La guerra en Siria y otras realidades intransferibles
Exposición Letras liberadas. Propaganda, cultura y artes gráficas en el Madrid de la transición, 1975 - 1982. Imprenta Municipal Artes del libro. © G. Serrano |
Un texto publicado en
“El arte no es la solución a nuestros problemas, pero no por eso deja de ser una actividad indispensable que nos permite ver el mundo bajo otra luz, gracias a las experiencias y utopías que nos propone", Catherine Marcel, comisaria de la edición 57 de la Bienal de Venecia
Cada vez miramos menos el mundo para mirarnos más hondo el ombligo. Con la intención de contrarrestar este ombliguismo, comparto algunas ideas que extraigo del maestro Ryszard Kapuściński y de haber visitado dos exposiciones que, en vertientes distintas, apelaron a un “volver para avanzar”; es decir, a una revisión de nuestro pasado cercano, un ejercicio urgente de retrospectiva en modo de reflexión. La primera se realizó en 2017, con motivo del centenario del nacimiento de la poeta Gloria Fuertes. La otra, en 2018, estuvo a cargo de la Imprenta Municipal Artes del libro, se trató de Letras liberadas. Propaganda, cultura y artes gráficas en el Madrid de la transición, 1975 – 1982. Con estos tres elementos, les propongo tomarnos un momento para repensar el periodismo, la información que recibimos sobre los conflictos armados y nuestra incapacidad para percibir, de raíz, sus consecuencias. ¿Me acompañan?
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Piensa global, actúa local.
No hemos entendido nada. Hablamos
de la guerra, de quienes huyen de la guerra, de los países que enarbolan la
guerra. Hablamos de Siria —antes de Irak, Palestina o Bosnia— con la altivez de una divinidad que posee el árbol del
conocimiento del bien y del mal. Y, sin embargo, no hemos entendido nada. No
hemos entendido porque estamos demasiado ocupados —o entretenidos o sobresaltados— con las teclas del móvil, con los
bulos y los tuits, con los dislates de los políticos, con sofisticar el hilo
negro tradicional: la tecnología.
“El mundo contempla el gran espectáculo de lucha y muerte, cosas que le
resultan difíciles de imaginar porque la imagen de la guerra es intransferible.
No se puede transmitir ni con la pluma ni con la voz ni con la cámara”.
A veces, los seres humanos somos
bastante ingenuos; se nos olvida que:
“La guerra es una realidad solo para aquellos que están apresados en su
interior, sangriento, sucio y repugnante”.
Vaya que nuestra pequeña
humanidad es porfiada; a menudo omitimos que:
“Para otros [la guerra]
no es sino una página en un libro o unas imágenes en una pantalla; nada más”.
Esto no lo digo yo, lo dijo
alguien que narró en tiempo real, sin especular y con testimonios de primera
mano la independencia de Angola, en 1975. Un hombre avezado que supo mirar a su
alrededor con el mismo detalle que un biólogo a las células en el microscopio. El
periodista que pensaba que, para serlo, primero debía ser buena persona. Su
metodología era sencilla, pero mucho más eficiente que la propuesta por los
laboratorios actuales de innovación periodística: estar, ver, oír, compartir y
pensar. Obligar a su mente a ir siempre más lejos, siempre mejor.
Tan fue así, que desde aquellos
tiempos visionó lo que sucede ahora, en nuestra época:
“La gente nacerá y se matará hasta el fin del mundo. Los que ahora
están a punto de ver la luz del día, dentro de veinticinco años entrarán en el
año dos mil. Celebraciones solemnes para dar la bienvenida al nuevo milenio.
Charlas de jóvenes con veteranos del siglo XX. Una entrevista a una anciana
garbosa que fue testigo de la Primera Guerra Mundial. Dueña de una memoria
prodigiosa y de una coquetería con desparpajo, la abuela recuerda cómo se lo
montó con un soldado, durante el paso de la tropa, en un henil, sí señor, no
puedo estar equivocada, ya lo creo que me acuerdo, muy bien”.
Sí, pensarán que sus
elucubraciones con este toque de sarcasmo no contienen ninguna novedad, pero
¿qué me dicen de lo siguiente? —lean y
piensen en WhatsApp o en Twitter, en Berlín o en Londres, en Guatemala o en El
Salvador; piensen en el último artículo chino que compraron y en el problema
con las pensiones en España y en la subida de los alquileres por la
especulación inmobiliaria; piensen, en fin, en ustedes mismos:
“La mitad de la Tierra tendrá
ojos rasgados. Una mitad no comprenderá lo que dice la otra mitad. Ha llegado
la hora de perfeccionar el sistema de comunicarse por señas, es tiempo de empezar la enseñanza y el
aprendizaje del idioma de la mímica. La raza blanca entrará en su fase
residual. Apenas un trece por ciento de los habitantes del planeta tendrá la
piel blanca. Un dos por ciento apenas tendrá pelo rubio natural”.
¿Qué es mejor: pensar o no pensar
en el futuro?, se preguntaba. Entonces escribió esto sobre la precariedad de la
vida contemporánea: “Para las sociedades
posindustriales, el lujo. Para
otros, la preocupación del día a día: conseguir algo para comer”.
No fueron los lugares comunes
barnizados de sensacionalismo, sino su observación atenta y meticulosa la que le
permitió comprender, estando en Luanda, que nuestra especie con frecuencia
extrae poco provecho de los acontecimientos históricos; que tenemos dificultades
enormes para transformar el pensamiento individual en acciones colectivas que pongan
freno a tantas y continuas injusticias:
“Mientras un hemisferio ronca y
se revuelve en la cama cambiando de costado, el otro ya se levanta, pone la
leche a hervir, se afeita y se maquilla. Y luego al revés. La gente despierta sin pensar que tal vez ese sea el último día de su
vida”.
Con seguridad este cronista no se
asombraría, como nosotros, por lo influenciable de la opinión pública con las fake news ni por los dichos de Cristina Cifuentes, presidenta de la Comunidad de Madrid, respecto de su máster fallido —o pseudo titulación— ni con el escándalo de Facebook por el hurto de datos
a través de Cambridge Analytica. Tampoco confundiría la cantidad de pinchazos en un sitio web con la calidad de los contenidos. Me atrevo a decirlo porque lo que
consideramos un rasgo característico del siglo XXI, resultado de la revolución
capitalista en su fase digital, ya ocurría en esas fechas y así lo señaló:
“Segundo tras segundo, trabajan
cientos, si no miles, de emisoras de radio, mares de palabras surcan el aire.
Resulta interesante escuchar cómo el
mundo se enzarza en discusiones y disputas, cómo usa la agitación y
propaganda, cómo amenaza, se inventa
hechos y miente, cómo intenta convencer de que la razón solo asiste a uno
(u otro) bando, que se niega a escuchar al bando contrario”.
Escribiendo esta crónica de guerra —Un día más con vida (1976)— ante el inminente ataque a la ciudad, sin agua y pegado al télex, el polaco Ryszard Kapuściński sentía que el aire se volvía asfixiante, que comenzaba a faltar el aire con que respirar. Una sensación de asfixia, un bochorno insufrible que describió como “de esos que se perciben más bien psíquica que físicamente”. Es triste leer y descubrir el absurdo dentro del autoengaño; darse cuenta de cómo y cuán a menudo las sociedades que habitamos se repiten. Digamos que enterarse del bombardeo de Estados Unidos, Francia y Reino Unido a Siria, para después escribir estas líneas y aproximarse a esa sensación extraña, tan parecida a querer inhalar oxígeno en medio de un ambiente putrefacto. Pero no en Angola en la década de los años setenta, sino en abril de 2018, en esta paradójica e intransferible realidad.
Versos de Gloria Fuertes, Exposición "Gloria Fuertes, centenario" Centro Cultural de la Villa 2017. © G. Serrano |
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Razones para no perderte "Un día más con vida" (incluye trailer).
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Países en conflicto, con la periodista Cristina Sánchez, corresponsal de RNE para Oriente Próximo.
Activistas de Italia, España, Grecia y Croacia recorren las vías migratorias para crear la ruta de la solidaridad (Público).
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Libro recomendado:
Versos de Gloria Fuertes, Exposición "Gloria Fuertes, centenario" Centro Cultural de la Villa 2017. © G. Serrano |
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