Entendiendo la España interior
Camino a Jaén, España. 2017 © G. Serrano |
“(…) Y también están los viajes de los que no hacen ninguna de todas esas cosas —los viajes de los viajeros—; y los viajes inútiles: los viajes de los que viajan para contar”.
Leila Guerriero
MADRID, 2017 - Antes se escribían cartas. Cartas manuscritas y sobre papel. Cartas de amor: sereno, atormentado, correspondido, de saudade. Cartas maravillosamente sucias como las de Joyce a Nora. O profundamente íntimas, como el epistolario entre Cortázar y Pizarnik. O sensiblemente lúcidas y comunes, como las que intercambió Marie Curie con sus dos hijas. O detalladamente autobiográficas, como las 44 de Roberto Bolaño a Bruno Montané Krebs.
¿Todavía lo hacemos? ¿Escribir? Sí, y mucho, pero ahora enviamos mensajes directos de Twitter. Usamos Facebook Messenger, Telegram, WhatsApp. Cuando viajo escribo con profusión. De preferencia en una libreta que cabe en mi bolso, y a veces en el móvil. Escribo para no olvidar el dato: el nombre de cierto camarero, la frase que escucho en una esquina. Con ingenuidad, para registrar las emociones: mi asombro en su estado más puro. Y por la creencia terca de que para otros puede ser interesante conocer aquellas cosas que con atracción miran mis ojos: un grafiti, una tienda de objetos peculiares, el paisaje panorámico desde el ángulo elegido en algún mirador. Texturas, caras, símbolos, estéticas.
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Pero mirar también es pensar. Esto es parte de lo que pensé mientras estaba de viaje por la región andaluza y luego se convirtió en el wasap que envié a un amigo investigador:
“Digamos que lo mismo busco en cada salida. De momento, ver y comprender la España interior. La cotidiana, la que intuimos, la que obviamos, la que nos contaron, pero nunca hemos visto; la que no aparece en los diarios, la del calor o el frío perversos que solo asimilas y de la que puedes escribir cuando la palpas: al medio día en una plaza inanimada, intentando arrastrar tu equipaje y sin saber qué hacer las siguientes dos o tres horas antes de que salga tu tren rumbo a la capital. Es la España del Club Diana en Úbeda, por ejemplo. (…) Los periodistas solo contamos (acaso exploramos) la realidad, mostramos una mirada (acaso la nuestra) y tratamos de hacerlo lo mejor posible, con recursos novedosos, de modos distintos para que cada cual saque sus conclusiones”.
En días posteriores, ya de vuelta en Madrid, comencé a organizar mis apuntes de viaje que resultaron en estas líneas sobre una parada en particular:
Jaén tiene un Centro de Congresos que, supongo, es para hablar de olivos y de clima extremo. Durante el verano, a mediados de agosto, Jaén es como viajar en un vagón sin más pasajeros. Como decir callejones empedrados y calles desiertas a cualquier hora —casi a toda hora—. Como recorrer un municipio de tiendas que nunca abren —o que casi nunca abren—. Como escudriñar una ciudad de gente dedicada al pequeño comercio: a la venta de ropa, electrodomésticos y todo tipo de productos para bebés. Como caminar un poblado de iglesias desproporcionadas y apercibirse miniatura. Como el sitio donde las mujeres se ponen guapas para la cena.
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Jaén.
Como el Santo Reino donde uno se abandona a los designios de Hestia y de Dionisio. Como comer en una gastrotaberna andaluza y hablar con Juan, el hostelero al que apodan “Abuelo” y dice que Úbeda tiene más que ofrecer a los visitantes, que esto del turismo rural apenas comienza y no entiende bien por qué. Como comprobar que tiene razón. Como tapear en exceso por mero acto de supervivencia: queso de cabra payoya, un bocatín de paté con paletilla ibérica y cebolla caramelizada, gambas cocidas y “explosión de chocolate con helado de toffee”. Como beber vino tinto, jerez y limoncello. Como comer sin hambre y beber sin sed. Como releer el menú para comer algo más, para permanecer a la sombra y salvarse del infierno. Como tener pensamientos absurdos sobre la combustión espontánea. Como esperar, esperar, esperar. Como observar a un grupo de chicas que celebran un cumpleaños.
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Jaén.
Como 47 grados al mediodía y 38 a la medianoche. Como percibir la diferencia y agradecerla. Como contemplar la vida en reposo y disfrutar una acción fundamental: mojarse la piel —los brazos, las piernas— en cada una de sus fuentes. Como escuchar a lo lejos un concierto en el que tocan canciones de Héroes del Silencio. Como recordar con nostalgia la década de los ochenta. Como repeler esa nostalgia. Como llegar a la calle Salsipuedes y pensar que se trata de una broma. Como pasar por una calle y ver la pinta sobre un muro que dice: “Si te hiere no te quiere”. Como ver a una pareja que discute afuera de un casino. Como deambular por donde sea, ansiando el aire acondicionado de la pensión en avenida Madrid de pasillos mortecinos y elevador verde. Como la cama matrimonial mullida y el baño compartido que siempre está ocupado.
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Jaén.
Como sentirse un personaje en El Resplandor de Kubrick. Como imitar y disculpar el temperamento de Jack Torrance. Como agradecer que solo se está de paso. Como desayunar en la cafetería de su terminal con pisos de mármol tipo tablero de ajedrez. Como sospechar que eres un pequeñísimo peón en un tablero gigante. Como leer: “Jaén Orgullos. No importa a quien ame, lo que importa es que tengo la capacidad de amar. Y tú, ¿la tienes?”. Como un amanecer nublado para dar un último paseo y apreciar por vez primera la magnificencia gris de su catedral. Como mirar el gesto doliente de la Virgen de la Amargura. Como entrar en un bar añoso con retratos de actores y actrices de la Edad de Oro de Hollywood. Como tomar un café con leche y recuperar el juicio y hallarse bien. Como recordar —solo entonces— esta frase en un poema de Louise Glück: “Y a veces me siento parte de algo / muy grande, profundísimo y ubicuo”.
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Jaén.
Como regresar a casa en un vagón sin más pasajeros. Como ver campos de olivo y luego de viñedos. Como buscar sentido y encontrarlo en las palabras de Paul Auster: “No hay una sola realidad, cabo. Existen múltiples realidades. No hay un único mundo. sino muchos mundos, y todos discurren en paralelo... Cada mundo es la creación de un individuo”.
Jaén.
Como arder al sol. Como arder al sol. Como arder al sol. Dos días eternamente.
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Posdata: Nuestra actualidad en una frase y dos lecturas para pensar el caso Cataluña, visto desde fuera de España.
"Esta sociedad necesita desenseñar el odio, aprender a darse la mano", R. Kapuscinski sobre Angola, 1975.
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