El periodismo no está muerto
“La muerte no se reparte como si fuera un bien. Nadie anda en busca de
tristezas”
Pedro Páramo
Desde hace ya unos años, muerte es una palabra que parece cubrir
a todo México con su arrogante sonido. Sí, muerte con “M” de mujer, de migrante,
de marginado, de minorías que por el número ya no se pueden nombrar así; muerte
de más, de miles. Aquí hasta el silencio grita muerte mientras el gobierno
escucha impasible y los ciudadanos lo hacemos pasmados, como si olvidáramos que
la historia de nuestro país la hemos escrito dolorosamente a costa de muchas
vidas perdidas y abundante sangre derramada.
Pero estos días su resonancia
es más fuerte. 43 estudiantes normalistas, eufemísticamente “desaparecidos”, se
acercaron para susurrarnos al oído la tragedia y confrontarnos con una realidad
de la que ya no podemos permanecer al margen: México es un país en el que se
ejerce a placer cabal y cotidianamente la violencia verbal o física, hasta el
grado de terminar con la existencia de quienes cruzan o habitan su territorio.
Y aquí es donde nos
encontramos, abrumados por un entorno hostil del que no logramos salir y en el
que el tiempo transcurre entre una especie de realismo mágico, al estilo de
Juan Rulfo, y de surrealismo que se asemeja al de Luis Buñuel. Hechos insólitos
en un contexto realista; humor cruel que nos escandaliza. Los mexicanos nos
dolemos de nosotros mismos, pensamos que no hay remedio para esta enfermedad
social que se multiplica y que, de a poco, nos lleva a creer con vehemencia que
el periodista Miguel Ángel Granados Chapa se equivocó al decir que, el nuestro,
no era un destino inexorable.
Pero no es así. Si bien la
muerte nos ha hecho sentir que a nuestros pulmones sólo les entra un aire fétido
y denso, también es cierto que una brisa suave y ligera ha logrado colarse en
el ambiente para permitir que sigamos andando. Este viento fresco se llama
periodismo y está compuesto por heterogéneas, recursivas y audaces crónicas que
puntualmente han dado muestra de la existencia de seres humanos buenos, como
Kapuśiński pensaba debían ser los periodistas, que en verdad han sabido estar,
ver, oír, compartir y pensar cuando su país más se los demanda, para desafiar
esta anomia que se traduce en depresión ciudadana.
Sin más, les digo que me
refiero a la impecable narrativa con la que Marcela Turati nos permitió conocer a Julio César, el rostro detrás
del normalista desollado en Iguala; a la eficacia descriptiva de Sanjuana Martínez para recorrer con su
pluma las cinco hectáreas de milpas que siembran los alumnos de primer año en la
Normal Rural Raúl Isidro Burgos de Ayotzinapa; al sentido del detalle de Humberto Padgett para mostrarnos quiénes estuvieron allí, aquél
26 de septiembre en que fueron privados de su libertad los 43 jóvenes
normalistas; al oficio de relatar un país mostrado en cada relato escrito por Diego Enrique Osorno y a la pasión e
ironía de Juan Pablo Proal para
recordarnos que lo que leemos es lo que somos.
En este saco entran también
los tozudos esfuerzos de nuestros Periodistas
de a pie como Lydiette Carrión y
de Jenaro Villamil con su Homozapping;
así como de Fabrizio Mejía y Alejandro Páez Varela, para interpelar
al status quo y despertar a una
sociedad que aún no termina de asumirse como agente transformador. Quedan para
siempre las miradas personales, las formas más elaboradas, el lenguaje figurado
de quienes, se dice, investigan como periodistas y escriben como escritores. Tal
es el caso de Juan Villoro y de Jorge Zepeda Patterson. Y los cronistas
finos como Guillermo Osorno o Elmer Mendoza, recordándonos que no hay
necesidad de inventar ni de caer en lugares comunes si es que realmente se termina
la jornada de trabajo con los zapatos llenos de polvo. Tampoco puedo omitir la investigación
a fondo de Adela Navarro y la
capacidad de informar con sensibilidad de todo el equipo de Rompeviento y de la Primera Emisión de
Noticias MVS con Carmen Aristegui.
Habrán de faltarme otros tantos nombres, periodistas de medios locales o alternativos que, sin protagonismos, arriesgan su vida y la de su gente para que los ciudadanos estén bien informados. Testigos de los hechos, hombres y mujeres con un extraordinario don de síntesis para cronicar la pequeña y la gran historia. A todos ellos no los olvido, sencillamente los integro a una amplia lista de profesionales que hoy, cuando en México resulta difícil tener esperanza en un futuro más digno, han hecho honor a una profesión que Gabriel García Márquez llamó “el mejor oficio del mundo” y que, explotando al máximo este género híbrido, dan cuenta de una gran noticia. No, no nos equivoquemos, todos cargamos muchos muertos en nuestros hombros, pero el periodismo, ese sí que no está muerto.
Habrán de faltarme otros tantos nombres, periodistas de medios locales o alternativos que, sin protagonismos, arriesgan su vida y la de su gente para que los ciudadanos estén bien informados. Testigos de los hechos, hombres y mujeres con un extraordinario don de síntesis para cronicar la pequeña y la gran historia. A todos ellos no los olvido, sencillamente los integro a una amplia lista de profesionales que hoy, cuando en México resulta difícil tener esperanza en un futuro más digno, han hecho honor a una profesión que Gabriel García Márquez llamó “el mejor oficio del mundo” y que, explotando al máximo este género híbrido, dan cuenta de una gran noticia. No, no nos equivoquemos, todos cargamos muchos muertos en nuestros hombros, pero el periodismo, ese sí que no está muerto.
Crónica de teleSUR. Ayotzinapa, el peligro de informar
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