Renacido / Renacida, una película
No se trata de buscar héroes.
Tampoco es el filme ni sus doce nominaciones al premio de la Academia de Artes
y Ciencias Cinematográficas de Estados Unidos. Es, más bien, la biografía de un
hombre y sus palabras que se incrustan resueltas en las mentes intuitivas, como
pelota de béisbol en el guante del receptor. “A cada paso, esculpo al animal
que hay dentro de la piedra”. No estoy segura si se refiere a su nueva cinta o
a su persona, o a las dos cosas; lo cierto es que esta es una de las frenéticas
frases que le suelta al periodista español Jan Martínez Ahrens durante la
entrevista que se llevó a cabo en Calgary, la ciudad más grande de la provincia
de Alberta, en Canadá.
Y así continúa arrojando salivazos
de filosofía a través de su boca: “Me excita poder fallar”. “Soy muy duro, muy
militante, muy exigente; se me teme más que se me quiere. La gente sabe que no
va a haber tregua, pero logro conectar con ellos, porque no exijo nada de lo
que no doy y porque la experiencia crea una catarsis, lleva a un conocimiento
profundo de las capacidades de todos nosotros. Cualquiera puede hacer una
película, pero lograr una buena es abrir una guerra a muerte, principalmente
contigo mismo. Por eso me da miedo cada vez que voy a empezar una, porque no la
suelto”.
Hay que tener experiencia en el
oficio periodístico para dibujar a otro ser humano con la firmeza en el trazo
de Ahrens y escribir: “Sus frases son
articuladas; la voz, grave y fuerte, arrastra una modulación radiofónica, pero
suena sincera. A veces, antes de hablar, medita. Largos segundos hasta que
cincela la idea. Y entonces la desgrana con seguridad.” O para narrar de esta
forma: “Quizá sea herencia de su padre, un banquero que se arruinó y se rehízo
vendiendo fruta, o de su propia experiencia iniciática, en la que conjuró un
amor cruzando el océano. Sea lo que sea, desde aquel instante no dejó de estar
en movimiento”.
Leo esta conversación, publicada
en El País el 14 de febrero de 2015, y no atino a resolver si lo que me seduce
es la voz del periodista o la del director de cine, o ambas que en su ocurrir
nos clarifican cuál es el grosor de las columnas que soportan una actividad
cuando esta se convierte en pasión que aspira a la excelencia, sin importar que
sea entorno al periodismo o en el fantástico universo de la cinematografía. De
cualquier forma, prosigo con la lectura de un Alejandro González Iñárritu que
ahora se refiere al desarrollo de una idea llevada a la pantalla grande: “Tengo
dos virtudes. Una es el concepto. Veo con precisión todo lo que no debe ser y
lo que debe ser. La segunda es el ritmo. Para
mí el ritmo es Dios”.
Y detengo la vista en esta, su atizada
y soberbia sentencia: “Sin ritmo no hay danza, ni arquitectura ni música… Las
estrellas tienen un ritmo, el universo está rítmicamente ordenado, el arte es
la palpitación de ese ritmo y, si no lo tienes, es imposible crear algo. Ese
ritmo lo poseo”. Este es el decir de un ser
humano consciente de que lo hizo; ¿qué? eso de estar en el fondo del precipicio,
levantarse y alcanzar el cielo. Es el pensar del individuo con mayor rango dentro
de la comunidad, el sentir del macho alfa, del que va primero en la procesión, del
mexicano que hizo la proeza de ganar con Birdman cuatro estatuillas en la
entrega 87 de los Premios Óscar y del que espera repetirla en la siguiente que sucederá
el 28 de febrero.
Y me digo que todo está bien, que su exigencia y
perfeccionismo deberían calcarse o transmitirse genéticamente, que me inspira a
escribir aferrada a la misma tozudez y brío con los que él dirige cada una de
sus cintas. Pero, entonces, quizás porque soy mujer o porque sé que una hembra
también puede ser alfa, recuerdo que en 2016 se conmemoran 100 años del Primer
Congreso Feminista en México, el que se realizó en Yucatán y en el que
participaron resueltas mujeres como Elvia Carrillo Puerto y Consuelo Zavala
Castillo. Y recuerdo, además, que en la zona metropolitana de Mérida recién
asesinaron a la joven Martha Eugenia Martínez Ávila.
Y luego pienso que Osiris Yamel Córdova Mayo, la
chica tabasqueña que encontraron muerta el 5 de enero en Tulum, no es parte de
una trama del celuloide. Tampoco Ruth Noh, la niña de siete años violada y
asesinada, cuyo cuerpo fue hallado el miércoles 13 de enero en Cancún. Es por ellas
y por otras tantas mujeres, que ahora me pregunto cuándo será el día en que otra
cineasta como Kathryn Bigelow, acapare las miradas durante su recorrido por la
alfombra roja en el Teatro Dolby; cuándo llegará la hora en que una mexicana
sea entrevistada y diga: “nada puede escapar, todo es responsabilidad mía, de
todo he de saber” y, cuándo, será ocasión para que alguien escriba los lances
de una mujer que vive en las montañas y es herida de muerte por el ataque de un
oso.
Una mujer taumatúrgica que se repone e intenta
vengarse de quienes la abandonaron a su suerte. Una Boudica en el siglo I o una
Zenobia en el siglo III. Es decir, una renacida.
Artículo publicado originalmente en Homozapping, 16 de enero de 2016.
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