El sábado por la noche (apuntes de verano 1)

Barrio de Lavapiés, Madrid (España). 2016 G. Serrano ©

Cerca, en la esquina de mi departamento, hay una plaza pequeña y en apariencia desprovista de cualquier encanto. El sábado por la noche, desde la ventana, escuché el sonido de guitarras y de gente cantando, pero no me bastó con advertir la música y las voces, tuve una necesidad urgente de salir y mirar; así que rellené una botella de agua con un poco del vermut que tengo en casa, tomé mis cigarros y me dirigí hacia la plaza. Eran las tres de la madrugada, había cuarenta o cincuenta personas reunidas en pequeños grupos dispersos, algunos tomaban cerveza, otros solo conversaban. Un hombre dormía sobre un colchón, dos más sobre cartones, tapados con cobijas. El grupo más numeroso era el que cantaba y, sentados en el piso, daban forma a un círculo humano de desvelados que completaba la escena. Entonces me senté en una banca: para escuchar, para ver, para empaparme de la felicidad ajena que duele porque también es la nuestra. “Esta es una plaza”, pensé. Y agradecí la posibilidad del momento, el apropiarnos juntos del lugar para esperar el amanecer, para sentir la fuerza de gravedad que tiene lo heterogéneo, lo múltiple; y para contemplar, sin mayor pretensión, el transcurrir de la vida. La vida de quienes no tienen techo, de los amigos tarareando una canción, de los inmigrantes africanos que se saludan con un gesto particular y, claro, también la mía, sentada en aquella banca mientras recordaba la reunión de horas antes con un grupo de mexicanos que por razones igual de diversas han llegado de a poco a vivir aquí. Y fue en ese momento cuando comprendí, como el cronista Hernán Casiari en el metro de Buenos Aires, “por qué amo desesperadamente esta ciudad”, Madrid.

Barrio de Lavapiés, Madrid (España). 2016 G. Serrano ©

Barrio de Lavapiés, Madrid (España). 2016 G. Serrano ©

Barrio de Lavapiés, Madrid (España). 2016 G. Serrano ©


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