Filosofía “entre pucheros”
Barrio de Vallecas, Madrid 2018 © G. Serrano. |
Un elogio breve a los aprendizajes amateurs
“Estamos acostumbrados a tocar pantallas, ahora todo es digital, por eso me gusta la sensación de crear algo a partir de un trozo de arcilla, del trabajo manual”.
José Ángel Boix, alfarero dedicado a hacer botijos.
Imagen tomada en Paseo de la Castellana, Madrid 2018 © G. Serrano. |
Miguel trabaja en uno de los
tantos bares de tapas madrileños: es sumamente respetuoso, discreto y
meticuloso en su trabajo; igual puede recomendar un buen maridaje que conversar
—casi
debatir— con alguno de los clientes más frecuentes sobre las ideas de Spinoza
o la frase completa “Yo soy yo y mi circunstancia. Si no la salvo a ella, no me
salvo yo”, de Ortega y Gasset.
Escribió Santiago
Alba Rico: “En la España decimonónica las familias
destinaban siempre un hijo al ejército y otro a la iglesia; las del siglo XXI
destinan uno a la universidad y otro a la hostelería”. Quizás no haya que
preocuparse demasiado, pues también nos dice que “frente a los no-lugares de
Marc Augé (el aeropuerto y la autopista), el bar español, sin equivalente en
Europa, es el sí-lugar por excelencia. Tiene algo de museo, reserva india,
confesionario laico e inventario folclórico”.
Y agregaría, sin miedo a exagerar, que es una suerte de universidad expandida o laboratorio de experimentación ciudadana donde, entre vinos y con ración de boquerones, se aprende a masticar despacio la vida y donde todos, algunas muchas veces, salvamos nuestra circunstancia en un esfuerzo por salvarnos a nosotros mismos.
El periodista Fernando Ruiz-Goseascoechea recién publicó el libro El sabor de la memoria, que escribió por su necesidad de reivindicar lo excelente que se come en cualquier pueblo o territorio de España. "A mí me ha marcado mucho la cocina vasca porque mi padre, que era de Bilbao, nos llevaba todos los domingos a comer a restaurantes vascos de Barcelona", recuerda en una entrevista.
No es el único. James Rhodes, el pianista que tiene un año viviendo en Madrid, en repetidas ocasiones ha hecho referencia a los aprendizajes cotidianos que extrae de una cena sencilla, de sus oteos por el barrio de Malasaña y, en general, de las "cosas pequeñas" que le grita cada rincón de esta ciudad y del país que eligió como morada. "Tenéis croquetas y calamares. Tomates del tamaño de un balón de fútbol. Podéis ir a un restaurante y tomar tres platitos deliciosos por sólo 10 euros. La luz del sol es alucinante. La gente queda a las once a tomar cañas con sus amigos... ¿Sigo?", comenta al charla con el periodista de El Mundo.
Puede que sea deslumbre de recién llegado a estos lares, pero no del todo. Ramón J. Soria Breña, sociólogo, afirma que "solo los guisos sabrosos sobreviven a derrotas, viajes y mitos". Los guisos, los bares, las culturas... nosotros, los humanos.
Un nombre más, el de un chef: Andoni Luis Aduriz, considera que "una cosa es subsistir y otra bien distinta vivir". Por eso le seduce la "superflua indispensabilidad del razonamiento de los filósofos, los prescindibles trazos esenciales de los artistas o los espacios desocupados repletos de elevadas ideas de los escultores". Y sin embargo.
A menudo se piensa —se cree, se asume, se repite— que lo mejor del pensamiento está (solo) en los libros, en la academia, aunque no siempre es así. Para mí, el amor a la sabiduría reside en las calles, tiene su origen en el asombro en medio del trajín y la aparente homogeneidad de lo cotidiano. Es una charla, una situación que dura minutos, el encuentro con una persona y el fragmento de realidad pura que nos revela si estamos atentos, si nos permitimos el tiempo.
Y agregaría, sin miedo a exagerar, que es una suerte de universidad expandida o laboratorio de experimentación ciudadana donde, entre vinos y con ración de boquerones, se aprende a masticar despacio la vida y donde todos, algunas muchas veces, salvamos nuestra circunstancia en un esfuerzo por salvarnos a nosotros mismos.
Casa Camacho, barrio de Malasaña 2017 © G. Serrano. |
Casa Ricardo, barrio de Chamberí 2018 © G. Serrano. |
El periodista Fernando Ruiz-Goseascoechea recién publicó el libro El sabor de la memoria, que escribió por su necesidad de reivindicar lo excelente que se come en cualquier pueblo o territorio de España. "A mí me ha marcado mucho la cocina vasca porque mi padre, que era de Bilbao, nos llevaba todos los domingos a comer a restaurantes vascos de Barcelona", recuerda en una entrevista.
No es el único. James Rhodes, el pianista que tiene un año viviendo en Madrid, en repetidas ocasiones ha hecho referencia a los aprendizajes cotidianos que extrae de una cena sencilla, de sus oteos por el barrio de Malasaña y, en general, de las "cosas pequeñas" que le grita cada rincón de esta ciudad y del país que eligió como morada. "Tenéis croquetas y calamares. Tomates del tamaño de un balón de fútbol. Podéis ir a un restaurante y tomar tres platitos deliciosos por sólo 10 euros. La luz del sol es alucinante. La gente queda a las once a tomar cañas con sus amigos... ¿Sigo?", comenta al charla con el periodista de El Mundo.
Puede que sea deslumbre de recién llegado a estos lares, pero no del todo. Ramón J. Soria Breña, sociólogo, afirma que "solo los guisos sabrosos sobreviven a derrotas, viajes y mitos". Los guisos, los bares, las culturas... nosotros, los humanos.
Un nombre más, el de un chef: Andoni Luis Aduriz, considera que "una cosa es subsistir y otra bien distinta vivir". Por eso le seduce la "superflua indispensabilidad del razonamiento de los filósofos, los prescindibles trazos esenciales de los artistas o los espacios desocupados repletos de elevadas ideas de los escultores". Y sin embargo.
A menudo se piensa —se cree, se asume, se repite— que lo mejor del pensamiento está (solo) en los libros, en la academia, aunque no siempre es así. Para mí, el amor a la sabiduría reside en las calles, tiene su origen en el asombro en medio del trajín y la aparente homogeneidad de lo cotidiano. Es una charla, una situación que dura minutos, el encuentro con una persona y el fragmento de realidad pura que nos revela si estamos atentos, si nos permitimos el tiempo.
El muro exterior de un bar en el barrio de La Guindalera, Madrid 2018 © G. Serrano. |
Bar La Platería en el barrio de Las Letras, Madrid 2018 © G. Serrano. |
El periodismo como una curaduría de contenidos en la red: Para este verano recomiendo leer:
- Los justos de Borges en el mundo 2.0
- Trilogía del gazpacho.
- Café brasileiro y Eduardo Galeano, una historia de tiempo.
- La filosofía en pie de guerra.
- Elogio de la lentitud: nuevas literaturas y periodismos que reivindican la pausa en tiempo de la inmediatez.
- Botijos para el siglo XXI.
- Pan de pueblo, recetas e historia de los panes y panaderías de España.
- Rodéate de gente que disfruta fácilmente.
- La vida es un arder.
- Trenes: Pare, escuche, mire.
- Vivir en una época de incertidumbre.
- Lo mínimo.
- El pensamiento de Michael J. Sandel, filósofo.
- Entrevista con José Luis Pardo (Facultad de Filosofía, Universidad Complutense de Madrid).
- Por qué me gusta ser camarero habiendo estudiado filosofía.
- ¿Cocido garbancero o leche de soja?
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