Contra los muros, el arte como puente
Entrevista
La humanidad vive tiempos convulsos. Y cuando
decimos convulsos, los expertos explican que eso significa tiempos de
volatilidad, incertidumbre, complejidad y ambigüedad. Son días en los que aquí,
en Europa, o allá, en América, frente al miedo se levantan muros, se propagan mentiras,
se buscan culpables. Los discursos del siglo XXI parecen, cada vez, más
alejados de aquellos otros que en plena revolución francesa avivaron la
esperanza al grito de Liberté, egalité, fraternité y sentaron las bases de la democracia. En cambio,
palabras como racismo o sexismo que suponíamos inoperantes, siguen formando
parte del repertorio de noticias en los diarios. De noticias que ponen en
evidencia las relaciones de dominación no solo entre hombres y mujeres, sino
entre países. También la precariedad alrededor del mundo y las consecuencias de
una crisis política y cultural que impactan a diario en la vida de millones de
personas.
Las guerras, los refugiados que se diseminan
huyendo de las guerras, el ascenso de los partidos de extrema derecha en Europa,
la xenofobia que se incrusta en los barrios y en las mentes de los que habitan
esos barrios. El mundo entero se vislumbra incomprensible; como antes señaló
Ortega y Gasset, “no sabemos lo que nos pasa y eso es precisamente lo que nos
pasa”. En estos momentos, bien podríamos pedirle prestados sus versos a la poeta
polaca que recibió el Nobel de Literatura en 1996, a Wislawa Szymborska, para
decir que en 2017 “la historia llegó sin trompetas victoriosas: nos arrojó
tierra sucia a los ojos”. Sin embargo, a pesar del desasosiego que nos circunda
la vida no es algo que se observa en blanco y negro, más bien en escala
de grises, en claroscuros. Y en esta gama de tonalidades se entrecruzan el
devenir de la historia y las narraciones personales.
“En abril de 1944, París todavía respiraba”,
escribió Paul Éluard. En abril de 2017, tras una primera ronda electoral en la
que Francia decide su futuro, también. Sin perder de vista el centro, en la
periferia francesa ocurren otros relatos que a menudo se pierden en la marea
informativa, biografías que merecen mirarse de cerca porque también dan cuenta
de la existencia y representan el contrapeso del caos. Son paisajes humanos que
nos acercan a lo cotidiano, que nos permiten interpretar y comprender el
presente más allá de lo mediático, anecdótico o pintoresco. Pequeñas lecciones para
agarrar al vuelo, microhistorias fundamentales, como la de un músico mexicano
en París.
Las más de las veces, precisar nuestra auténtica vocación y ejercerla
es andar un camino tan zigzagueante como el ascenso a la montaña Tianmen, en
China, o al Col de Turini en los Alpes franceses. Casi nunca significa un trayecto
en línea recta por una carretera pavimentada, sin desviaciones ni sobresaltos. Ahí
está de muestra Jean-Baptiste Clement, el compositor y comunero francés autor
de Le temps des cerises (El tiempo de las cerezas), que desempeñó
más de treinta oficios.
Iván Adriano Zetina Ríos (Ciudad de México, 1985) es intérprete, compositor, artista sonoro y
musicólogo. Estudió guitarra clásica en la Facultad de Música de la Universidad
Nacional Autónoma de México (UNAM) y luego una maestría en música y musicología
en la Universidad Sorbona de París. La suerte y un viaje a Serbia conspiraron
para que ahora viva en Colombes, un suburbio parisino. Cuando le pregunto sobre sus inicios,
me dice que no escuchaba música clásica ni era un niño admirador de Bach,
Vivaldi o Chopin. Si bien recibió cierta influencia de la trova cubana, él
quería ser un rock star y tener su
propia banda, por eso aprendió a tocar la guitarra eléctrica. La necesidad o la
necedad de descifrar el cosmos –ese sistema ordenado, ese discurso armonioso–
que resguardan las partituras y que solo comprenden unos cuantos, le llevó a
profundizar en los estudios musicales para acercarse después, como le sucedió a
Leonard Cohen, a la guitarra clásica.
En 2006 fue becario del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes (FONCA)
y obtuvo el diploma di merito por sus
estudios en la Academia Chigiana de Siena, Italia, con el Mtro. Oscar Gighlia. No
solo eso, como intérprete ha tomado clases con reconocidos guitarristas en
México, Cuba, Serbia y Holanda, entre ellos Gonzalo Salazar, Paolo Pegoraro,
Denis Azabagic, Göran Söllscher, Wilhelm Bruck, Leo Brouwer, Joaquín Clerch y
Eduardo Fernández. Afirma que su vocación es más bien autodidacta, aunque ha
sido parte de encuentros de trabajo y conferencias con compositores como Julio
Estrada, Germán Romero, Ignacio Baca-Lobera, Samuel Cedillo y Mario Lavista. También
participó en el seminario de análisis y composición de música electroacústica
en la Maison de la Recherche de Radio France.
Durante la entrevista medita sus respuestas, busca la palabra precisa,
evita que se malentienda. Sonríe, piensa en términos de música, escucha con
atención, habla con interés. Iván es un chico sereno, de expresiones y trato
amables que ha tenido un desarrollo profesional constante y copioso. Se ha
presentado en festivales nacionales e internacionales en diferentes ciudades de
México, interpretando y promoviendo a otros autores contemporáneos mexicanos;
sus obras se han estrenado en México, Bélgica y Francia y sus trabajos de
investigación han sido publicados y presentados en importantes foros en
Venezuela, Portugal, España y Alemania. Hay más: fue profesor de teoría musical
en la Escuela Superior de Artes de Yucatán (2011-2012). Como creador, destaca
su participación en las obras de teatro La
Espiral Eterna (2010) y Le Secteur
Tertaire (2012); en la instalación Tour
et Mélancolie (2014) y en cine Trois
maximes pour quatre trous (2015). Actualmente trabaja para la compañía Le
Cri du Lombric en la obra Ceux qui
naissaient y para el cortometraje L’inondation
de David Jurado, ambas creadas y programadas en París en 2017.
La anterior es una semblanza profesional, pero ¿qué dice Iván de su
trabajo?
Iván: comenzaría diciendo
que mi acercamiento a las artes fue a través de la pintura, tenía seis o siete
años cuando comencé a estudiar artes plásticas, lo que definió en gran medida
mi visión artística. En aquel entonces dibujaba a lápiz y hasta la fecha sigo
usándolo para escribir. En cuanto a mi trabajo, está la parte de interpretación
de piezas de músicos contemporáneos y otros del siglo XX. Ahora intento
reconstruir parte de la obra de Renán Cárdenas, hermano del compositor Guty
Cárdenas. Se trata de dos programas de los años treinta. Por otro lado, está mi
desarrollo en la composición, principalmente de música para obras de teatro.
Cantante, guitarrista y compositor mexicano, Guty
Cárdenas se hizo famoso al musicalizar obras como Nunca y Caminante del Mayab, representativas
de la trova yucateca con la que Iván está familiarizado, sin que eso le impida
explorar otros territorios. Es un músico con la habilidad para deslizarse entre
lo clásico y lo moderno, que igual interpreta la guitarra tradicional o la eléctrica
y que, además, se da espacio para escribir sus reflexiones más rigurosas sobre
el ritmo en la obra del compositor brasileño Heitor Villa-Lobos o el vínculo
que guardan la música de concierto y la cinematografía. Este es el bagaje con
el que frecuentemente atraviesa el Atlántico para presentarse en distintos
escenarios de Mérida, en Yucatán, ciudad en la que radica su familia y donde ha
mostrado el trabajo que realiza con diversos colectivos de teatro francés.
¿Qué implica componer música para una puesta en escena?
Iván: la música forma parte
de la dramaturgia y tiene que ver con crear atmósferas, universos. En ello hay
mucho de exploración e innovación. Me gusta hacer de la composición un trabajo
colectivo a partir de conocer el imaginario sonoro de los actores.
¿Cómo ha sido tu experiencia dentro de las artes escénicas en Francia?
Iván: es un ámbito de mucha
exigencia en el que nada se deja a la improvisación. Aquí, la creación se toma
con seriedad y rigor, pero, al mismo tiempo, hay espacio para la creatividad
personal porque en París hay una obsesión por lo nuevo y ese ha sido mi
principal aporte.
¿A qué te refieres con una obsesión por lo nuevo? ¿a lo que viene de
fuera? ¿a desligarse de lo que se ha hecho antes?
Iván: desde mi perspectiva,
siempre hay una búsqueda del sonido con base en algo previo. La música
contemporánea es la que pertenece a este tiempo, pero con influencias
anteriores. Desgraciadamente, tanto en México como en Francia es poco conocida
porque se ha reducido a ámbitos muy específicos. Soy de la opinión de sacar la
música de las salas de concierto, por eso expongo mi obra en otros lugares y la
combino con otros géneros y disciplinas, como el teatro o el cine; no estoy
peleado con ningún género: clásico, popular o contemporáneo.
Supongo que tu vinculación con otros artistas posibilita nuevos
caminos no solo de creación, sino de acercamiento a las audiencias…
Iván: sí, claro. Desde 2015
participo en el proyecto de teatro contemporáneo Ceux qui naissaient (Los que nacerán) de la compañía Le
Cri du lombric (El grito de la lombriz), donde estoy a cargo de la creación
sonora. Han sido dos años de trabajo intenso que representan todo un aprendizaje
sobre cómo hacer arte, un tipo de laboratorio de creación que me permitió
conocer a otros artistas.
¿Qué diferencias encuentras entre componer para teatro y hacerlo para
cine?
Iván: la música cumple
funciones distintas en cada disciplina. En el teatro está determinada por el
texto y se puede interpretar en tiempo real, al momento en que sucede la
escena. No así en el cine. Sin embargo, pienso que lo principal es preguntarse
qué se pretende lograr con la música en cada proyecto. Sin importar el ámbito,
cada obra exige su propio método y es producto de una reflexión específica.
Para el cortometraje Trois maximes pour
quatre trous me basé en la improvisación con guitarra eléctrica, repetí una
y otra vez cada escena para experimentar con el sonido. Fue un trabajo de
modelado, de quitar poco a poco lo que sobra hasta llegar al resultado final.
¿Es distinto el proceso creativo cuando compones de manera independiente?
Iván: Siempre persigo un fin,
ya sea sensibilizar o desarrollar el gesto musical. Me gusta pensar el sonido a
la manera de un artista plástico, como si se tratara de dar forma a la materia.
En general, mi trabajo tiene mucho de experimentación, pero siguiendo un plan,
un método personal.
Alrededor de cinco años yendo y viniendo, de México a
Francia, le han dado a Iván una perspectiva más amplia y equilibrada de cuanto
ocurre en ambos países. Durante la entrevista recuerda que fue en París,
exponiéndose a la heterogeneidad de pensamientos y estilos de vida, donde
comprendió el valor de la diversidad y la trascendencia de respetar las
libertades de todo individuo, incluidas las propias.
Iván: viajar te da la posibilidad de
contrastar, de hacer un balance de lo bueno y lo malo de tu cultura. Durante
este tiempo he tenido oportunidad de conversar con otros mexicanos residentes
en París, que vienen de distintos estados de la República Mexicana y tienen
profesiones muy diversas. Entonces te das cuenta de lo complejo que es intentar
definir “lo mexicano” porque son muchas cosas a la vez, todas legítimas.
Dentro de ese abanico policromático que es hoy la mexicanidad,
no todo son malas noticias ni políticos corruptos ni captura de
narcotraficantes. Lejos del interés de la prensa, con recursos limitados,
tocando todas las puertas posibles, sin experiencia previa en ciertas áreas y
sin proponérselo, Iván ha servido de gestor cultural para vincular a creadores
de ambos países. Gracias a este esfuerzo colectivo, en 2012 se presentó en Yucatán
la obra El tercer sector, una
colaboración entre el ensamble mexicano Tempus Regvla y la compañía francesa
Nina Tchylewska. Dos años después, en 2014, repitieron la aventura con el
concierto - instalación Tour et
mélancolie en colaboración con Sophie Wasserman.
Iván: han sido grandes experiencias. Para
los artistas que llegaron de Francia, encontrarse con un mundo artístico tan
distinto al suyo fue un shock inicial, sus rostros en los ensayos lo
expresaban. Puedo decir que se trató, verdaderamente, de un encuentro. Esa es
la palabra que lo define.
¿Cómo observas México a la distancia?
Iván: veo crítica la
situación, en especial para las mujeres porque nuestra sociedad es muy machista
y es un problema con el que deben lidiar todos los días. Es un tema que me
preocupa…
¿Hay machismo en el ámbito en que te desenvuelves?
Iván: sí, es un hecho que hay
discriminación hacia la mujer, son barreras invisibles que limitan su
desarrollo profesional. Con frecuencia se la encasilla en determinadas funciones
o puestos, de violinista o pianista, y todavía es difícil que una mujer sea
compositora porque el medio es demasiado cerrado. Sí las hay, pero son muy
pocas y las políticas públicas en su beneficio resultan insuficientes. Solo
entran dos o tres mujeres con las que se cubre la cuota de género, cuando en
realidad hay muchas más esperando que les brinden las mismas oportunidades.
¿Qué tanto tiene el arte de activismo y viceversa?
Iván: en estricto sentido, prefiero separar la política de la
creación; sin embargo, también tengo una postura que reflejo en otros espacios.
Uno de ellos es el teatro de la comuna, donde un grupo de artistas nos reunimos
con migrantes para conocer los problemas a los que se enfrentan: desempleo,
violaciones a sus derechos laborales, discriminación racial. Para mí, escuchar
es también un acto político.
Iván hace referencia a la necesidad de distinguir
entre las decisiones tomadas por los gobiernos y el sentir de la sociedad, en
ocasiones en franca oposición. Entonces pone como ejemplo el caso de ciudadanos
franceses a quienes les preocupa que se endurezcan las políticas de inmigración
en el país o que, durante su permanencia, quienes llegan no reciban el trato
digno que merecen.
Es una pregunta obligada, ¿qué opinión tienes de los resultados en la
primera vuelta de las elecciones presidenciales en Francia?
Iván: los resultados son un
síntoma de la crisis política actual, no solo en Francia, sino en el mundo.
También es una crisis de la propia ciudadanía. Vivimos un tiempo crítico, de
incertidumbre; la gente no se siente representada, hay mucho desencanto por la
situación económica, la precariedad laboral, los conflictos sociales y, en el
caso específico de Francia, por la violencia. En este sentido, los resultados
no me sorprenden, pero todo puede suceder. Si me preguntas, espero que no gane
la ultraderecha.
El inagotable conocimiento empírico del que se
nutre día con día, le ha hecho ver que los países del llamado primer mundo distan
mucho de ser paraísos exentos de conflictos como se les percibe desde otras
latitudes, por lo regular con base en los estereotipos que difunden los medios
de comunicación. Tal vez el París de estos días no es la fiesta exquisita y
excesiva de la Generación de Fuego en los años veinte que Hemingway rememoró en
su libro, pero Iván es feliz, se siente acoplado y le entusiasma el alto nivel
de compromiso hacia la cultura y las artes que percibe dentro de la comunidad
artística. El profesionalismo de sus colegas, reflejado en aspectos tan sencillos
como la puntualidad, es un rasgo que agradece.
Iván es uno de los rostros en la multitud que
conforman esa mixtura entre lo local y lo global; su obra, un reflejo
involuntario de los ritmos que escucharon nuestros abuelos y de los que ahora
escucha la generación millennial. Al asomarnos, como por una ventana que se
abre, su estancia en Francia revela que tanto los puentes como los muros no son
construidos por las naciones, en abstracto, sino por las personas que las
habitan, en concreto. La música, el teatro, el cine son los puentes que él
eligió para franquear lo que para otros parece imposible: las distancias y las
diferencias. O lo que, es decir, para crear y dejar constancia de su paso en
sintonía con el de otros.
Artículo originalmente publicado en Zero Grados.
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