Basta de asesinatos
Ciclo Mujeres con la impunidad 2017, La Casa Encendida © G. Serrano |
Fue bastante clara, vino a Madrid
para decir una sola cosa: “Basta de
asesinatos de defensores del medio ambiente en Latinoamérica”. Y lo dijo
así, corto y fuerte, porque la gravedad del asunto exige quitarles el ornato a
las palabras, ahorrarnos los eufemismos. Se presentó en un lugar que, como
metaforizaba Eduardo Galeano, es un mar de fueguitos: centro cultural, centro
social, centro de formación no reglada, espacio de reflexión y debate,
plataforma de apoyo y difusión, laboratorio de creación, foco de estímulos,
edificio accesible y punto de encuentros. Un espacio -imaginemos- de los que
debería haber al menos uno en todas partes y varios en las favelas brasileñas o
en las comunas colombianas.
Bianca Jagger -nicaragüense, activista, embajadora de Buena
Voluntad del Consejo Europeo y sí, expareja del Rolling Stone- estuvo en La
Casa Encendida como invitada al
ciclo “Mujeres contra la impunidad 2017”.
Le pidieron que participara como altavoz, como referente, como pensamiento
legítimo en contra de la desigualdad, de la violencia y de la discriminación
basada en el género. Entonces inició recordando que estaba en México para
recibir el Premio Mayahuel en el marco del Festival de Cine de Guadalajara
2016, en marzo, cuando supo de la muerte de Berta Cáceres, la indígena lenca que se enfrentó a diversos
proyectos hidroeléctricos, mineros y madereros en Honduras y -tal vez por eso-
terminó asesinada.
Antes, en 2015, Berta ganó el
Premio Ambiental Goldman, el Nobel Verde que se concede a defensores del
medioambiente. Antes, también, recibió 33 amenazas de muerte. Pero ni el premio
ni las advertencias impidieron que le quitaran la vida. Un año después, el
periódico The Guardian ha dado a
conocer información que vincula su asesinato con inteligencia militar de las
fuerzas especiales estadounidenses. El problema es que “el mundo guarda silencio ante la epidemia inadmisible de asesinatos”,
dijo Bianca, previo a realizar un recuento de los casos más emblemáticos, desde
Chico Méndez (Brasil, 1988) hasta Isidro Baldenegro, el indígena rarámuri
asesinado apenas en enero de 2017, en México.
En México que ya no es famoso por
sus playas ni por sus zonas arqueológicas ni por su gastronomía ni por la
calidez de sus habitantes, sino por la impunidad con la que, permanentemente,
se violan los derechos humanos y se mata gente. No es exageración, es realidad:
en México, como cantaba el ídolo del pueblo, José Alfredo Jiménez, la vida no
vale nada. Y Bianca, que sabe de estos temas, no evitó hacer una breve mención
de Javier Valdez, el periodista mexicano
que asesinaron hace unos días, el 15 de mayo, en la ciudad de Culiacán, en
Sinaloa. En Sinaloa que dejó de ser famoso por sus mariscadas, por su
música de tambora, por su puerto de Mazatlán, siempre alborotado, donde murió Ángela
Peralta, el Ruiseñor Mexicano que en otros tiempos encantó con su voz al
público de Barcelona, Roma y Lisboa. Eso es -digamos- historia antigua, ahora
el estado es famoso por ser territorio de narcotraficantes, como El Chapo
Guzmán. Y de periodistas que se juegan la vida al hacer su trabajo, como
Javier.
Bianca Jagger, La Casa Encendida 2017, © G. Serrano |
Pero “no es un país, son muchos”, insistió Bianca mientras argumentaba
cada frase con cifras, con fechas, con nombres resultado del trabajo de
documentación que realiza The Bianca
Jagger Human Rights Foundation. Dijo que el país más peligroso para un defensor del medio ambiente es Brasil,
seguido de Filipinas y Colombia. También habló de Guatemala y, otra vez, de
México. Luego se refirió a Chile, a Perú, a su país natal. Resaltó el daño al
ecosistema generado por las represas hidroeléctricas -en operación, en
construcción o planificadas- en la Amazonia; aunque, con sus vaivenes, la
situación es similar en los demás países. Y afirmó que la destrucción es medioambiental y humana, que una lleva a la otra
y quien defiende la biodiversidad -los ríos, sus afluentes, a los indígenas, a las
comunidades caribeñas- se arriesga cada vez más a ser perseguido.
En la primera fila del auditorio
se encontraban Reinaldo y Carolina
Herrera, el empresario y la diseñadora de modas, los dos venezolanos. Antes
de finalizar, Bianca aprovechó para agradecer la asistencia de sus amigos a este
encuentro que coordina la Asociación
de Mujeres de Guatemala, y manifestar su indignación por la muerte del
sobrino de la pareja, Reinaldo
Herrera, de 35 años, a quien encontraron sin vida el pasado 11 de mayo en
una carretera de Caracas, Venezuela. “¿Qué
les puedo decir? Seguiré defendiendo a las y los activistas, seguiré
denunciando, y espero que después de escucharme ustedes también lo hagan”, así
concluyó la “hija de Latinoamérica” que se ha opuesto a la pena de muerte, que
rechaza el intervencionismo de Estados Unidos y que acusa abiertamente a Daniel
Ortega, el presidente de Nicaragua, de ser el principal enemigo de su pueblo.
Otra latinoamericana también estaba
entre el público: la escritora chileno-australiana Silvia Cuevas Morales. Su
poema He perdido el apetito, bien
podría resumir lo que se vive en nuestros países cuando se es mujer o indígena
o defensor del medio ambiente o periodista. Cuando no se tiene a nadie. Cuando
solo se tiene a uno mismo para abrazar. Cuando el temor es de doble filo.
Cuando ya hemos oído aquel grito en otra ocasión.
He perdido el apetito
Y masticamos lágrimas
sofocándonos de calor.
Pedacitos de palabras
se nos adhieren a los dientes,
y en vano tratamos de escupirlos
y caen de nuestra boca torpemente.
Las sílabas corren de comienzo a final.
Se tropiezan y caen,
y las vomitamos
hasta que yacen confundidas,
perdidas en todo sentido.
Palabras decapitadas.
Mutiladas.
Torturadas.
Todas visten uniforme,
y se ocultan detrás de un antifaz.
Caen silenciosamente sobre orejas muertas.
Se nos escapan de nuestras lenguas,
y las cuerdas vocales ya no significan nada.
Meros trocitos de carne insípida
que ahogan el lamento del necio.
Las preguntas no cesan,
pero la maquinaria se oxida
y cuando lentamente deja de funcionar,
sólo se escucha un grito sordo
Y masticamos lágrimas
sofocándonos de calor.
Pedacitos de palabras
se nos adhieren a los dientes,
y en vano tratamos de escupirlos
y caen de nuestra boca torpemente.
Las sílabas corren de comienzo a final.
Se tropiezan y caen,
y las vomitamos
hasta que yacen confundidas,
perdidas en todo sentido.
Palabras decapitadas.
Mutiladas.
Torturadas.
Todas visten uniforme,
y se ocultan detrás de un antifaz.
Caen silenciosamente sobre orejas muertas.
Se nos escapan de nuestras lenguas,
y las cuerdas vocales ya no significan nada.
Meros trocitos de carne insípida
que ahogan el lamento del necio.
Las preguntas no cesan,
pero la maquinaria se oxida
y cuando lentamente deja de funcionar,
sólo se escucha un grito sordo
Encuentro con Laura Zúñiga Cáceres, defensora de los derechos humanos hondureña, hija de la activista Berta Cáceres. La Ingobernable, Madrid. 12 de febrero 2018. © G. Serrano |
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