México: el lugar del sismo, el lugar de la vida
Por: Amador Fernández-Savater (autor invitado)
Este es uno de los tantos fragmentos de la historia contemporánea que la mayoría de las veces aparecen y quedan desperdigados en las redes sociales. En esta ocasión, es Amador Fernández-Savater quien nos comparte su testimonio de las horas —y los pasos vacilantes— posteriores al sismo que cimbró a la Ciudad de México el pasado 19 de septiembre.
Ciudad de México, 20 septiembre de 2017
Fragilidad común
El temblor me agarra con Ema en un taxi volviendo de la Universidad. Todos los coches se paran, algunos conductores se bajan de los autos. El taxista, un veterano del 85, nos dice que estamos en un lugar ideal y no hay que moverse. Y tiene razón: dentro de las casas lxs amigxs vivirán situaciones de terror.
Al llegar a casa: los muebles se han movido metros, los libros y los cuadros se han caído todos. Es impactante. Pero nada comparado con lo que veremos por ahí.
No hay luz ni agua ni gas. Situación de excepción en la calle, todo el mundo fuera de los edificios, de un lado a otro, en un extraño silencio.
Las baterías se nos acaban enseguida, arrastramos durante horas la sensación de incomunicación, de no saber.
En el centro de Coyoacán hay coches con las puertas abiertas y la radio a tope. Hacemos y deshacemos corrillos en torno a ellos. Y así nos vamos dando cuenta del alcance del desastre.
Todo el mundo habla con todo el mundo, se preocupa, ayuda. Mucha solidaridad, mucha amabilidad, mucha humanidad. Una conexión muy inmediata con los demás. Percepción de fragilidad común.
Cambian los ruidos de la ciudad: suenan helicópteros y ambulancias, cesan los sonidos habituales (los anuncios de tamales, etc.).
Por todas partes, grupos de gente joven con mascarillas y palas moviéndose organizados para ayudar, buscar en los escombros. Recuerda un poco lo que se cuenta del terremoto del 85: el Estado ausente, la sociedad activa y presente.
Hay decenas de edificios que han colapsado y caído, otros muchos empiezan a caer horas más tarde. Por la noche, consultando la red, es un conteo siniestro: cayeron tres en Tlalpan, uno en Tasqueña, etc.
B y T se vienen a pasar la noche en casa con sus niños pequeños, su edificio está muy dañado. Cenamos, charlamos, "jugamos a temblores", nos tranquilizamos. Tremendo día, muy largo.
Muchas horas después recupero la conexión y me llegan de golpe mil mensajes y, con ellos, mucha preocupación y mucho afecto.
Cuánto arrope. Qué bien sienta. ¡Gracias!
Ciudad de México, 21 de septiembre de 2017.
Señor Temblor.
Amanecer tranquilo en casa, con nuestros cuatro “invitados”: B, T y sus hijos pequeños, que han creado un nuevo súper-héroe: el Señor Temblor. También se juega a los temblores para acostumbrarse a ellos.
Después de desayunar, nos organizamos para echar un vistazo y una mano en el centro de la ciudad. Vamos en coche a comprar alimentos y medicamentos y llevarlos a los “centros de acopio” del barrio de la Narvarte. Máximo pragmatismo, máxima eficacia en un grupo formado mayoritariamente por mujeres: en pocos minutos llenamos dos carritos (de gasas, de compresas, de insulina, de frijoles...) en un mall monstruoso y estamos de salida.
Por todas las calles de la Narvarte, un hormigueo de grupos, bicicletas, motos, furgonetas, camiones repletos de gente que van y vienen. Son las “brigadas”, lxs voluntarios. Lxs brigadistas dirigen el tráfico, ayudan en el desescombro, se la juegan entrando en los edificios a punto de hundirse para sacar documentos, preparan alimentos, llevan medicamentos, linternas, cuerdas, juguetes, prestan apoyo psicológico... La organización del hormigueo es un misterio, pero funciona.
Una pregunta: ¿dónde está la policía, el ejército, la administración? “No hacen más que estorbar”, dice alguien. Forman por ejemplo vallas de seguridad que impiden el acceso de los voluntarios, que son -recuerdo- quienes llevan los botiquines a las zonas de desastre. La verdad es que se les ve torpes, con pocas habilidades de cooperación, bloqueados si no hay órdenes, pesados y lentos.
“Lo único legítimo del Estado son los topos”, me dice alguien. Los topos son los equipos de rescatistas, creados después del terremoto del 85, muy profesionales, pero no asalariados (eso me cuentan).
El recuerdo del temblor del 85 es una constante en las conversaciones, entre quienes lo vivieron y quienes lo conocieron de oídas. Es una especie de huella latente que se activa hoy de una manera precisa: tenemos que hacernos cargo de lo sucedido, porque nadie lo va a hacer por nosotros. A los cinco minutos de caerse los edificios, ya había gente sacando personas de los escombros. Es quizá el gran mito mexicano (después de la revolución): el mito de la sociedad civil en acción.
Es impresionante lo que ha producido el Señor Temblor y no me refiero sólo a los edificios colapsados, sino a este desborde increíble de energía, solidaridad y autoorganización. México no es sólo la corrupción y la violencia que se ven en los medios. Es lo que me gustaría transmitir con estas notas.
*Texto originalmente publicado en el muro de Facebook del autor. Se reproduce con su autorización, misma que agradezco. También se puede leer en Miradas Múltiples.
Amador Fernández-Savater
Amador Fernández-Savater mezcla actividades intelectuales y políticas. Publicó un libro de ensayos en 1999 (Filosofía y acción, Editorialímite, Santander). Participa en la editorial Acuarela Libros desde su fundación hace ahora 10 años. Acuarela ha sido una de las primeras editoriales en proteger sistemáticamente sus libros con las licencias Creative Commons, con resultados muy positivos a todos los niveles. Ha co-dirigido los últimos años la revista Archipiélago. Colabora actualmente en el diario Público, donde está al cargo de una sección de entrevistas (Fuera de lugar).
Ha participado activamente en varios movimientos sociales (estudiantil, antiglobalización, copyleft, no a la guerra, V de Vivienda…). Es co-autor de un libro sobre la experiencia de la Red Ciudadana tras el 11-M (Acuarela Libros & A. Machado, Madrid, 2008).
Actualmente, emite semanalmente desde Radio Círculo el programa Una línea sobre el mar, dedicado a la filosofía de garaje y es colaborador de eldiario.es con el blog Interferencias.
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