Crónicas entre México y España desde la mirada femenina: Encarni Pindado

© Encarni Pindado

“Me gusta cubrir las historias de tránsito y conocer el por qué, el origen de su migración”.

Nos reunimos en Madrid, en una plaza cercana al metro Alonso Martínez donde las terrazas y bares se encuentran repletos. Repletos de gente y del alboroto de la gente que conversa sin parar. Y aunque el sol está por ocultarse, el calor se siente como si fuera mediodía. Mientras aligera el bochorno con una caña, Encarni Pindado me habla de su experiencia como mujer, como migrante y como fotoperiodista dentro de un ámbito predominantemente masculino.


© Encarni Pindado

— En 2010 me fui a vivir a México con la idea de hacer un proyecto sobre migración con enfoque de género. Ya antes, en el 2003, había estado en Latinoamérica; en ese entonces visité Chiapas y luego bajé a Guatemala, donde conocí al Comité de Unidad Campesina, dedicado a recuperar las tierras que históricamente les pertenecían, y gracias a ellos a las mujeres de la Asociación FAMDEGUA que buscan a sus familiares desaparecidos durante la guerra en la década de los ochenta. Ese es el punto de inflexión en mi historia como fotoperiodista, porque comprendí la fuerza que tienen las organizaciones de mujeres y quedé fascinada.

La narración de Encarni fluye como manantial. Sus ojos, su voz, su expresión completa tienen la contundencia de quien conoce el paisaje del que habla porque ha estado ahí para mirar: las exhumaciones, el dolor y la pérdida, la falta de justicia y la impotencia.

    A pesar de que han sido amenazadas, estas mujeres nunca paran su búsqueda. Cuando hablaba con ellas, me dejaba alucinada su capacidad de resistencia después de haberlo perdido todo.

Tras ese primer viaje en 2003, Encarni regresó a Londres, ciudad en la que vivió desde los diecinueve años. Pero en lugar de quedarse decide salir de nuevo, ahora para llevar a cabo un proyecto sobre mineras en Bolivia, donde también se topa con los perfiles de mujeres latinoamericanas que denuncian problemáticas sociales. Mujeres pobres. Mujeres invisibilizadas. Mujeres. Para 2010, ya tenía clara la temática que quería abordar y México representaba el lugar indicado para hacerlo.

400 mil personas cruzan la frontera sur de México de manera irregular buscando llegar a Estados Unidos. Pero en esta migración las mujeres no solo son víctimas del crimen organizado, de las redes de trata y de las autoridades que las desaparecen, que las violan, que las extorsionan, vaya, que les hacen de todo, sino también de sus propios compañeros.

Poco a poco se va quedando en México, sin un plan específico más que el de contar estas historias. Conoce el Movimiento Migrante Mesoamericano y a otras activistas como la socióloga mexicana Martha Sánchez Soler —hija de refugiados españoles—, quienes le transmiten sus aprendizajes sobre la migración en femenino.  

— Pretendo exponer que hay una feminización de la migración, pocas veces considerada por las autoridades y por los propios medios de comunicación. Todos los seres humanos somos migrantes, pero antes quienes se marchaban eran los hombres y las mujeres se quedaban cuidando a los hijos, a los abuelos o las tierras. Hasta que también comienzan a migrar y a tener cierta autonomía.
No se equivoca. De acuerdo con información de Mujeres en Red, la Organización Internacional del Trabajo (OIT 2003) calcula que de la totalidad de migrantes internacionales, la cantidad de mujeres ha aumentado del 47 por ciento en 1960 hasta el 49 por ciento en el año 2000. Un dato que también respalda el estudio Women Immigrants: Stewards of the 21st Century Family, realizado en 2008 y presentado en 2009.
— Estamos hablando de todo tipo de migraciones, incluidas las internas. Yo me he centrado en la migración de mujeres centroamericanas en tránsito por México. Visité albergues y organizaciones, me entrevisté con académicos y periodistas para conocer las características particulares de su migración. Por ejemplo, que se ha convertido en una opción familiar, es decir, que los padres envían a sus hijas a Estados Unidos para garantizar el reenvío de dinero de manera constante. Otro ángulo que logré documentar fue la violencia como columna vertebral de la migración. No solo la violencia física, sino la estructural y cultural que se ejerce sobre la mujer.

Mujer migrante guatemalteca descansa en el albergue para migrantes en Oaxaca, al sur de México. Antes de comenzar el viaje se puso una inyección anticonceptiva que dura tres meses, para evitar quedar embarazada si es violada en la ruta migratoria, su amiga que ya había hecho este viaje con anterioridad se lo recomendó. Foto: Encarni Pindado Foto: Encarni Pindado. © Encarni Pindado

Encarni se refiere al abuso que sufren las mujeres cuando comentan que viven en unión libre, lo que significa que no pertenecen a ningún hombre y, por ende, pueden ser propiedad de cualquiera. Se refiere a las jovencitas que a los quince años quedan embarazadas, que abandonan sus estudios, que comienzan a trabajar y en solitario sacan a sus hijos adelante. Se refiere a las mujeres encarceladas por haber tenido un aborto espontáneo. Se refiere a todas las mujeres que —en sus palabras— quedan reducidas y optan por migrar.

    No son mujeres empoderadas, pero tampoco son víctimas. Desde que deciden tomar una maleta y romper con el contexto de pobreza o de violencia, desarrollan estrategias de resistencia y toman decisiones importantes. En la mayoría de los casos no llegan a su destino porque son deportadas y vuelven a su país mucho más empobrecidas. De cualquier manera, el ejercicio de salir es una modificación.

En algunas ocasiones, Encarni sigue la pista de estas mujeres, se encuentra con ellas o sabe de su situación por medio de las redes sociales o de otras personas. En un futuro, le gustaría ampliar este proyecto para cubrir el origen, tránsito y destino de las migrantes. Por lo pronto, las alianzas estratégicas que ha hecho con reporteros, colectivos de periodistas y diversas asociaciones, le permiten conocer, cada vez mejor, el terreno por el que camina y detenerse a mirar donde nadie mira. En esta charla ofrece cifras, pormenoriza características, cita información de organismos internacionales.

    En 2011, la CNDH documentó más de 11 mil casos de secuestros a migrantes en solo seis meses, de abril a septiembre de 2010. El secuestro es una pieza clave de la violencia hacia los migrantes, ya sean hombres, mujeres o niños. Me gusta publicar pequeñas historias, fragmentos que cuentan la realidad desde una óptica diferente.

¿Hogar dulce hogar? “Si me quedo me matan”. La crisis oculta de refugiados en Centroamérica es el informe que realizó en coordinación con Amnistía Internacional. De la misma forma ha colaborado con ACNUR, la Agencia de la ONU para los refugiados, y en el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo, mediante el cual los propios migrantes documentaron su viaje. El objetivo periodístico de Encarni se aleja de lo inmediato, se cuece a otro tiempo del que dicta la agenda mediática. Prefiere trabajar en equipo, rechaza la dinámica de que sea el propio periodista quien capture una imagen con el teléfono móvil o que se pretenda “ilustrar” textos con fotografías de agencia. “Yo no ilustro textos, yo cuento historias”, me dice.

    Todo depende del lugar en que te encuentres. Para hacer una buena foto es importante conocer el contexto, saber escuchar y saber mirar alrededor. Mirar con la razón, con el pensamiento. Cuando voy a los albergues para migrantes puedo pasar cuatro o cinco horas charlando con la gente antes de hacer la primera foto. Lo hago con muchísimo respeto para que no se sientan como el objeto de tu imagen. A veces no fotografío los rostros, en particular si eso pone en peligro sus vidas.

Cuando le pregunto cuál ha sido su experiencia como migrante en México, Encarni responde que, quizás, no sabe lo que es ser mexicana, pero sí lo que significa ser mujer y dedicarse al fotoperiodismo. Comenta que se trata de un oficio masculino y lleno de machistas. Le molesta que los medios de comunicación retraten a la mujer solo a través de estereotipos: la víctima, la madre abnegada, la chica sexy, el ama de casa o la cuidadora.

    Lo que nos cuenta la prensa latinoamericana es que las mujeres no existimos. Lo mismo sucede con los premios. Ser mujer fotoperiodista es muy difícil porque es un campo competitivo en el que no se nos reconoce. Debemos empezar a alzar la voz y decir que esto es una mierda.  

El humor es su mejor defensa cuando intentan intimidarla o cuando suponen que, por ser mujer, pueden aprovecharse. Dice que es un tanto de instinto y otro de estrategia. “Ser independiente es una puta mierda porque no tienes nadie que te ampare”, comenta y matiza que, por otro lado, en ocasiones esta condición genera confianza y le permite acercarse a los entrevistados con mayor facilidad. De cualquier forma, hace cálculos y concluye que los números no alcanzan para que un fotoperiodista independiente pueda vivir de su trabajo.

    Si te enfermas o si te roban el equipo, tienes que apañártelas como puedas. Eso sí, cuando matan a un periodista los dueños de los medios y la sociedad se lamentan, pero nadie dice nada sobre nuestras condiciones de trabajo. El gremio se ha precarizado hasta límites insospechados. Para subsistir, hago “contorsionismo fotográfico”.

Sin embargo, ama su profesión. Encarni piensa que la fotografía le permite contar historias y convertirse en el puente para que en otras latitudes comprendan distintas problemáticas que, en apariencia, pueden considerarse ajenas o lejanas. “Vivimos en burbujas, pero afuera hay otro mundo que debe ser visto. Todos somos responsables de lo que les pasa a otras personas. Pienso que las cosas difícilmente cambiarán, pero no puedo evitar ser idealista, creo que nuestro trabajo abre ventanas y tiene que estar ahí para revelar o, al menos, para incomodar a quienes deciden este mundo”, comenta. 

    Creo que nos falta contar historias positivas y apostar por proyectos sociales o culturales. He encontrado relatos de mujeres migrantes que han transformado su biografía y son un auténtico ejemplo; lo que me aportan no tiene precio.

© Encarni Pindado

Migrante desde hace 24 años, al llegar a México sintió que debía disculparse por ser española. Por ser —como algunos la consideraban— “rica, blanca y gachupina”. Pronto aprendió que el nuestro es un país racista que sabe discriminar al indígena, al pobre o al extranjero. Pero los prejuicios se esparcen como el polen y España no es la excepción, por eso piensa que en ambos países necesitamos desaprender, quitarnos las etiquetas de colonizador y colonizado. En su caso, no se siente desarraigada. La suma —y no la resta— de experiencias, ha hecho de Encarni una mujer un poquito española, un poquito londinense y un poquito chilanga. Hoy sabe que todos vamos y venimos con un legado, que serpenteamos por la vida con cierto bagaje que determina nuestra mirada y la enriquece.

    México está pasando por uno de los peores momentos de su historia y el periodismo es un indicativo. Es preciso visibilizar que se está silenciando a los periodistas desde el poder o a través del crimen organizado y que ya nadie está a salvo. Si me preguntas, percibo un deterioro generalizado de la sociedad y ninguna opción de cambio. En España creemos que vivimos en una democracia y es mentira. Nos quieren vender la idea de que la crisis ha pasado, pero la seguridad social es más mierda que nunca. En estas circunstancias, es admirable que haya gente dispuesta a ayudar a otros, gente que representa pequeñas balsas de humanidad.   

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