A veces: violencia de género
Andamos cambiándonos nosotras
para cambiar el mundo.
Guisela López, escritora guatemalteca
A veces, leyendo el periódico,
uno se entera de sucesos afortunados y de calamidades. Provechosos
acontecimientos como La Semana de Yucatán en México que se realizó del 10 al 19
de julio en el Palacio de los Deportes y deplorables escenas, azotes a la
dignidad humana que toman el cuerpo o la voz de una persona en particular, como
los de cierta adolescente que tuvo relaciones sexuales con un hombre casado y, en
represalia a su actuar clandestino, fue obligada a caminar desnuda por las
calles de la comisaría de X’Bec en Yucatán. A veces también ocurre que uno
escucha a sus conocidos decir frases como “parece bien portada” o “esa no es
buena chica”. Son serenas y cotidianas expresiones que con ferocidad definen a
nuestro género, a las mujeres correctas
que se ocupan del hogar y de sus hijos o a las vendedoras de placer que por las
noches reciben dinero a cambio de una caricia, un beso o algo más, como las
sexoservidoras de la calle 58, en el centro de Mérida, también en Yucatán.
A veces hay mujeres que -literalmente-
todas ellas son venganza pura, como la que sorprendió a su esposo teniendo sexo
con una menor de edad a la que desnuda y exhibe con sadismo por las calles de
la comisaría de X’bec, mientras le grita “lárgate, a las zorras así se les
trata”. A veces hay otras mujeres que transforman su rabia contenida en
esperanza, como Susana Collard, quien decidió contar y reivindicar lo que es
normal para mucha gente, las historias de las trabajadoras sexuales de la
capital yucateca, luego que en 2012 visitara la muestra de textos e
ilustraciones coordinada por el fotógrafo y antropólogo Christian Rasmussen en
el Museo Fernando García Ponce-Macay,
en la Ciudad Blanca. Fue a partir de ello que Collard desarrolló la dramaturgia
de “Las mujeres decentes de la calle 58”, la puesta teatral que se presentó del
10 al 12 de julio en el foro La Cantera de la Ciudad de México con la compañía
Asheville Contemporary Dance Theatre.
A veces las gélidas estadísticas
que ofrece el INEGI y ahora recoge el periodista Humberto Padgett en su
artículo “La violencia en el EDOMEX alcanza a todas las mujeres; ninguna se
salva”, son terroríficas: “24.5 millones de mujeres
casadas o unidas de 15 y más años en el país, poco más de 11 millones, han
vivido algún episodio de maltrato o agresión en el transcurso de su vida
conyugal. 16.2 por ciento de
las mujeres casadas o unidas violentadas por su pareja han sufrido agresiones
de extrema gravedad. 56.4 por ciento de las casadas o unidas han vivido algún
episodio de violencia económica”. Son cifras que deberían ponernos, al menos a
las mujeres, el corazón caliente y la mente pensativa. Más, si consideramos que
hay quienes afirman que el feminismo o la perspectiva de género están de moda. ¿Será
también un uso, una costumbre en boga que el Estado de México represente la
entidad de la República Mexicana con el mayor número de mujeres casadas o
unidas que han sido agredidas por su pareja a lo largo de su relación?, ¿será
algo pasajero que 52 de cada 100 han sufrido al menos un
incidente de violencia en el último año?
Aquello que identifica “lo femenino” y “lo masculino”, es una
construcción sociocultural a la que todos ponemos un ladrillo con el que vamos
edificando sólidos muros, unidos y fijados con una argamasa que define la
distribución de poder entre géneros y asuntos como la autonomía de la mujer con
respecto a su cuerpo o el reconocimiento jurídico de sus derechos sexuales y
reproductivos. A veces, cuando esos muros se agrietan, se filtran esfuerzos
reivindicadores como el sitio web “Nunca más a mi lado”, un “proyecto literario
que pretende desenterrar y exponer historias de violencia de género”. Son
mínimas demoliciones cotidianas que reclaman otro tipo de convivencia y nuevas
formas de comunicar la equidad, las cuales alcanzan su culmen en manifestaciones
como #NiUnaMenos, la concentración del 3 de junio pasado frente al Congreso de
Buenos Aires, en Argentina, que se originó a raíz de la muerte de Chiara Páez,
la joven de 14 años, embarazada y presuntamente asesinada por su novio. Un acto
masivo que sobrepasó cualquier expectativa, de la misma forma que los
feminicidios rebasaron el silencio y la vergüenza de la sociedad argentina.
Sin embargo, por descabellado que parezca, a veces las propias
mujeres devoramos mujeres y después vomitamos números, desapariciones y asesinatos.
A veces inclinamos la cabeza y permitimos que nuestra mudez nos engulla y
otras, es la colectividad quien con una palabra puede hacernos pedazos o
dejarnos crujiendo, en segundos, como ramitas secas. A veces es de admirar el
talento del ser humano para la crueldad. A veces uno escribe por situaciones sistemáticas
e inadmisibles que se convierten en fotografías de nota roja, cadenas de
complicidades, dedos acusadores, temores en minifalda caminando por las calles,
abortos clandestinos, alertas de género tardías, agresiones disfrazadas en los
bares o comentarios exaltados en las redes sociales. Saber quién fue Flora
Tristán o quién es Gloria Steinem, a veces contrarresta la fuerza de este persistente
Leviatán. Sin embargo, mirarnos a nosotras mismas y reconocer los rostros
detrás de la violencia, podría ser una sacudida tan tremenda como el temblor de
Nepal que aceleró la rotación del planeta 1.6 microsegundos. A veces la tierra
requiere estos ajustes, las sociedades también.
Artículo publicado originalmente en Homozapping, el 17 de julio de 2015.
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