Conversaciones con mexicanos en el extranjero I: activismo
Fotografía: G. Serrano.
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“Educarse es un trabajo de toda la vida”, David Foster Wallace.
Parece lugar común, pero con frecuencia nuestra mente se convierte en el enemigo a vencer. En 2005, el autor de La broma infinita (Infinite Jest, 1996, Little, Brown and Company), David Foster Wallace, dirigió a los graduados del Kenyon College uno de esos mensajes que fisuran el cráneo y llegan al sistema nervioso central. Fisuras más, fisuras menos, les dijo que la certeza es siempre ciega y que una mentalidad hermética aprisiona de tal forma, que el prisionero ni siquiera se da cuenta de su encierro. También, frente a la que podría ser la siguiente, una generación más de consumidores implacables y profesionistas frustrados habló del verdadero valor de la educación, que no es enseñarnos a pensar, sino a elegir en qué ocupamos nuestros pensamientos.
En 2018, además de conmemorarse cincuenta años del Mayo Francés, se cumplen diez años de la muerte de este escritor. Utilizando su pensamiento como brújula para sopesar la evolución de la protesta social, regreso también a la siguiente charla —en 2016— con un activista que salió de México para revalorar su país a la distancia. Un amateur originario de Sinaloa, con estudios en administración de empresas, lengua y literatura hispánicas, guionismo, realización de cortometrajes e historia del cine, que vive en Madrid, donde ha trabajado en el sector turístico, el hostelero y ahora en el inmobiliario. Un joven que prefiere permanecer en el anonimato, por lo que me referiré a él como “A”.
En contraste con el carácter ocurrente de los mexicanos —más acentuado en los sinaloenses— “A” recuerda que a su llegada observó cierta frialdad y escaso sentido del humor entre los madrileños. “El chiste, la broma, el doble sentido, todo eso me hacía falta”, señaló. Sin embargo, más tarde la convivencia diaria le hizo ver que, en realidad, a la gente de aquí también les gusta disfrutar la fiesta y fácilmente se puede iniciar una plática con cualquier desconocido. Y continuó:
— De Madrid me gusta que el intervalo para sentirte joven es muy amplio. Cuando sales de cañas te puedes encontrar a personas de edades de lo más diversas. No hay una tendencia, como en México, donde se planifica mucho la vida; ya sabes, terminas la carrera, luego trabajas, te casas y tienes hijos. También me gusta que los ciudadanos se involucran, hay manifestaciones por doquier y son solidarios con muchas causas.
Regresando a 2005 en el Kenyon College, en una parte de su discurso Foster Wallace explica que a menudo una misma experiencia puede significar cosas completamente distintas para dos personas, lo que da por resultado dos creencias y dos caminos para construir significado del hecho. Pensando en esta reflexión, le pregunté al entrevistado si su experiencia migratoria había modificado la apreciación que tiene de ambos países:
— Sí, absolutamente. Tengo casi veinte años viajando y lo interesante es que puedes contrastar tu cultura con otras y aprender de todas. Hay un aprendizaje sí o sí. A mí me llenó de orgullo ver que en muchos lugares la gente tiene una profunda admiración por México, su cultura, la música y la gastronomía. Donde sea que vayas, hay alguien que conoce a un mexicano y su valoración es favorable. También en cuanto a las cosas que están mal y ver que otros países han avanzado más en cuestión de civilidad. Por ejemplo, aquí las personas ceden el paso y respetan las normas. Los lazos vecinales también son más fuertes. Además, me di cuenta de que es posible vivir en paz, andar por las calles sin miedo a que te asalten o te ocurra algo. En Madrid me siento tranquilo y eso no tiene comparación. Me gustaría que pudiéramos lograr lo mismo en México. Como mexicano en el extranjero, veo que aún nos falta un buen trecho para alcanzar una vida digna. El intercambio es bueno, pero por desgracia mucha gente no regresa porque es difícil aceptar las cosas que no te gustan y eso te hace sentir bastante impotente. Sin embargo, creo que en el extranjero también se puede hacer algo por nuestro país, ya que es fácil detectar a los mexicanos que quieren unirse para lograr una incidencia social o política. Todo es válido.
¿Te desagrada algún aspecto de la vida en Madrid?
— Cuesta adaptarse a las formas. Para el español, nosotros somos muy melosos y dicen que damos demasiados rodeos cuando pedimos algo. Aquí he aprendido que ser directo no significa ser mal educado. Y bueno, el servicio a clientes me parece fatal, aunque está cambiando debido a la crisis y porque hay pocos empleos.
¿Has considerado regresar a México?
— Me encantaría. Al menos voy dos veces al año y procuro quedarme el mayor tiempo posible para disfrutar a mi familia y amigos. Lo que me detiene es que en México ejercer la libre opinión te pone en peligro y no quiero vivir en un país donde debes permanecer callado por razones de seguridad.
¿Qué dices de Sinaloa, tu estado?
— He vivido en distintas ciudades de Sinaloa. En Mazatlán la gente es fantástica, con mentalidad de puerto, son muy abiertos.
¿Y los culichis?
— En Culiacán la gente también es muy abierta, no se andan por las ramas. Y aunque tienen mucha tolerancia a la violencia, robar se considera fatal. No lo entiendo, puedes ser lo que quieras, menos rata. En los Mochis la sociedad es bastante cerrada y clasista, se creen de clase alta; eso sí, la comida es deliciosa, pues al ser un lugar pequeño, hay poca actividad y la gente ha desarrollado el gusto por la cocina. Es una ciudad muy bonita, se vive muy tranquilo. En general, Sinaloa es un estado de gente muy simpática, dispuesta a reírse de sí misma, son buenos para el chiste y fraternales. Sin embargo, como te digo, todo el estado es tolerante a la violencia, desde temprano tienes contacto con hechos violentos, yo nací rodeado de eso. Se convive con el narco, hay balaceras en las esquinas, esporádicas, pero están ahí y a la gente le parece normal. Una bala perdida es el peligro más común, realmente se vive en el ojo del huracán. Por eso critico que se cuenten las historias del narco como si se tratara de superhéroes.
Fotografía: G. Serrano.
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Frente a los universitarios David Foster se expresaba así: “Seguro lo saben, es en extremo difícil permanecer alerta y atento, en vez de hipnotizado por el constante monólogo que se produce en nuestra cabeza. Aprender a pensar en realidad significa aprender a ejercitarse en qué y cómo pensar. Significa estar consciente, lo suficientemente despierto para elegir a qué le prestas atención y cómo construyes significado de una experiencia”. Impulsada por esta idea, mi siguiente pregunta fue si estando lejos se mantiene al tanto de lo que ocurre día a día en México:
— Me preocupo por México en todo momento y lucho porque los mexicanos en el extranjero entiendan que no podemos voltear hacia otro lado. Tenemos mucho por hacer, negar la existencia de los problemas es un error. Están quienes prefieren contrarrestar la situación argumentando que México es muy bonito, que tenemos playas y cultura, pero yo les digo que eso no tiene nada que ver con lo otro. Hay que decir las cosas como son y no avergonzarse. A menudo me encuentro con mexicanos residiendo en Madrid que tienen esta tendencia o sienten que por vivir en Europa saltaron de clase social, aunque seguramente en México pertenecen a esa frágil clase media a la que le basta una enfermedad para quedar en la pobreza o enganchado con créditos. No puedes venir acá y pretender ser lo que no eres. Deberíamos entender que todos somos iguales, pero hemos tenido oportunidades diferentes.
¿Cómo percibes la situación actual en el país?
— En derechos humanos estamos en la calle. Parece una burla, es increíble que suceda una cosa tras otra: la recaptura de El Chapo, la caída del peso frente al dólar… Si haces el balance de lo que sucedió en Ayotzinapa, de cómo han jugado con los padres de los cuarenta y tres estudiantes desaparecidos y el trato inhumano que les han dado, es terrible. Me resulta inimaginable que alguien pueda desaparecer cuarenta y tres personas. Esto demuestra el grado de impunidad que existe y la presunción de poder que sobrepasa cualquier comprensión. Es la mentira histórica, pero a final de cuentas no somos tontos y sabemos que el gobierno funciona así, que ha alargado el proceso para que este fuego se vaya extinguiendo; por otro lado, lo que sucedió ha despertado las conciencias de muchas personas.
Fotografía: G. Serrano.
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Al escuchar las respuestas de “A”, en mi mente resuena la voz serena del joven neoyorquino considerado por Los Ángeles Times como uno de los escritores más influyentes e innovadores de los últimos tiempos: “No se trata de ser virtuoso. Es, más bien, un asunto de elección, de entregarse al cometido de alterar el pensamiento arraigado —y literal— de centrarse en uno mismo, para evitar ver la realidad con una mirada desértica”. Dejar de pensar en el “Yo” para concentrarse en “El Otro”, observando la existencia a través de nuestro particular lente, es lo que propone quien siendo estudiante obtuvo la mención Summa cum laude por sus tesis de inglés, y otra más más por la de filosofía. Sin olvidar esta frase, proseguí con la entrevista:
¿Por qué en México no se ha podido pasar de la protesta a la propuesta social?
— El paso de los meses y de los años diluye las protestas; la represión, las detenciones arbitrarias también influyen. El miedo ha frenado un sinfín de movimientos, pero la principal causa somos nosotros mismos que no hemos mostrado la sencillez y humildad necesarias para aprender de los errores y dar el siguiente paso, que es organizarnos. Por desgracia, algunos movimientos se desgastan debido a discusiones entre los cabecillas que se convierten en el foco de atención, hay demasiado protagonismo. La realidad nos divide y muchos mexicanos todavía se sienten fuera del barco, no comprenden que en algún momento la violencia nos puede tocar a todos, que nos están jodiendo a todos por igual. Se ha sabido de estas luchas sociales, pero al mexicano también se le bombardea con cantidad de hipótesis y la televisión manipula a la gente, tacha de revoltosos a quienes se preocupan por los problemas sociales y eso al México clasista le encanta.
Además, los mexicanos tenemos miedo a exigir porque confundimos la denuncia con la queja. No nos vemos exigiendo, hemos estado dormidos y hemos sido pisoteados toda la vida; nos sucede como a las mujeres golpeadas, que ni siquiera se dan cuenta de lo que están viviendo. Hay mucha apatía en quienes consideran que no les corresponde remediar la situación. Hay otros tantos que sí se involucran, pero se sienten desarmados porque en México no tenemos los medios para lograr el empoderamiento ciudadano. Por eso no debemos olvidar que somos nosotros, al menos en teoría, quienes ponemos a los gobernantes en sus puestos y que están ahí para servir al pueblo.
¿En nuestro país se vive o se sobrevive?
— Se aprende a sobrevivir. Cuando vas a México parece que no sucede nada; mientras no te roben o secuestren, tienes una vida muy buena y la alegría de estar con la familia y los amigos. La violencia no se percibe porque somos millones de personas, pero debemos poner énfasis en los números para que la gente sepa de los desaparecidos y muertos que el gobierno ha tratado de ocultar. La prensa está de acuerdo con ellos, no hay un periodismo que haga notas de impacto y que despierte consciencias. Todo está manipulado, en especial los medios que tienen mayor alcance. Es necesario que el mexicano se dé cuenta que estamos en un sorteo y que a cualquiera le puede tocar ser víctima de la violencia. Debemos ser sensibles ante el dolor ajeno y mano a mano pedir justicia. Es cuestión de ponerse en el lugar de la otra persona, de preguntarse cómo reaccionaría yo si me sucediera lo mismo. El mexicano es un pueblo muy sensible y si se lo propone, puede tener empatía.
¿Qué problemas consideras prioritarios?
— Número uno, la desigualdad. Después la corrupción; las instituciones están completamente podridas y algo que me preocupa muchísimo es la trata de personas, de mujeres y de niños. Cada persona que es padre o madre debería tener en mente la explotación infantil. El tema de los hijos es algo que sensibiliza a cualquiera. Dejo al final el narcotráfico porque la constante demanda de drogas en Estados Unidos hace que este sea un problema sin fin.
Fotografía: G. Serrano.
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“A” forma parte de un colectivo de mexicanos que se han solidarizado con diversas comunidades vulnerables, entre ellas los familiares de los cuarenta y tres estudiantes desaparecidos en 2014 y en la defensa de los migrantes que atraviesan el territorio mexicano. Periódicamente se reúnen para hablar de la problemática y realizar eventos para la recaudación de fondos, aunque su propósito no es solo ser una fuente de ingresos, sino influir, pasar la voz tratando de contagiar a más personas su voluntad de transformar el país.
— Aquí en España hay mucha gente que se solidariza con las causas sociales, el poder de convocatoria puede ser grande y tener la atención internacional ayuda bastante. Solo hay que sumarse para que los cambios sean posibles. En varios países de Europa se han formado colectivos de mexicanos preocupados por México, cada uno funciona de manera independiente y desde hace un par de años venimos trabajando en crear una red para estar en contacto. Te hablo de mexicanos en Reino Unido, Francia, Bélgica, Italia, Dinamarca y Australia. Esto es muy alentador, los mexicanos debemos juntarnos, enriquecernos en ideas y hacer planes juntos; algo surgirá de ello.
¿Qué proyectos tienen en puerta?
— Recién organizamos una reunión de colectivos a puerta cerrada con el objetivo de conocernos, hacer un balance de lo hecho y analizar qué más podemos conseguir. La idea es desarrollar lazos de confianza, compartir nuestras experiencias y eliminar las paranoias que pudieran entorpecer la colaboración. Este encuentro se realizó en Madrid, gracias a un grupo de activistas que convocó a otros colectivos de Barcelona, Málaga, el País Vasco y Zaragoza.
¿En este encuentro participaron españoles?
— Sí, contamos con miembros españoles que han vivido en México, que son estudiosos del Zapatismo, que tienen familia en México o, sencillamente, que se han solidarizado con la causa. Principalmente documentalistas, artistas que aportan muchísimo y tienen experiencia en trabajo colectivo.
¿Consideras la cultura como una herramienta de concientización social?
— No lo sé, es algo que no me he planteado. Quizás se puede influir por medio de la fotografía o el video, pero, más bien, pienso en estrategias directas de concientización como el uso de las redes sociales, la asistencia a conferencias, la difusión de boca en boca o en reuniones ciudadanas. Después de Ayotzinapa se realizaron diversas actividades artísticas, por supuesto que la cultura tiene un papel importante.
¿Qué mensaje envías a nuestros paisanos?
— Que se quiten de la cabeza esa idea de “nada va a cambiar”. Al no sentirse empoderada, la gente no encuentra sentido en salir a las calles con una pancarta, pero yo les pido que se sumen porque compartimos más de lo que creemos y juntos podemos ganar mucho. Les digo que no tengan miedo y que piensen que exigir un México en paz, un México mejor para todos, no es motivo de vergüenza. El camino es largo, pero hay que empezar ahora. También me gustaría que la gente de la ciudad se diera la oportunidad de tomar un fin de semana para visitar un pueblo pequeño o una comunidad indígena, a fin de construir lazos de unión y empatía. En un país de desigualdades como el nuestro, es casi fortuito ser una persona con ciertos beneficios o privilegios. No es fácil salir adelante, eso hay que entenderlo para no mirar a nadie por encima del hombro.
Foster Wallace afirmaba que “no existe una sola experiencia que no esté centrada en el Yo”. Vemos el mundo detrás o delante de nosotros, frente a nuestro televisor o nuestra pantalla, con lo cual la idea de El Otro se pierde en la urgente necesidad de lo propio, señalaba. Y que a menudo intelectualizamos la vida y nos perdemos en el cúmulo de abstracciones que genera nuestro cerebro. “Si automáticamente están seguros de qué es la realidad, entonces dejarán de ver otras posibilidades”, explicó a los chicos y chicas en aquella visita al colegio privado de Ohio. La charla con “A” llega al final, pero antes me pide que encienda de nuevo la grabadora para precisar su último comentario:
— No podemos olvidar a quienes se juegan el pellejo todos los días, debemos permanecer muy atentos porque es gente que está luchando por sus derechos y por los nuestros. Todos estamos en el barco y merece respeto y preocupación lo que ocurre con los héroes de la calle que, sin darnos cuenta, están construyendo el futuro no solo de sus descendientes, sino de toda la comunidad.
“A” se despide a la española, con un beso en cada mejilla. “Cuando ya saludamos así, entre mexicanos decimos que hemos perdido a uno de los nuestros”, me dice sonriendo. Él se queda en la Plaza Matute mientras yo camino rumbo al multicultural barrio de Lavapiés, sintiendo un agradecimiento que no puedo disimular. Uno tan involuntario y tribal de cuando dos seres humanos se acercan y comunican sin restricciones. El agradecimiento que, una vez más, me remite al diluvio de sentencias producidas por la inteligencia depresiva de Foster Wallace:
“La clase de libertad que realmente importa, implica atención, consciencia y disciplina. También ser capaces de cuidar de otras personas mediante una miríada de acciones cotidianas, pequeñas y poco atractivas. Esto es lo que significa ser educado y aprender cómo y en qué pensar. Su opuesto es la inconsciencia, el pensamiento programado. La verdad, con V mayúscula, es la vida antes de la muerte. Este es el auténtico valor de la educación, que poca relación tiene con el conocimiento y toda con la consciencia; consciencia de lo esencial que se oculta, todo el tiempo, frente a nuestros ojos y, por ello, debemos recordar una y otra vez que educarse es un trabajo de toda la vida”.
Hoy, cuando la fuerza del 15M en España parece desvanecida. Cuando surgen los pronunciamientos a favor y en contra del feminismo —o de lo que sea. Cuando la nostalgia por la efervescencia social del 68 ya no alcanza para encender la chispa de la participación ciudadana en un mundo digitalizado. Cuando la velocidad en que se difunden uno tras otro los hechos nos convierten en desmemoriados. Cuando aquí y allá el poder político cambia, pero la precariedad prevalece. Cuando por México transita una caravana más de centroamericanos que intentan alejarse de la violencia en sus ciudades de origen. Cuando todo esto ocurre, no está de más hacer un alto en el camino para meditar en esa constante que Foster Wallace se esforzó en desmenuzar: qué hacer de la vida antes que llegue la muerte, en qué ocuparse y qué descartar. Qué elegir. Por lo que comentó, parece que “A” se ha unido a la tribu de los que ya saben en qué pensar.
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