Bitácora del barrio 62: Pan de vida
Pastelería y panadería “Horno La Fé y Valencia”, calle
Valencia en el barrio de Lavapiés, Madrid 2018. Fotografía: G. Serrano.
|
Columna mensual publicada en NHU, el periódico del barrio de Lavapiés, en Madrid.
Sobre la soledad en las grandes urbes, los cuidados y la construcción de tejido social:
Me gusta comprar esas galletas cuadradas y cubiertas, bien retacadas con semillas. Pero siempre tienen más que ofrecer: pastas de té, bizcochos de naranja, rosquillas, magdalenas, palmeritas, tartas de frutas, pan de caja, el candeal y la tradicional barra para el almuerzo. Pasar por las mañanas me produce una felicidad sencilla y enorme que no puedo explicar. El olor a pan recién horneado me transporta a la serenidad de la infancia y me hace sentir cobijada, como en familia, como si a pesar de los inconvenientes la vida siguiera palpitando sin perder el ritmo. Y es que por ahí circula medio vecindario y los propietarios saben el nombre de cada persona. Ahí, entre saludos mañaneros, se cuentan las cosas importantes, otras triviales y las que solo se dicen en medio de un pedido y otro, o entre tripulantes del mismo barco.
Me gusta comprar esas galletas cuadradas y cubiertas, bien retacadas con semillas. Pero siempre tienen más que ofrecer: pastas de té, bizcochos de naranja, rosquillas, magdalenas, palmeritas, tartas de frutas, pan de caja, el candeal y la tradicional barra para el almuerzo. Pasar por las mañanas me produce una felicidad sencilla y enorme que no puedo explicar. El olor a pan recién horneado me transporta a la serenidad de la infancia y me hace sentir cobijada, como en familia, como si a pesar de los inconvenientes la vida siguiera palpitando sin perder el ritmo. Y es que por ahí circula medio vecindario y los propietarios saben el nombre de cada persona. Ahí, entre saludos mañaneros, se cuentan las cosas importantes, otras triviales y las que solo se dicen en medio de un pedido y otro, o entre tripulantes del mismo barco.
Es la pastelería y panadería “Horno La Fe y Valencia” que se encuentra en la calle Valencia en el barrio de Lavapiés. Un lugar imprescindible porque refleja la esencia castiza del barrio que poco a poco se desdibuja. Pero también un lugar de encuentro donde el tejido social se regenera espontáneamente con cada conversación. Nada nuevo ni que no conozcamos; más bien, algo tan necesario como el pan de cada día. Tan es así, que en los barrios de Chamberí y Tetuán ya existe un programa piloto en el que participan diversos locatarios a fin de ayudar a miembros de la comunidad que se sienten solos. A hombres y mujeres, gente de edades y nacionalidades diversas con la que a diario nos cruzamos y requiere lo mismo que el resto: un poco de cariño, atención, compañía.
Hace unas semanas, mientras compraba, escuché la conversación de tres ancianos que se lamentaban del abandono de los hijos. Decían que los jóvenes han dejado de ocuparse de sus viejos. El problema no es individual ni familiar, sino social, digamos que pertenece al orden de lo colectivo. Me refiero a que la sociedad española está envejeciendo y enfrenta una crisis en el ámbito de los cuidados que, de manera improvisada e informal, se encargan de paliar mujeres inmigrantes en busca de trabajo remunerado para sostenerse en el país. Son ellas quienes, de momento, pasean por las calles, ayudan en las compras o toman del brazo a los ancianos. Son peruanas, dominicanas, ucranianas, filipinas, algunas españolas. Podrían ser casi 50 millones de inmigrantes para 2033. Del otro lado, las proyecciones demográficas oficiales indican que para 2050 las y los mayores de 65 años representarán el treinta por ciento de la población, el doble del actual.
Una de las muchas solicitudes de trabajo en el ámbito de los cuidados que se ven por las calles de Madrid, 2018. Fotografía: G. Serrano. |
Una población dependiente, en ciertos casos precaria, sin expectativas ocupacionales, menos de participación política y que con frecuencia se percibe relegada del acontecer en un continente de aspecto otoñal. “Mi padre murió en mis brazos”, repetía uno de los ancianos en la panadería, impotente frente al distanciamiento afectivo que advierte entre chicos y grandes, entre su generación y la siguiente, entre quienes tienen un largo camino por delante y aquellos que antes les abrieron brecha. En espera de que las circunstancias cambien, o decidamos actuar para alterarlas, dice el refrán que las penas con pan son menos. Y quizás es cierto. Quizás por eso es valioso este y otros tantos obradores de barrio. Como escribió Juan Ramón Jiménez: “El pan se entra en todo: en el aceite, en el gazpacho, en el queso y la uva, para dar sabor a beso, en el vino, en el caldo, en el jamón, en él mismo, pan con pan. También solo, como la esperanza, o con una ilusión”.
Edición impresa del número 62 de NHU, periodismo local con visión global |
Lee las columnas anteriores:
Bitácora del barrio 61: Entre lo público y lo privado
Bitácora del barrio 60: Insignificancias que nos dan sentido
Bitácora del barrio 60: Insignificancias que nos dan sentido
Bitácora del barrio 59: Suficientemente cerca
Bitácora del barrio 58: Decir, mirar Lavapiés
Bitácora del barrio 57: Día de África
Lecturas complementarias:
El filósofo italiano Franco Berardi sobre la "epidemia de descortesía".
Urbanismo inclusivo: un antídoto contra la gentrificación voraz (ethic).
Soy un anciano, ¿todavía me ves?
¿Nos hace falta un Ministerio de la Soledad en España? (El Salto).
Madrid Central es buena opción, pero no haciéndolo así (El País).
"La ciudad te convierte en un sujeto vulnerable aunque no lo seas" (Público).
Lecturas complementarias:
El filósofo italiano Franco Berardi sobre la "epidemia de descortesía".
Urbanismo inclusivo: un antídoto contra la gentrificación voraz (ethic).
Soy un anciano, ¿todavía me ves?
¿Nos hace falta un Ministerio de la Soledad en España? (El Salto).
Madrid Central es buena opción, pero no haciéndolo así (El País).
"La ciudad te convierte en un sujeto vulnerable aunque no lo seas" (Público).
Libros en relación con el tema:
Un habitar más fuerte que la metrópoli
El arte de caminar. Un viaje a escala humana
Comentarios
Publicar un comentario