Urbanismo: La vida intramuros en El Ruedo
El Ruedo, Distrito de Moratalaz, Madrid. Fotografía: G. Serrano (2018). |
Artículo originalmente publicado en:
Escribió Paul Bowles: “Casi cada aspecto de España
debe su carácter a una contradicción. El elemento más importante del paisaje es
que en medio de la aridez da la impresión de fertilidad, la arquitectura es al
mismo tiempo un acuerdo y un choque entre conceptos occidentales y orientales
de proporción y de formas, la gente acostumbra a ser o bien muy rica o bien muy
pobre”.
• • •
Desde el
exterior, aridez y fertilidad disimulan sus fronteras, pasan desapercibidas. Este
punto de la capital española es un “descuido” enorme en la “ciudad de los
cuidados” que promueve el Ayuntamiento. Es la arquitectura como un acuerdo de
crear algo que aseguran no es un gueto, pero lo parece. Una cajita redonda de cemento
para contener la pobreza y ocultar el choque de la desigualdad en una sociedad
de primer mundo con habitantes de distintas categorías. En cualquier caso, una
contradicción.
La aridez
representada en maleza rampante, basura acumulada en las esquinas, carritos del
supermercado abandonados, latas y botellines de cerveza entre matorrales, muros
deteriorados, barrotes oxidados, muebles en desuso, cualquier clase de cacharrería,
juegos infantiles decolorados por el sol y un silencio abrumador como el que se
escucha al caminar por el Cementerio de la Almudena.
Mientras, la fertilidad se revela en algunas macetas con flores vistosas, dos señoras charlando, la
niña de vestido rosa y sonrisa transparente que juega con su muñeca, el par de adolescentes
que escuchan música sentadas en una banca de madera, el chico de cabello largo
rizado que se pasea en bicicleta y aquellos desperdigados por la cancha de
futbol con las palabras igualdad y solidaridad pintadas sobre la barda de
ladrillo que la rodea.
El Ruedo, Distrito de Moratalaz, Madrid. Fotografía: G. Serrano (2018). |
Vista exterior de El Ruedo, Distrito de Moratalaz, Madrid. Fotografía: G. Serrano (2018). |
Nada imaginable si
no se mira el interior, de diseño antipático que solo exhibe un muro separatista
con ventanas diminutas y figuras geométricas, una suerte de caracol de cemento que
ni los repartidores de comida se animan a penetrar, dicen. Así es El Ruedo, un lugar de mala fama al que
todavía no llegan los turistas con sus maletas ni los inversores inmobiliarios
con su mecanismo gentrificador.
Las dos mujeres me
observan con recelo y atentas a mis pasos, la pequeña sin temor me dirige un
gesto amable, las adolescentes me ignoran y el chico de la bicicleta no rehúye mi
acercamiento para conversar. Le pregunto si puedo hacer una foto del grafiti y
responde medio desconfiado que sí, que haga lo que quiera siempre y cuando no
lo fotografíe a él porque no tengo su autorización. Sus dos amigas se aproximan
de inmediato, en parte por curiosidad, en parte —supongo— a modo de defensa.
Se dice tanto y
tan poco de este edificio en el distrito
de Moratalaz, construido en los años noventa y pensado para reubicar e
integrar a más de trescientas familias del Pozo del Huevo en Villa de Vallecas:
que abunda el trapicheo de droga y la delincuencia, que es territorio comanche,
que eso hace años que pasó, que las ventanitas son para silenciar el tráfico
constante de vehículos por la M-30, que la entrada no es tan mala; en fin, que comparado
con una chabola es mejor.
Sabemos —por reportajes en distintos medios— el nivel
de desocupación en la zona, los sitios de donde provienen, el grado de
escolaridad y la edad de “Los que llegaron”. También la opinión de los vecinos
acerca del reordenamiento urbano. Tenemos datos, cantidades, estadísticas, testimoniales
vagos, pero apenas alcanzamos a sopesar los sentires, las necesidades
inmateriales y las vivencias cotidianas de esta población etiquetada y hasta el
momento ilegible para el resto, desvanecida del paisaje madrileño.
Uno de los accesos a las viviendas que conforman El Ruedo, Distrito de Moratalaz, Madrid. Fotografía: G. Serrano (2018). |
Lo cierto es que
alrededor no hay ánimo de barrio —bares de
tapas, tiendas de alimentación. Lo cierto es que luce sucio y descuidado como los
triciclos que abandonamos en la infancia. Lo cierto es que esta tarde nublada
de domingo, 10 de junio, mi presencia incomoda por inusual, por advenediza,
porque todo el entorno ahuyenta la convivencia humana y sugiere el
retraimiento. Porque, de esta forma, el encuentro se convierte en lo abstracto
y la soledad en lo concreto.
No es el único
sector en estas condiciones, hay otros en otras partes. En el barrio de San Pascual, distrito de
Ciudad Lineal, existen bloques de viviendas que tampoco invitan a la existencia
en común ni a reconocerse las fisonomías. Sin embargo, en contra de este
ambiente y como lo canta Nacho Vegas, nada es intocable. En medio del estiaje
se levantan “pequeños gigantes”, personas que proponen “nuevas formas de
respirar”, colectivos municipales que procuran “sombra a los de abajo”. Entre
ellos la Asociación Vecinal de San Pascual, Barrio Blanco y la Alegría, La
Rueca y el Teatro Comunitario Mosaicos que aquí realiza un taller con jóvenes
inmigrantes de República Dominicana.
Asociación Vecinal de San Pascual, Barrio Blanco y La Alegría en el Distrito de Ciudad Lineal, Madrid. Fotografía: G. Serrano (2018). |
Taller de teatro comunitario, “Mosaicos”, en San Pascual, Distrito de Ciudad Lineal, Madrid. Fotografía: G. Serrano (2018). |
Pero dejemos el
localismo para revisar otros contextos; por ejemplo, la experiencia en el suburbio
multicultural de Longsight, en Mánchester, Inglaterra, donde la
fotógrafa Roxana Allison se decantó
por transformar dos callejones, alleyways, convertidos en tiradero de desperdicios —ropa, paraguas, colchones, jeringuillas usadas—
y con la ayuda de un par de amigas pasó, en palabras
propias, “de la pasividad a la acción vecinal” con el fin de limpiar ese rincón
que antes era una incomodidad, un padecimiento:
Callejón en el suburbio de Longsight, Mánchester, Inglaterra. Fotografía: Roxana Allison (2016). |
“Cuando menos lo
pensamos, ya teníamos el apoyo de las autoridades, la escuela local y la
cooperativa de vivienda; habíamos planeado un taller de reciclaje para niños y
tocábamos puertas invitando a los vecinos a sumarse a la primera limpia de la
manzana. Aún estábamos escépticas, pero emocionadas”, apunta Roxana en un texto
que escribió para documentar y compartir más allá del ámbito inmediato las
actividades que llevaron a cabo, este proceso que continúa.
“Los dos
callejones problemáticos empezaron a verse totalmente distintos. Las plantas les
dieron otra cara y por fin daban ganas de caminar o jugar en ellos, aunque lo
más significativo de la mejora fue nuestro cambio de mentalidad, estar
dispuestos a asumir responsabilidades y promover el empoderamiento vecinal. (…)
Si bien la mayor parte de los residentes se ha dado cuenta de que la labor ha
sido fructífera, estamos conscientes de que aún falta mucho por hacer”.
Participación ciudadana en el suburbio de Longsight, Mánchester, Inglaterra. Fotografía: Roxana Allison (2018). |
Mural en el callejón en el suburbio de Longsight, Mánchester, Inglaterra. Fotografía: Roxana Allison (2018). |
Lo mismo podría
suceder en El Ruedo con un ápice de voluntad, con un esfuerzo mínimo que altere
la dinámica actual y provoque cierto cambio, ese comienzo del que habla Roxana:
afanes sencillos, intentos como botellas echadas al mar para que alguien las tome
y, quizás, descubra el mensaje que llevan dentro. Sería lo deseable, pero el
periodista Martín Caparrós nos recuerda en Palabras al viento, texto recién
publicado en El País Semanal, que en
ocasiones “es más fácil pensar el fin del mundo que el fin del capitalismo”. O
el fin de un no-lugar. O el fin de ciudades para unos cuantos. Desde otra
perspectiva, en su novela El caballero
inexistente Ítalo Calvino explica que el oficio de escribir —y
valdría añadir el de leer— consiste en extraer
aprendizajes más grandes de situaciones con pinta de insignificantes y, al
terminar la página, darse cuenta de que lo que se sabe es
insuficiente. Tan reducido como nuestro conocimiento de otras realidades o la
simple idea de que es posible transformarlas. Tan limitado como creer que El
Ruedo no tiene un después y, sencillamente, está condenado a ser eterno. ¿Lo
está?
Lecturas complementarias:
Lecturas complementarias:
- Actualización (marzo 2019): Los sonidos de El Ruedo (El País Semanal).
- La arquitecta que derrumba muros (Gatopardo).
- Los ODS y el nuevo rumbo de las ciudades.
- El Zulista: una cuenta de Twitter que muestra con humor "el museo de los horrores inmobiliarios".
- El arrabal contra el feudo virtual .
- Los vecinos del Ensanche de Vallecas denuncian el abandono del barrio.
- Carne humana.
- Aerial photos reveal the stark divide between rich and poor.
- The mistery of urban psychosis.
- Los eventos culturales y su influencia en el desarrollo económico de las ciudades.
- "La ciudad te convierte en un sujeto vulnerable aunque no lo seas".
Asociación Caminar (El Ruedo, Moratalaz, Madrid).
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