Eso de salir al mundo y ver qué pasa [o hacia una filosofía del periodismo]
© G. Serrano. |
“En los tiempos que
corren se elaboran muchas teorías acerca de la crisis del periodismo. Se
mencionan, como posibles responsables, la rapidez desmedida, la irrupción
demagógica de eso que se llama periodismo ciudadano, el desconcierto en torno a
lo digital, etcétera. Yo me atrevo a pensar que convendría, también, que los
periodistas nos preguntáramos si parte de esa crisis no tendrá que ver, por
ejemplo, con cosas como esta: con que muchos de nosotros, parece, hemos
terminado por suponer que no hace falta salir al mundo a ver qué pasa, y que ya
ni siquiera creemos que sea necesario levantar un teléfono y escuchar, al otro
lado, una voz humana que duda, titubea, se incomoda, se emociona, se acongoja,
se enfurece o miente”. Leila Guerriero
Eso
de salir al mundo y ver qué pasa
El
periodismo se construye con diversos materiales, con herramientas de distinta
índole que en ocasiones parece —solo parece— nada tienen que ver con el oficio.
A mí, por ejemplo, me gusta ver esa película hongkonesa, Deseando amar (In
the mood for love, 2000) y descubrir que el director se tomó el cuidado
necesario para restringir deseo y seducción a un mínimo de rastros sin perder
intensidad. Y que, además, decidió acompasarlos con la lentitud angustiosa de
los violines que marcan el transcurrir de los protagonistas.
Me
gusta ver el documental argentino, Un tango más (Alemania, 2016), y percibir el
terremoto en las palabras de María Nieves cuando su realidad la aplasta, cuando
ya no hay acordeón ni baile ni aplausos. Cuando hay arrugas y canas, cuando
dice: “Para una mujer no es bueno tener 84 y estar sola”.
Me
gusta recordar ciertos momentos y pensar en esta frase de la novela “Real Sitio”:
“La sensación de haber vivido una tarde en el paraíso, donde todo pasa sin
pasar nada...”.
Pero
el periodismo, en esencia, está en las calles. Los usos y costumbres, las
prácticas y los discursos, lo antiguo y lo nuevo, los conflictos y las
desigualdades coexisten en el espacio público, en el ser y hacer de cada día. Siempre
he dicho que no se trata de “cazar historias”, las historias están ahí, solo
hay que tener la curiosidad, el olfato, la mirada aguzados para encontrar —De
Certeau dixit— “las maravillas que se
ocultan entre lo ordinario”.
A
veces, me gusta caminar por la lateral del Paseo de la Castellana, en
pantalones vaqueros con mi playera de algodón de tono avellana, y entonces —por
ejemplo— sin anuncio previo observar a una joven agresivamente hermosa y
esbelta, como el tallo de un tulipán envuelto en papel negro, que baja de una
camioneta último modelo para vomitar en plena calle, mientras su pareja la
observa sin quitar las manos del volante.
Como
Leila Guerriero, en todas estas cosas encuentro profundidad: signos, mensajes
encriptados, sensaciones en distintos grados; no se trata de excitación, sino de satoris.
Pueden ser las gotas de agua resbalando como miel por la fuente de La Alcachofa,
al ocaso en El retiro; puede ser Knock on Wood,
la canción que Amii Stewart interpretaba a finales de los setenta y en 2017 pone
eufórica a la aglomeración en el barrio de Salamanca. Es, en todos los casos,
la vida dejándose caer.
Sin
pretenderlo, el viernes 8 de septiembre terminé el día deambulando por las
calles de Goya, Velázquez y Serrano. Vi grupos de adolescentes estilizadas que
llevaban globos blancos y azules y se hacían selfies delante de un bastidor con reflectores, puestos exprofeso.
Vi tiendas con prendas hermosas repletas de esa clase de chicas haciendo sus
compras. Y terrazas con sillas de ratán y cojines y tapetes afelpados, también
repletas. Y bares con luces de color púrpura y mujeres con zapatos cubiertos de
terciopelo rosa. Y filas larguísimas para entrar a El Corte Inglés. La banalidad como un elemento más, yuxtapuesto
dentro de lo cotidiano. Todo en un contexto apabullante, en un ajetreo ruidoso
de extraordinaria viveza. Algo como la versión VIP de las fiestas de La Paloma,
sumergidas en el aroma de cien perfumes.
Y
me sentí disidente en medio de un escenario, de un montaje representativo del
primer mundo. Del Vogue Fashion’s Night Madrid 2017.
Lectura sugerida Universo Serrano: cuatro kilómetros entre ejecutivos, turistas y pasadizos ocultos.
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Este texto también aparece publicado en Zero Grados.
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