Entrevista (España): "...hablo de no ser ajenos a nuestro cuerpo, de sentir cada una de sus partes"
Euría van den Brule Moral |
Tiene una experiencia
de 15 años, contados desde sus inicios en el Centro de Yoga Sivananda, en
Madrid. Euría van den Brule Moral ha pasado por escuelas como el Yoga Center y la
del pionero Ramiro Calle. También
ha viajado a varios ashrams (lugares
de meditación) en la India. Es practicante de Hatha Yoga —basado en las
posturas corporales— con incursiones en Viyasa, Iyengar y Kundalini. Es
Profesora titulada por la Escuela Internacional de Yoga con certificación por
la Yoga Alliance y, efectivamente, si desconocemos todo acerca de su disciplina, lo
anterior no nos dice nada. Mejor leamos lo que esta chica madrileña tiene por
contarnos acerca de entrenarse en el arte de escuchar al cuerpo.
—
Háblame
de ti…
—
Soy
una persona solidaria y por el momento lo hago a través del yoga. Empecé desde
los 16 años porque era muy buena en gimnasia, pero ahora lo combino con la
natación. Trabajo un yoga rehabilitador que, si bien te cura en el momento, se
trata más de prevenir que de curar.
Nos
encontramos en el barrio de Malasaña, en una de las tantas terrazas de la calle
Espíritu Santo y, mientras conversamos bajo una sombrilla que nos cubre del
sol, más no del bochorno que en estos días se siente intenso, Euría habla de la
disciplina que le ha permitido desarrollar su verdadera vocación, lo que
realmente la hace feliz: ayudar a la gente. Su interés por la anatomía hizo que
se formara como quiromasajista terapéutica y deportiva, para luego aplicar
estos conocimientos a la investigación y práctica del yoga.
Sensibilidad,
búsqueda de una conexión consciente entre movimiento y respiración, y la meditación
activa son los componentes principales de sus clases.
—
Hay
quienes piensan que el yoga lo practican hípsters, hippies y veggies…
—
Es
un estereotipo. Si vas a una clase de yoga, verás que son personas trabajadoras
que quieren quitarse el estrés que traen del trabajo. Por ejemplo, a mis clases
asisten ingenieras químicas que realizan estudios sobre el cáncer. Por lo
general son más mujeres que hombres, pero esto está cambiando. Depende mucho de
la zona de Madrid, en Chueca tengo más alumnos hombres. Una de mis mejores
alumnas ha sido una mujer de 79 años, la más avanzada en una clase de 30
personas.
Euría
habla fluido y se refiere a sus clases con el convencimiento no del creyente,
sino del científico que ha hecho pruebas en el laboratorio. Con un ímpetu similar,
me explica que todos tenemos un reflejo instintivo fetal, lo que significa que
nos encogemos frente al dolor. Encogemos la espalda, el sistema reproductivo,
las caderas, los hombros. Así, el cuerpo absorbe el sufrimiento emocional que
en ocasiones —y cada vez más— se convierte en dolor físico. Desde su
experiencia, el yoga contribuye a que el cuerpo se distienda, porque ensancha
el espacio y libera.
—
Imagínate
lo que esto significa a nivel de satisfacción sexual. En el caso de las
mujeres, con el yoga comienzan a tener una actitud más poderosa en su vida cotidiana,
eso lo noto mucho. El yoga también nos permite modificar el sistema óseo
mediante la corrección de la postura. Todo esto implica una propiocepción del
cuerpo.
— ¿Propiocepción?
—
Sí.
Te hablo de no ser ajenos a nuestro cuerpo, de sentir cada una de sus partes. Muchas
personas desconocen en qué parte del cuerpo está el dolor, si es en un hombro,
en los ovarios, en la mandíbula. Hay infinidad de patologías que podríamos
solucionar por nosotros mismos a través de desarrollar la propiocepción. El
mejor médico eres tú si estás consciente de lo que te sucede. Escuchar a tu
cuerpo es escuchar a tu mente, todo está vinculado. Los problemas de comunicación
se reflejan en dolores físicos. Una persona introvertida camina engarrotada o
con los pies hacia adentro; una extrovertida, va con el pecho hacia adelante.
Cuando tienes un equilibrio emocional caminas con los pies en paralelo. El yoga
es, básicamente, equilibrio.
Sus
palabras hacen que recuerde Mon roi (Mi
amor, Francia 2015), el filme protagonizado por Emmanuelle Bercot y Vincent
Cassel, que aborda el proceso largo, intenso y lastimoso de rehabilitar el
cuerpo a partir de sanar los sentimientos. También un artículo que leí
recientemente sobre mujeres escritoras —Sylvia Plath, Leonora Carrington, Clarice
Lispector— a quienes en su momento tildaron de histéricas, de locas, de
enfermas y, quizás, ellas mismas se lo creyeron. La escritora Marta Sanz se
refiere a este daño en su libro Clavícula y lo describe como “las secuelas que deja en el cuerpo navegar a
contracorriente y de cómo es muy difícil separarlo de la psique, la química de
la fisiología, el espíritu de la economía, sobre todo, en el caso de las
mujeres que llevamos sobre la espalda un peso al que a veces no sabemos ponerle
nombre".
Un peso —digamos huérfano—
que David Foster Wallace llamó “La Cosa Mala” (Bad Thing) y Alejandra Pizarnik tradujo en este verso:
Pues esto es la vida,
este aullido, este clavarse las uñas
en el pecho, este arrancarse
la cabellera a puñados, este escupirse
a los propios ojos, sólo por decir,
sólo por ver si se puede decir:
"¿es que yo soy? ¿verdad que sí?
este aullido, este clavarse las uñas
en el pecho, este arrancarse
la cabellera a puñados, este escupirse
a los propios ojos, sólo por decir,
sólo por ver si se puede decir:
"¿es que yo soy? ¿verdad que sí?
—
Se
dice que la tendencia mundial es encaminarnos hacia el individualismo. ¿El yoga
es una actividad que lo fomenta?
—
No,
por el contrario, te vuelves más solidario porque entiendes la lucha personal,
porque sabes el esfuerzo que requiere. Primero debes conectar contigo mismo, para
hacerlo con los demás. Vamos hacia un mundo de soledad, pero creo que el yoga
es una práctica que une a la gente. En mis clases hay alumnos de todo tipo que
conectan entre ellos. Al iniciar les pregunto cómo se sienten anímicamente y sus
respuestas las compartimos en voz alta.
—
¿Qué
opinión tienes de las sociedades digitalizadas, del aparente predominio de la
vida online y de lo que se antoja
como una dictadura impuesta por el uso de la tecnología?
—
Depende
de la actitud. Hay que saber usar la tecnología a nuestro favor para que la
información llegue a más personas. Lo que no me parece es que la gente esté con
el teléfono móvil en la mano, que sea más relevante responder un mensaje que
terminar la conversación con la persona que tenemos enfrente. Es una
desconexión total con la realidad.
Euría
se enfoca ahora en las posturas corporales o “asanas”, en sánscrito. Me dice
que una misma postura tiene distintos niveles y dependiendo del nivel de cada alumno,
es necesario hacer variaciones para que ninguno se esfuerce más de lo que
puede, porque el yoga no es competitivo. Llevamos varios minutos hablando y la
mesera no encuentra manera de interrumpirnos para preguntar qué vamos a comer. Al
fin logra colarse en nuestra charla para tomar la orden, lo que nos da
oportunidad de comentar la relación entre el yoga y la alimentación, es decir, entre
la apariencia física y la condición interna del cuerpo, entre lo que se muestra
y lo que se oculta.
—
Cuidar
nuestra alimentación es fundamental. Para practicar yoga se necesita mantener
una alimentación sana, de preferencia cocinando uno mismo los alimentos. El
problema es que hay muchos jóvenes que viven solos y no saben cómo hacerlo. Me
parece básico que en las escuelas den clases de nutrición, porque estamos
importando la dieta estadounidense, la comida rápida que es muy mala. Aquí ya
comenzamos a ver obesos.
La
reflexión de Euría puede suponerse una obviedad, pero bien vale contrastarla
con las cifras oficiales. De acuerdo con el estudio realizado en 2016 por
investigadores del Imperial College de Londres en colaboración con la
Organización Mundial de la Salud (OMS), España es el segundo país más obeso de
Europa, detrás de Reino Unido. Lo anterior se traduce en un mayor porcentaje de
la población con enfermedades cardiovasculares y ciertos tipos de cáncer. Por
su parte, el informe de la Sociedad Española de Cirugía de la Obesidad y de
Enfermedades Metabólicas (SECO, 2011-2012), reporta que durante los últimos 25
años la obesidad en el país ha aumentado del 7,4 al 17,0 por ciento, lo que representa
que un 23 por ciento de la población sea obesa y un 38 por ciento tenga
sobrepeso. En el caso de niños y adolescentes el problema tampoco es menor: los
datos de la última Encuesta Nacional de Salud revelan que dos de cada 10
niños españoles tienen sobrepeso y uno de cada 10 sufre obesidad.
Euría van den Brule Moral |
Una
infección de oído y un dolor constante que no desaparecía, fueron el detonante
para que comenzara a practicar yoga. Hoy, Euría es una joven de 33 años en un
mundo digital que se mueve a la velocidad de la información —o de su opuesto—. Y
es ciudadana de un país que aún no empareja la teoría con la práctica
democrática; una España desigual, precaria, neoliberal, pero también dinamizada
por movimientos como el 15M y sus posteriores derivas. En este contexto, comenta
que es difícil vivir de las clases y que son pocos los sitios donde reconocen
la experiencia, el trabajo y el tiempo que emplea en aportar a una labor que no
es remunerada, pero que representa uno de los pilares de la sociedad: los
cuidados.
De
acuerdo con el artículo Soy mileurista, ¿pero realmente vivo
peor que mis padres?,
publicado en El Confidencial, “el 51
por ciento de los jóvenes españoles piensan que viven peor que la generación
que les precede”. Percepción, relativismo o realidad aplastante, lo cierto es
que su generación y las posteriores están en la búsqueda de nuevos modelos —económicos,
políticos, sociales, de vida— que les permitan encontrar su lugar en un entorno
que deja a muchos excluidos. Euría, como en su momento otras mujeres en
distintas áreas, ha puesto su empeño en hacer del yoga algo más que un
ejercicio físico o un hobby. El semblante que muestra tiene la misma
determinación y ternura de Pina Bausch cuando —en los ensayos o antes de salir
al escenario— decía esta frase a sus bailarines: “Mereces ser”.
—
La
sociedad ha hecho que el miedo nos domine…
Un
miedo que se expresa en problemáticas tan contemporáneas como la violencia
machista, el racismo o peor, la xenofobia. Y en depresión, una de las primeras
tres causas de discapacidad a nivel mundial, según la OMS. También en ansiedad
o en padecimientos crónicos. Euría observa que los asistentes a sus clases
llegan con “un nudo mental y contracturas físicas”. Por eso trabaja la
respiración energizante, equilibrante y relajante, y ejercita distintas
posturas liberadoras, aunque lo más importante —considera—
es que cada alumno descubra sus carencias y fortalezas, que explore su “ser
pensador”.
—
El
yoga y la meditación van de la mano. Meditar no es otra cosa que estar aquí y
ahora con tu cuerpo. Es ser-presente,
estar atento. Es escuchar la voz del pensamiento que genera todas las demás
voces que nos habitan. En el caso de los niños es muy útil porque les ayuda a
liberar sus sentimientos.
Tras
reforzar sus estudios sobre anatomía, Euría ha desarrollado la habilidad de
“ver a la gente sin piel” o, dicho de otra forma, de comprender el
funcionamiento de los músculos debajo de la piel. Al terminar cada sesión se
siente recargada, fortalecida, satisfecha. Lo cuenta con una sonrisa.
—
Le diría a la gente que valore su capacidad de autosanación y que no delegue en
otros sus enfermedades. Hay cuestiones que debemos resolver por nosotros
mismos.
Para
terminar, le pido que comparta alguna anécdota, una ocasión particular que
recuerde y sintetice la vivencia de sus clases. Su respuesta es tan elocuente, que
no precisa mayor explicación:
—
Sí,
hay un momento. Es en cierta clase, cuando una mujer se quita el sujetador y lo
lanza por el aire.
Nada
más libertario, más partidario de la libertad que eso.
Artículo publicado originalmente en Zero Grados.
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