la llegada, el asentamiento
de la colonia, su modo de vida austero y posterior crecimiento. Los suyos fueron
días de miseria durmiendo en tiendas de campaña que, con los años y la tenacidad
de Homero, prosperaron en el cultivo de tomates, naranjas, dátiles, vides y
lechugas. Para las fechas en que el mundo
observaba los inicios de la Primera Guerra Mundial y México protagonizaba su
Revolución, en el valle las industrias agrícola y azucarera se perfilaban como
los dos grandes impulsores de la economía del estado. Una proeza.
Más
hacia la costa, a ochenta kilómetros de El Fuerte se localiza Los Mochis, orgullosa
capital del tomate, tercera ciudad en importancia que -los historiadores
deducen- debe su nombre a una derivación de la palabra mochic, tortuga en lengua cahíta, y sus habitantes suelen llamar
“Mochis”, a secas. Oficialmente se fundó a principios del siglo pasado y fue gracias
al cultivo de la caña de azúcar, impulsado por otro migrante, Benjamin Francis
Johnston, que desde entonces no ha dejado de ser afluente de dinero. La máxima
“infancia es destino”, bien podría aplicarse a esta urbe blanca que en la
actualidad tiene rasgos ciento por ciento mexicanos y mantiene otros heredados de
los colonos yanquis.
Aunque
los owenistas no fueron ni los primeros ni los únicos en llegar; siglos atrás,
los jesuitas habitaron Guasave y entre sus actividades tuvieron el cultivo de
limones y naranjas. Este recuento también obliga a hablar de otros venidos de
fuera, los chinos que desde 1890 fueron llegando a La Perla del Pacífico, el puerto de Mazatlán, y con habilidad se
convirtieron en mano de obra barata para toda clase de trabajos: mineros,
obreros en la construcción, jornaleros en los valles, tenderos. El mestizaje lo
completaron los griegos que se establecieron en Culiacán, la capital, durante
la década de los años veinte e introdujeron nuevas técnicas para el cultivo de hortalizas
que terminaron de catapultar la producción y más tarde las exportaciones. Ahora
son “los oaxaquitas”, niños procedentes de Oaxaca -calculan tres de cada diez
trabajadores- quienes surcan los campos sinaloenses y en la clandestinidad
pierden su infancia a cambio de unos pesos para sus familias.
La
diversidad biológica que se percibe en el estado es, sin duda, el efecto de su
diversidad cultural y esta, del actuar de cada hombre sobre el entorno. Las
crisis económicas en el exterior -y las internas-, la urgencia porfirista de
poblar el vacío, después la estrategia de reparto agrario emprendida por el general
Lázaro Cárdenas, las continuas guerras que exilian a unos y acercan a otros, el
irreversible proceso de industrialización, todo, en el correr de un siglo,
contribuyó a moldear el territorio y a forjar la cultura del esfuerzo que
caracteriza al sinaloense; por lo demás, un ser mitotero, bueno para la fiesta,
que escucha música de banda, toca la tambora, es enamoradizo, con suerte, desenfadado
y le reza por igual a la Santa Muerte, a la Virgen de Guadalupe o al Santo
Malverde, el patrono de los narcotraficantes. Huelga decir que el estereotipo
se impone, pero lo cierto es que, en la actualidad, Sinaloa es una tierra de
dualidades, de indígenas yoremes y comunidades extranjeras: urbana y rural,
valle y montaña, abundancia y escasez, carnaval y velorio. De héroes como Pedro
Infante, y de villanos como El Chapo Guzmán; ambos, junto al tomate, auténticos
productos nacionales con calidad de exportación.
Las Rastreadoras
“¿Quién
ha atravesado la ciudad y por única música sólo ha tenido los silbidos de sus
semejantes, sus propias palabras de asombro y rabia?”, escribía en su
manifiesto, a finales de los años setenta, el chileno Roberto Bolaño autor de Los detectives salvajes y 2666, también el escritor infrarrealista
que vagó por las calles de la Ciudad de México en un tiempo en que “nos
acercábamos a 200 kph al cagadero o a la revolución”. Un tiempo no muy distante
de este, cuando con impotencia, como en un laberinto y contra la maquinaria del
crimen organizado, Las Rastreadoras son parte de los mexicanos -cada vez más- que
solos o en caravana han atravesado de extremo a extremo el país en busca de sus
familiares desaparecidos y que por única música solo han tenido los silbidos de
sus semejantes y sus propias palabras de asombro y rabia.
Mirna
Nereida Medina se encuentra en Guatemala y conversamos por teléfono, por
WhatsApp. Su voz es la de una mujer fuerte, pero apesadumbrada; amable, pero
discreta; contundente, pero moderada. Es la voz de una sinaloense que en la
angustia se convirtió en líder. Con templanza tibetana, como lo ha hecho en distintas
entrevistas, explica que el grupo surgió en 2014, cuando Roberto Corrales
Medina, su hijo, desapareció en El Fuerte. Desde entonces, Las Rastreadoras han
encontrado 81 cuerpos e identificado 54 de una lista con más de cuatrocientos
nombres. Dice que las personas se ponen en contacto con ellas y en ese momento
cada desaparecido se convierte en otro hijo, uno más como el suyo a quien le
prometió no descansar hasta encontrarlo.
Este
día participó en una exhumación. La señora Mirna intercambia experiencias con
la Fundación de Antropología Forense de Guatemala (FAFG), una organización que lleva
24 años aportando conocimientos en materia de ciencias forenses como un
instrumento para “recuperar la historia, esclarecer la verdad, proveer
elementos para la justicia, la lucha contra la impunidad y la construcción de
la paz”. La FAFG aspira a ser un referente regional en investigación forense
aplicada a la búsqueda de personas desaparecidas en las áreas de antropología, arqueología
y genética.
Esto
significa que recopilan el perfil biológico y social de las víctimas, hacen
entrevistas, registran el testimonio de los familiares, escuchan sus historias,
recolectan muestras para análisis genéticos y la elaboración del genograma
familiar. Además, ubican sitios de enterramiento, buscan, excavan, localizan
fosas, recuperan restos óseos humanos y evidencia física, fotografían, anotan
lo que ven y tratan de interpretarlo a partir de un método, de una
técnica. La FAFG cuenta con un
laboratorio de ADN, el único laboratorio forense en Guatemala acreditado
internacionalmente bajo la Norma ISO 17025, OGA-LE-033-09. Mirna está en este
país para aprender, para poner más rigor al empeño con el que ayudando a otras
personas se ayuda a sí misma. Durante nuestra conversación menciona que Las
Rastreadoras no buscan culpables, un aspecto que repite en varias ocasiones, en
especial cuando le pregunto quiénes son los desaparecidos y ella responde que
los hay de todo: consumidores, distribuidores de droga, testigos involuntarios
de algún delito. Me dice que eso no importa, solo son madres buscando a sus
hijos por amor.
Las Rastreadoras de Sinaloa (a la izquierda, Mirna Medina) |
Al
inicio estaban solas, pero ahora se coordinan con el gobierno mexicano en sus distintos
niveles: federal, estatal y municipal. Rastrean, buscan los fines de semana con
la protección de las autoridades; además del equipamiento básico las acompaña
un canino y en Los Mochis tienen una oficina donde realizan diversas gestiones
y, cuando está cerrada, me dice, la gente aprovecha para hacer denuncias
anónimas o dejar información valiosa por debajo de la puerta. Dentro de su pena,
Mirna se escucha contenta por los logros que han tenido y con la esperanza
firme en localizar a más desaparecidos. Sobre la situación del país prefiere no
hacer ningún comentario.
Está
por salir a cenar, antes de terminar la llamada le hago una pregunta más:
-
¿Qué le dice a la sociedad, qué debería saber sobre Las Rastreadoras?
-
Que sí se puede, que no debemos claudicar. Las Rastreadoras somos unas
guerreras, somos una familia y aunque ahora valoro más la vida, quisiera no
haber vivido esto. No tuvo que suceder.
Nodo MxM
La
Real Academia de la Lengua Española define un nodo -del latín nodus, nudo- como “un esquema o
representación gráfica en forma de árbol, cada uno de los puntos de origen de
las distintas ramificaciones”. Estos puntos están unidos entre sí y juntos
constituyen un todo, una especie de red, de entramado. Antoine de Saint-Exupéry
es, quizás, quien mejor definió el significado de los nodos o nudos de
relaciones entre las personas que conforman el tejido social. Para el escritor
francés las lágrimas, las despedidas, los reproches, las alegrías compartidas
son lo que nos mantiene atados a la vida y nos liga a los demás. Por eso
también afirmaba que “solo existe un verdadero lujo, y es el de las relaciones
humanas”.
Nodo
MxM es eso: ramificaciones de México en España, personas ligadas por las
vivencias que comparten de uno y otro lado del océano y, también, un colectivo
de mexicanos residentes en Madrid. Juntos, difunden la cultura de su país en el
extranjero, respaldan iniciativas similares de colectivos europeos, apoyan
movimientos sociales en México o externan su descontento por las acciones u
omisiones del gobierno mexicano para frenar la inseguridad. Se conformaron en
2016 y a partir de este año han realizado diversas actividades. Uno de sus miembros
es originario de Sinaloa, prefiere que no mencione su nombre, pero nos reunimos
para conversar acerca de la ayuda que brindaron a Las Rastreadoras.
Me
dice que supo del caso por algunas notas de prensa, entonces buscó más
información y la manera de contactar a Mirna Medina para indagar de qué forma
podían contribuir con una causa que debería ser la de todos. Si bien ni los
euros ni los pesos abundan en los bolsillos del ciudadano común, Nodo MxM
organizó una colecta de dinero con el que compró zapatos, guantes, palas,
cubrebocas, sombreros y machetes que recién entregaron a Las Rastreadores en
Los Mochis. El apoyo provino un poco de diferentes lugares: España, Francia,
Inglaterra, Suecia, Alemania, Australia, Canadá y también de México. Desde el
extranjero la colaboración fue mayor en número de personas, pero reducida en
términos económicos debido -comenta- a la precariedad de la vida en la región. No
obstante, la gente fue solidaria con lo que pudo y, sin proponérselo, hizo que simultáneamente,
a mediados de abril, se emitieran dos discursos: uno, el del canciller mexicano
en España para hablar de los vínculos entre las dos naciones y sus intereses
comerciales; otro, el de la ciudadanía que también conoce de esos temas, pero
los observa desde un peldaño más abajo, uno donde la economía no es tan pujante
ni la realidad tan pomposa.
Del mero Sinaloa
Rafael
Caro Quintero; Ernesto Fonseca Carrillo, “Don Neto”; Juan José Esparragoza
Moreno, “El Azul”; los hermanos Beltrán Leyva y Joaquín Archivaldo Guzmán Loera,
“El Chapo Guzmán”, son originarios de Badiraguato. Este listado se engrosa
todavía más con Amado Carrillo Fuentes, “El señor de los cielos”, que nació en
Guamuchilito; Ismael “El Mayo” Zambada, de El Álamo; los hermanos Arellano
Félix, de Culiacán y Héctor Luis “El Güero Palma” Salazar, de Mocorito. Emblemas
de la novela negra que ha inspirado a escritores como Elmer Mendoza. Todos
sinaloenses y todos narcotraficantes en la zona que se conoce como el Triángulo
Dorado que comprende los estados de Durango, Chihuahua y, claro está, Sinaloa.
Empezó
siendo un negocio familiar y un modo de subsistencia para los menos favorecidos
en la sierra, pero al finalizar la década de los setenta, del siglo pasado, la
siembra de marihuana ya era una empresa rentable y un mercado potencial que
estos personajes se encargaron de administrar. Así fue hasta los noventa,
cuando el equilibrio se rompió y se hizo evidente la rivalidad por el control
de las plazas; es decir, por el control de las ciudades y de lo que transita
por sus calles: personas, dinero, droga, vehículos, información. En 2006, con
la llegada de Felipe Calderón Hinojosa a la presidencia de la República, esta
batalla de fuerzas -que nadie gana- derivó en un torbellino social que hoy supera
la violencia causada solo por el narcotráfico.
Desde
entonces, como registró Bolaño en su paso por el país, “formas de vida y formas
de muerte se pasean cotidianamente por la retina”: sicarios que matan a
cualquiera, narcomenudistas que hacen negocios en los barrios, policías
municipales que extorsionan a comerciantes, adolescentes que a modo de halcones
vigilan determinada esquina, familias que huyen a donde sea, periodistas que luego
son asesinados, mujeres que rastrean los cuerpos de otros que también fueron
asesinados. Es “la experiencia disparada, estructuras que se van devorando a sí
mismas, contradicciones locas”. “Tiempos duros para el hombre”. Esto sucede en
México.
Rastrear, buscar la
vida
Entre
el 5 y el 7 de mayo, Las Rastreadoras localizaron dos cuerpos más: el de una
chica en Culiacán y el de un chico en Guasave. Algunos medios nacionales dieron
la noticia y para hacerlo se refirieron al hallazgo, a los restos de la joven,
a la osamenta, a los zapatos, la chamarra y el pantalón que pertenecían al
joven, al embolsado. “Otra historia conmovedora”, reportaron. Para Las
Rastreadoras son momentos a los que ya se han enfrentado, pero no por eso dejan
de ser crueles, inhumanos. “Están tristes. Cada vez que encuentran a uno de los
suyos les da un bajón”, me dice el integrante de Nodo MxM que mantiene
comunicación con la señora Mirna y que ya se coordina con otros colectivos
internacionales para que Las Rastreadoras viajen a España y se incorporen a la
“Ruta Europa” de la exposición itinerante Huellas de la Memoria, organizada por el escultor Alfredo López Casanova a manera
de homenaje, también para visibilizar la desaparición de personas en México y,
con ello, propiciar que la sociedad europea comprenda la gravedad del problema
nacional y la amargura de la pérdida individual, la de cada mexicano que ruega
por un regreso improbable.
Exhumación en Sinaloa |
El
recorrido inició en marzo, primero se presentó en Londres, después en París y
continuará por otras ciudades hasta terminar en Barcelona en el mes de
septiembre. Son fotografías, zapatos que cuelgan de un hilo, relatos que suplen
personas, que disimulan su ausencia y amortiguan una espera que se hace eterna;
esos minutos, horas, días que se vuelven años y luego se pierden en un
expediente que, de tan grande, da la impresión de pertenecer a la tradición o el
folclore mexicano, como beber tequila o comer tacos: desaparecer a aquellos
que, por alguna razón, representan un inconveniente para alguien más.
Rosario
Ibarra de Piedra -activista, fundadora del Comité Eureka, exsenadora, candidata
al Premio Nobel de la Paz-, desde 1975 busca a su hijo desaparecido en
Monterrey, cuando policías estatales lo detuvieron por sus actividades como
miembro de la Liga Comunista 23 de septiembre. Era la época que se conoce como
la Guerra Sucia por las medidas de represión empleadas para disolver la
protesta social y los movimientos opositores al gobierno, que Rosario Ibarra
recuerda así en su blog:
MARTES, ABRIL 18, 2006
“Leí
ayer en "El Correo Ilustrado" de La Jornada, y en una copia que
conservaré como un tesoro, una carta bellísima de dos jóvenes (mujer y varón) a
quienes quiero entrañablemente. Son hijos de dos bravías mujeres, a las que
quiero igual que a sus hijos. Al momento de leer la carta, se vino a mi mente
aquel abril en el que tuvimos que empezar a contar a los desaparecidos, ya no
por años, como solíamos hacerlo desde que iniciamos la lucha por sus vidas y
por su libertad, sino por meses, porque la horrenda "Brigada Blanca",
desatada y feroz, dejaba su huella por todo el territorio nacional, siempre
protegida por la impunidad que le daba el mal gobierno”.
“Los desaparecidos del mes de
abril", era el título del volante que repartíamos en plazas, calles,
mercados, escuelas, colonias populares, iglesias y cuantos lugares
considerábamos que serían receptivos a nuestro reclamo y los rostros como
azorados de fotografías de credenciales, de todos los jóvenes secuestrados en
ese mes, ilustraban la terrible situación que se vivía en el país”.
Las
Rastreadoras de El Fuerte comenzaron a rastrear en 2014. No buscan culpables,
tampoco las causas de las desapariciones, insisten, solo se trata de buscar a
los desaparecidos -de cualquier modo y hasta encontrarlos-, como haría
cualquiera en la misma situación, como han hecho durante cuarenta años las Madres
de la Plaza de Mayo en Argentina, para saber qué fue de sus hijos secuestrados
por los “grupos de tareas” cuando la dictadura. Diferencias en la lucha las
hay, pero en el fondo estas mujeres persiguen lo mismo. El 30 de abril, Nora
Morales Cortiñas, activista y cofundadora del movimiento argentino, recordó su
nacimiento y dijo a la prensa que "ahora se quiere desdibujar la historia
que vivimos. Acá no hubo guerra sucia, acá hubo un ejército que avasalló
todos los derechos humanos".
En
México la tiranía del crimen organizado tampoco da descanso. La noche del 10 de
mayo, fecha en que se celebra el Día de las Madres, la activista Miriam
Elizabeth Rodríguez Martínez fue asesinada por un comando armado. Miriam representaba
al Colectivo de Desaparecidos de San Fernando en el estado de Tamaulipas; como la
señora Mirna en Sinaloa, ella se consagró a la búsqueda de su hija Karen,
desaparecida en 2012, a la que encontró años después, sin vida y enterrada en
una fosa clandestina. El mismo 10 de mayo, las madres de otros desaparecidos
marcharon por las calles de Xalapa, la capital veracruzana, para denunciar el
aumento de secuestros, lo que significa más desapariciones y, en muchos de los
casos, más muertos. Días antes, el 5 de mayo, el rector de la Universidad
Nacional Autónoma de México expresaba que la muerte de Lesvy Berlín Osorio
Martínez, la chica de 22 años que encontraron en los jardines de Ciudad
Universitaria, “representa todo lo que como sociedad no queremos ser”.
Pero
somos. Aunque el gobierno mexicano rechace las conclusiones del informe del
Instituto de Estudios Estratégicos (IISS) que coloca al país como el segundo en
muertes más violentas, solo por debajo de Siria. Aunque también ignore el
Informe Anual de Amnistía Internacional 2016/2017 que destaca el caso de México
por la gravedad -por la frecuencia, por la impunidad- de las violaciones a los
derechos humanos en su territorio. Aunque siga sin esclarecerse la desaparición
forzada de los 43 estudiantes de Ayotzinapa. Aunque haya alrededor de 30 mil
desaparecidos y el inventario siga en aumento. No es realismo mágico, pero el
país sí es un llano en llamas donde “los muertos pesan más que los vivos; lo
aplastan a uno”, como en los cuentos de Juan Rulfo.
Acaso
por esto, es que Las Rastreadoras se aferran a la vida y la buscan en la
unidad, en la organización, al capacitarse. Buscan y paso a paso se encuentran con
otros mexicanos como los que integran el colectivo Nodo MxM. Su trayecto también
implica una búsqueda interior, el reconocerse en esta realidad completamente
distinta en la que han dejado de ser victimizarse y, más allá del impasse político, comienzan a asumirse
como reconstructoras de una sociedad asimétrica y doliente que no puede darse
el lujo -el desperdicio, la parsimonia- de pensar en el futuro, porque si pretende
que llegue, primero ha de ocuparse del presente, de hacer, de todas, una lucha
común que una los aprendizajes de aquí y de allá, que articule lo que está
desarticulado. Se nos olvida, pero es lo que hicieron Los topos, el equipo de
rescatistas mexicanos que se formó a raíz del terremoto de 1985: levantando los
escombros, aprendieron que esto no se trata de otra cosa sino de rastrear, de
buscar la vida.
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