Saber Mirar La misma luna: 100 años del 1er Congreso Feminista
La puerta estaba cerrada:
- ¿Quién es?
- Soy yo
- No te conozco
Y la puerta siguió cerrada.
Al día siguiente:
- ¿Quién es?
- Soy yo
- No te conozco
Y la puerta siguió cerrada.
Y al otro día:
- ¿Quién es?
- Soy tú
Y la puerta se abrió.
(Del poeta persa Farid al-din Attar)
“Lo cierto es que cada vez me
gusta más leer que escribir, escuchar que hablar, pensar que opinar”. Eso dice
el periodista Alfonso Armada y, me parece, no se equivoca. Fue precisamente
leyendo “Viaje al corazón de la península” (CONACULTA, 1998), del escritor
Hernán Lara Zavala, que supe de la existencia de una yucateca a quien, de
acuerdo con los estándares de su época, ya se le había pasado el tren del
matrimonio y la maternidad; algo que a ella poco le importó porque, en su
lugar, decidió subirse a un avión supersónico que la llevó más lejos: el de la
educación.
Me refiero a Consuelo Zavala
Castillo (Yucatán, 1874-1956), destacada pedagoga que en 1905 creó la Escuela
Fundamental y Profesional, uno de los primeros centros educativos laicos y
mixtos de la región. Doña Consuelo fue además precursora franca del feminismo
en México y presidenta de la Junta Directiva del Primer Congreso Feminista que
hubo en nuestro país, aquel realizado en Mérida en 1916 gracias a las gestiones
del general Salvador Alvarado y del que este año se conmemoran, por supuesto,
100 años.
En otro lado del mundo, en Madrid
para ser exactos, hubo otra como ella que se definió por su intensa e
innovadora labor docente. Se trata de la filósofa María de Maeztu (Vitoria,
1881 – Mar del Plata, 1948), directora por veintiún años de la famosa
“Residencia de Señoritas”, institución cuna del feminismo madrileño que en
octubre de 2015 celebró 100 años de su fundación. Ambas profesoras de espíritu arrojado,
Consuelo en Yucatán y María en la Comunidad de Madrid, dedicaron su vida a
defender el legítimo derecho de toda mujer a la igualdad de oportunidades en la
educación.
En 1947, Consuelo recibió la
medalla “Eligio Ancona” en el estado de Yucatán y la medalla “Ignacio Manuel
Altamirano” en la Ciudad de México. María, por su parte, fue nombrada Doctora
Honoris Causa por diversas universidades del mundo. Pero esto no es una
soporífera cátedra de historia, sino un forzoso tema actualidad porque detrás
del denostado movimiento feminista a nivel internacional, lo que se encuentra es
la permanente lucha de las mujeres por ser sujetos dignos de interlocución
dentro de una sociedad en la que predominan las voces masculinas.
Por ejemplo, en 1988, la
investigadora estadounidense Virginia Elwood-Akers publicó el libro “Mujeres
corresponsales de guerra en la Guerra de Vietnam, 1961-1975” (Scarecrow Press)
y le presentó al mundo los arrinconados relatos de más de 75 mujeres que
cubrieron el combate. La periodista bielorrusa Svetlana Alexiévich, ganadora
del Premio Nobel de Literatura 2015, también hizo que su género fuera escuchado
a través de “La guerra no tiene rostro de mujer” (Debate, 2015), la narración
testimonial y confesional de aquellas que fueron miembros del Ejército Rojo
durante la Segunda Guerra Mundial.
Hoy, en Yucatán, organizaciones
civiles como Ni Una Más, A.C y Red Feministas Peninsulares y Servicios
Humanitarios en Salud Sexual y Reproductiva, A.C., se encargan de dar
continuidad al dedicado trabajo de mujeres como Consuelo Zavala Castillo y de construir
entornos libres de violencia de género, convocando a encuentros como “Mujeres
sin maquillaje: a cien años del grito de libertad”, evento que se llevó a cabo
el pasado 13 de enero en la capital yucateca, todavía desconcertada por el reciente
asesinato de la joven Martha Eugenia Martínez Ávila.
Mientras tanto en Madrid,
Clásicas y Modernas, la asociación para la igualdad de género en la cultura,
con la colaboración de CaixaForum, organiza por estas fechas “Ni ellas musas,
ni ellos genios, cuestionando el imaginario de la creatividad”, el ciclo de
conferencias entorno a las biografías de célebres parejas de artistas e
intelectuales como Simone de Beauvoir y Jean Paul Sartre o Tina Modotti y
Edward Weston, cuyo objetivo es reflexionar y repensar el papel de las
creadoras en el ámbito cultural, que a menudo aparece velado en las crónicas
oficiales.
Consuelo, María, Virginia y
Svetlana, son cuatro profesionales que en distintos momentos históricos han puesto
en evidencia una realidad que en ocasiones nos negamos a ver: el principio de
igualdad y de no discriminación por razón de sexo, a pesar de estar reconocido
en la Declaración Universal de los Derechos Humanos de Naciones Unidas, sigue
siendo una aspiración mucho más que un asunto consumado. Y es casi entendible
porque son nuestras conductas cotidianas, aparentemente inofensivas, las que
representan el principal estorbo para revertir esta asimétrica condición que
estrecha más nuestra de por si reducida democracia.
Pero también pensar en ellas y en
sus vidas, nos lleva inevitablemente a fracturar el mito de la distancia y reconocer
que, en el fondo, los seres humanos no estamos tan lejanos unos de otros. Más
allá de los regionalismos o de los rasgos identitarios que distinguen y enorgullecen
a cada pueblo; ya sea en México, España, Estados Unidos o Rusia, al final del
día, cuando uno levanta la mirada como buscando respuestas en ese pedazo de
infinito cielo que nos corresponde, hombres y mujeres, sin que medie diferencia
alguna, lo que siempre vemos es -no lo olvidemos- la misma luna.
Artículo publicado originalmente en La Jornada Maya, 15 de enero de 2016.
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