Urbanismo: Mosaicos, teatro comunitario para el barrio
Representación teatral en el barrio de Lavapiés, Madrid 2018. Fotografía: G. Serrano |
Artículo publicado originalmente en:
ESPAÑA — Cinco comunidades:
heterogéneas, dinámicas y contrastantes. Cinco barrios inmersos en cinco
distritos madrileños: San Pascual-La Concepción (Ciudad Lineal), Ventilla-Almenara
(Tetuán), Poblado San Cristóbal (Chamberí), Lavapiés (Distrito Centro) y
Comillas (Carabanchel). Cinco presentaciones teatralizadas para hablar de lo
que nos importa. Y cinco dinamizadores que, por medio del arte y desde las
emociones, pretenden desarrollar procesos de confianza mutua. Así es como
trabaja Mosaicos, el proyecto de teatro social y comunitario que se llevó a
cabo del 14 al 23 de junio.
¿De qué hablamos cuando decimos Teatro Foro, Teatro Encuentro o Teatro
Comunitario?
Principalmente hablamos de
personas. En este caso, de Fernando
Gallego y Laura Presa (La Rueda Teatro Social),
Daniele Cibati (Creo Común), Natalia Sanz (Teatro Educacion y Acompañamiento, TEyA) y Laura Santos que, impulsados por el deseo genuino de intervenir, unieron
sus talentos para reivindicar la poética de lo cotidiano y ofrecernos claves
con las que interpretar los cambios en la ciudad. Este proyecto trata de eso,
de ver y leer la vida en los barrios al modo de Michel de Certeau, armando un
relato colectivo, una película de no ficción, un retrato urbano contemporáneo: subversiones,
recuerdos, manifestaciones, cuerpos. Lecturas distintas de lo que sucede en un
espacio y tiempo determinados. Es mostrar lugares, recrear escenas, proponer
paseos. Oralidad pura para transmitir y preservar momentos en apariencia
efímeros. Fragmentos pequeños que, al unirse, conforman una acuarela panorámica
de “lo madrileño”.
Proyecto Mosaicos, Madrid 2018. Fotografía: G. Serrano |
Mosaicos surge de la creación de
una red de apoyo entre entidades y personas que trabajan en el ámbito del
teatro social y comunitario con el respaldo del programa de ayudas a la
creación del Ayuntamiento de Madrid. Cada proceso tuvo una duración de cinco
meses, que al finalizar se plasmaron en una muestra artística para presentar a
los habitantes del distrito, ya sea en forma de piezas de teatro itinerante,
acciones teatrales o performativas. Su objetivo, nos dicen, es fortalecer la
identidad de cada comunidad mediante la creación de grupos de teatro formados
por vecinas y vecinos de cada barrio que, más tarde, generen un efecto
multiplicador. Aquí, la ciudad y sus calles aparecen como un protagonista más
alrededor del que se teje un entramado de hilos que atan la memoria ligando
pasado y presente para revelar que la vida es, sobre todo, un continuum.
Fueron días de reuniones y de
ensayos, de entrevistas para recopilar testimonios, de entregarse a la
composición de un guion y definir personajes. Todo, con el ánimo puesto en “generar sentimientos de pertenencia, lazos de
respeto y confianza entre personas que habitan un mismo lugar” lo que, consideran,
“previene y mitiga sentimientos como la soledad o el miedo al diferente y actitudes
como el individualismo o el racismo, entre otras”. Así sembraron un árbol
frondoso, con muchas ramificaciones. Así sugirieron paradas inevitables en
puntos específicos para mostrarnos lo que se esconde detrás de una fachada, una
reja o al interior de un edificio. Así nos recordaron que hay voces anónimas
poco atendidas que necesitan de nuestra escucha. Así nos incitaron a la
experimentación, a ocupar el parque que es de todos, a reconstruir la historia,
a pensar que nada permanece estático, a reunir a nietos y abuelos, a hacer de
nuestros ojos la más equipada de las cámaras y a dejar siempre la puerta
abierta a las posibilidades que brinda “hacer en común”. ¿Cómo sucedió?
Acto 1. Ventilla-Almenara: tendiendo puentes generacionales entre
chicos y grandes
Ilustración G. Serrano |
Es la tarde del 13 de junio y ensayan
en las instalaciones de la Asociación Vecinal
Ventilla-Almenara, en Geranios 22. Una participante prepara el
juego de luces, improvisado, pero efectivo. Otra se oculta detrás de la austera
escenografía de cartón que sirve para ponernos in situ: en el parque, en la tienda de la esquina. Las demás
esperan su turno, atentas. Y Natalia
Sanz —con entero entusiasmo— nos pide que demos la señal para comenzar: tres,
dos, uno. Es un pequeño grupo creado tras convocar a otras asociaciones como el
grupo de teatro “Porque yo lo valgo”, la Casa de la Juventud y el Programa
Municipal Quédate.
En estos momentos se preparan
para el “estreno mundial” que será el 20 de junio. La puesta gira en torno al
uso compartido de los espacios públicos y la brecha generacional entre grandes
y chicos. Apoyándose de una maqueta —elaborada por Juanma Álvarez, encargado del
huerto del barrio, y el artista Antonio Tejero—, entre líneas y gradualmente dejan
ver que los grandes se sienten solos, olvidados; los chicos incomprendidos,
juzgados. Estas temáticas emergieron al indagar en las apreciaciones, las
propias y las ajenas. También de dinámicas para recordar cómo era años antes vivir
en Ventilla, cómo entonces transcurrían los días y se daba la interacción entre
sus habitantes.
“Comenzamos a seleccionar temas y
llegamos al consenso de hablar de libertad, que después se delimitó en la
libertad del uso del espacio público y la manera en que cada uno quiere vivir
la calle. Otro de los temas que surgió —a sugerencia de los jóvenes, lo cual es
muy interesante—, es el mantener el legado”, comenta Natalia cuando
conversamos, casi al término de la sesión y en medio de los diálogos que se
escuchan al fondo. Son las intérpretes que se organizan, corrigen y repasan sus
textos.
— Empezamos en febrero, el
montaje se realizó a través del juego, de conocernos e ir creando los
personajes de forma colectiva, aportando ideas. Es teatro comunitario porque,
además, se utiliza el vocabulario, las palabras, la forma de imaginar de los
participantes. La intención central es mostrar un conflicto polarizado con
posibilidades de cambio y perfiles que pueden mediar; como el de Alicia, la
tendera que sirve de bisagra en los encuentros de unos con otros.
Las protagonistas hablan de Ventilla
como "un lugar en el que vecinos y vecinas se conocían, se sacaban al
parque la costura mientras los y las niñas jugaban sin peligro". Del
pasado destacan "el dolor y daño que hizo al barrio la droga en los
'80". En la actualidad, el “Nuevo Madrid”, dicen, "es un lugar con
multitud de nacionalidades y costumbres heterogéneas” que a veces colisionan.
Pero en esta ocasión el teatro hizo lo suyo y el contacto físico, el saludo
diario han derribado los muros y fortalecido el vínculo grupal. Anteriormente,
Natalia había trabajado en el barrio, pero fue con este proyecto que terminó de
enamorarse de la participación y la lucha vecinal que lo caracteriza.
¿Qué ocurre fuera de cuadro?
Al atardecer, las avenidas de
Ventilla lucen vacías y un poco aletargadas por el calor de verano; en esencia benignas.
En una calle aledaña, una vez que terminó el ensayo, el propietario de una
tienda de alimentación me atiende con el doble de esmero que en el centro de la
capital. En una plaza pequeñita conviven niños de raíces asiáticas y africanas,
un padre cuida de su hijo en carriola, tres ancianos charlan sentados en una
banca. En el huerto urbano, en la calle de Los Mártires, está colocada la
información de las próximas actividades culturales seguida de un círculo de
colores con la leyenda “Zona segura LGTIB” y, sujetados a la cerca, listones
morados que forman la frase generalizada “No es no” de un movimiento que ha
cruzado geografías, el feminismo.
Acto 2. San Pascual-La Concepción: derribando barreras entre personas y
países
Ilustración G. Serrano |
En el extremo opuesto a esta
frontera norte, después de pasar las Torres Kio, atravesando completo el
distrito de Chamartín y limítrofe al barrio de San Juan Bautista, se ubica el
barrio de San Pascual donde ensaya otro grupo de teatro. Aquí el repaso de parlamentos
es en la calle, a la sombra en las inmediaciones de La Rueca
Asociación, donde convergen jóvenes dominicanos —chicos y chicas
entre 15 y 19 años, retadores, sonrientes, juguetones— a los que coordina el
facilitador Daniele Cibati. A través
de talleres basados en técnicas del teatro de los oprimidos, improvisación y
narración colectiva, el grupo está creando la pieza que mostrará a su
vecindario el 14 de junio en la Biblioteca Pública Municipal Pablo Neruda.
Un día previo a la presentación,
me reúno con Daniele para saber con más detalle —como él dice— de dónde ha
salido y qué sucede en la tramoya cuando se trabaja en procesos artísticos de
este tipo:
— Soy italiano, vengo de Anzio,
un pueblo cerca de Roma donde nacieron Nerón y Calígula. Soy padre de dos niños
pequeños maravillosos y amante de los seres humanos, de lo difícil que es vivir
en grupo. Con el tiempo me he acercado al mundo del teatro porque he
descubierto que es una herramienta muy interesante para investigar qué nos pasa
cuando estamos juntos, ya sea en grupos reducidos o tan grandes como una ciudad
o un país. De formación académica soy politólogo y antropólogo, y también me he
preparado en teatro social y psicología de grupo en Madrid, en la India y en
Berlín.
Daniele tiene adicción al
aprendizaje, constantemente se piensa y autocorrige. Desde 2010 trabaja con
grupos para facilitar el cambio, en especial porque considera que estamos en
una etapa de mudanzas personales y sociales difíciles de digerir sin
acompañamiento. Fue en estos andares que se topó con Fernando Gallego y Laura
Presa, que lo invitaron a colaborar en Mosaicos para desarrollar el proyecto en
el barrio donde vive.
— En un teatro foro se interactúa
con el público; aquí lo hacemos para visibilizar todas las subjetividades que
existen en el barrio, opacadas a menudo por las figuras hegemónicas. Entre
ellas este grupo de adolescentes inmigrantes que viven una situación compleja,
entre dos mundos que los deja en un limbo desde el cual definen su identidad.
Son chavales que viven en Madrid, pero están con un pie y con el corazón en República
Dominicana. Más allá de los resultados, y de la obra misma, ha sido una gran
experiencia que me deja muchos aprendizajes.
Como en Ventilla, en este taller
y en este barrio también brota la palabra conflicto. Conflicto ante la
imposibilidad de comprender la diferencia, es decir lo desigual, opuesto,
discrepante y enfrentado que nacionales y extranjeros perciben en aquellos con
los que comparten un espacio y una circunstancia, pero con los que relacionarse
de tanto en tanto irrita debido al muro del prejuicio que los confronta y
termina separándolos. Sin embargo, para Daniele este reconocimiento por medio
del arte consiste, precisamente, en aprender desde el conflicto y entenderlo
como “el oro, la riqueza de la interculturalidad” en el que se esconden
alternativas y soluciones.
Llegada la fecha, lo que desarrollaron
fue una amalgama emocional expresada en escenas cortas y tan comunes como discutir
con un vecino o llegar al colegio el primer día de clases y tomarse con el
bullying de los compañeros. Un ejercicio de meta teatro, explica Daniele. Para
decirlo llano, de episodios que han dejado el anecdotario y se convierten en
venero de significantes, con sus respectivas —innumerables— significaciones.
Acto 3. Lavapiés: recuperando lo que fuimos, observando (todo) lo que
somos
Ilustración G. Serrano |
Es 16 de junio en el Centro
Social Comunitario de Lavapiés, ubicado en el Parque Casino de
la Reina que pulula de gente: locales y foráneos, hormiguero de turistas,
familias completas, partidas de amigos, solitarios esquivos, chicas
envalentonadas, ancianos que miran con asombro las calles de un barrio antes
ciento por ciento castizo que hoy se muestra como carnaval y se viste de
jolgorio para recibir al gentío que se acomoda donde mejor puede —plazas, bares
y terrazas, a la salida de los teatros, en las afueras del Mercado de San
Fernando.
Este, a diferencia de los
anteriores, es un espectáculo itinerante que forma parte de la programación del
Festival de Teatro Social Con-Vivencias que se celebra su cuarta edición en el
barrio, una en la que Fernando Gallego
y un grupo numeroso de vecinas y vecinos se encargan de evidenciar el aspecto
variopinto de un Lavapiés con la impronta de más de ochenta nacionalidades. Senegaleses,
sirios, paquistaníes, italianos, españoles, chinos, ecuatorianos, argentinos —y
más—, que a su modo sostienen la convivencia en una zona gradualmente privatizada
por el auge del turismo y de los grandes inversores en el sector de la
vivienda: las inmobiliarias, los Airbnb.
Motivo por el que la memoria
también es una constante dentro del recorrido que hacen por sus callejones
inclinados para reivindicar a los precursores y los símbolos que empalman el
antes con el después: el Centro Cultural La Corrala, el solar donde estuvo el
Teatro de la Encomienda, la calle Espada donde nació la poeta Gloria Fuertes y
la plaza más intercultural de todas, la Nelson Mandela. “¡Queremos recuperarlos
y visibilizarlos a través del teatro para agradecerles los que son y lo que
hacen! Hemos optado por el reconocimiento y celebración de todo aquello que sí
nos gusta del barrio, en vez de por la denuncia de lo que no nos gusta”,
argumenta el facilitador de estos anales basados en testimonios de taberneros,
mayores jubilados e inmigrantes recién llegados.
"Lavapiés era un lugar dónde
todo el mundo se conocía y se ayudaba, dónde se compartían muchas cosas, y se
respiraba una atmósfera muy familiar", es como lo describen. Los
taberneros recordaron cómo se vivió la movida de los 80, los movimientos
contraculturales que nacieron en los 70 y la vida de los bares, de los
conciertos y de las fiestas del barrio en las que "los propios vecinos se
hablaban mucho entre ellos para entenderse y donde la policía apenas tenía una
presencia importante", cuentan. De acuerdo con Mosaicos, absolutamente
todas las personas entrevistadas han hecho referencia a la proliferación de
apartamentos turísticos y a cómo esto está afectando negativamente al barrio.
Los resultados de esta función
están distribuidos. También colaboraron el músico Nacho Bilbao Gómez, la
coreógrafa Paula Lamamie, la vestuarista Zaloa Basaldua y otros agentes
sociales del barrio, como la dinamizadora vecinal Rocío Alzueta.
¿Cómo se vive Lavapiés tras
bambalinas?
Este sábado el barrio ha
amanecido inquieto y vivaracho. Hace buen clima y la asistencia al trayecto es
copiosa. Por las calles pasan personas de todas edades que se mezclan con
algunos despistados a los que intriga esta procesión en instantes solemne;
otros, farandulera, pero invariablemente con aires a un festejo que esparce la
buena vibra y la clase de amor que habla con elocuencia en pro de un recoveco
urbano en el que igual caben travestis que feministas, intelectuales que
bohemios, anarquistas que literatos, incluidos periodistas. Un núcleo para
cualquier estampa, una miríada de humores y existencias.
Lavapiés es evolución, me dijo
semanas después una vecina.
Fiestas de San Cayetano, San Lorenzo y La Virgen de La Paloma 2018
Consulta aquí la programación para el barrio de Lavapiés
Acto 4. Comillas: reconociendo los feminismos que habitan nuestro
barrio
Ilustración G. Serrano |
Comillas está al suroeste de
Madrid. Es el barrio más poblado en los bajos del distrito de Carabanchel, donde
—según informan con puntualidad los medios— coexisten bandas latinas y okupas; donde
predomina la población inmigrante y los mayores de 65 años. También que
concentra una movilización social significativa a través de asociaciones
vecinales y feministas. Se dicen, se comentan tesituras que terminan opacando
otras. Lo cierto es que este domingo —17 de junio— Comillas transpira ánimo de
entendimiento: gente de distintas edades y orígenes comienza a ocupar el cuadro
central de la Asociación Vecinal Parque de Comillas,
los niños juegan en derredor, una mujer se maquilla para su interpretación.
Son tres procesos artísticos
paralelos. El grupo de teatro formado por mujeres migrantes de la Asociación Progestión; el
grupo de teatro de mujeres del Centro
María de Maeztu y el proyecto de creación de la Novela Gráfica "Vida y
milagros de Carabanchel Bajo". Los tres, bajo la dirección
de Laura Presa que camina de un lado
a otro con ojos sorprendidos al ver la cantidad de vecinas y vecinos convocados
para reconocer los feminismos que habitan este el barrio; o sea, la presencia
de mujeres que exteriorizan sus ideas en nombre del derecho a las diferencias y
a formas polifacéticas de ejercer su sexualidad. Es una chica que muestra la
discriminación en el borde de Palestina con Israel. Son cinco o seis que
escenifican una charla coloquial entre tendederos. Es Isabel, que llegó hace
décadas a Madrid de Pozorrubio de Santiago, en Cuenca, y refiere las enseñanzas
que aprendió de sus padres. Son el cuarteto de amigas que hablan sobre la
depilación, o el grupo de inmigrantes que canta el Cielito Lindo. Son las
descripciones en primera persona de la represión en el franquismo y del
feminismo en la posguerra que se afanó en la alfabetización de las mujeres.
Es la mirada endurecida de Delia:
— Soy de Paraguay, llevo en
España doce años y me gustó participar en el proyecto porque quería contarle a
la gente mi experiencia, todo lo que he pasado, y que sepan que las
trabajadoras domésticas también tenemos derechos. Me sentí muy emocionada al
hacer esto; lo que ahora me pone triste es que ya se terminó, por lo menos
hasta septiembre que retomamos actividades.
Es la tenacidad de Sandra, de
Venezuela, quien intenta legalizar su situación en España y, me cuenta, asistió
a un taller en el que aprendió a reparar ordenadores:
— Desde el principio dije “vamos
a hacerlo”; solo es tratar de contar y compartir. Tenemos un grupo que nos ha
ayudado mucho, que nos ha enseñado que el miedo puede vencerse.
Es la sensibilidad de Laura, actriz licenciada en
Interpretación Gestual, la facilitadora de esta muestra a quien entrevisto
mientras su hija le muestra su Chupachup
y le pide ayuda para ajustarse la sandalia que se ha roto:
— Estoy súper emocionada, todavía
no he podido como que pensar mucho. Me parece precioso ver a todas las mujeres
juntas, tan diferentes, encontrando las cosas que las unen y también las que
las separan.
¿Cómo se llevó a cabo este
ensamble de recuentos individuales?
— Cuando empecé el proyecto me di
cuenta de que no se trataba solo se reunir a un grupo de mujeres, sino de
acercarme a cada una de las asociaciones, ir al lugar donde ellas se sienten
cómodas. En el proceso fue complicado trabajar con tres realidades en contextos
muy complejos y acompañarlas en trances muy difíciles en los que simplemente queda
sentarse a llorar o abrazarse. Aquí hablamos sobre todo del empoderamiento, de
lo fuertes que son al atravesar medio mundo para buscar un futuro para sus
hijos. A mí me ha cargado las pilas; tanto conocer a las mujeres mayores y su
lucha en los años ochenta, como estas mujeres latinas currando donde pueden.
¿Percibes una temática común a
los cinco barrios?
— Si que hay temas comunes, en
especial el de la gente mayor que en todos los barrios se siente desvinculada
de los cambios que vivimos. Creo que hay que hacer un esfuerzo por reconocer su
lucha —por ejemplo, aquí concretamente por el derecho a la vivienda. El teatro comunitario permite unir generaciones,
hoy tenemos niños interactuando con gente muy mayor, algo que no se hace a
menudo. Para mi también era muy importante traer las voces de quienes no
aparecen en los libros de historia y que no siempre son de mujeres.
Esta iniciativa cuenta con el
apoyo de la ilustradora y vecina Blanca Nieto del proyecto Supermanazas, quien colabora
en la creación de la novela gráfica y se encarga de la iluminación en las
representaciones.
— Lo que más trabajamos en los
talleres son las fortalezas, los logros cotidianos o proezas realizadas por
mujeres, ya que nos encontramos con que hoy día muchos temas siguen siendo un
tabú para la sociedad.
¿Qué lección te llevas?
— Te das cuenta de que la
libertad hay que cogerla, no te la dan. Eso ha sido algo muy potente.
Acto 5. San Cristóbal: inventariando la vida, en común y desde abajo.
Ilustración G. Serrano |
Es una comunidad a escala, pequeña,
pero con unas ganas tremendas de brindarse, de regalarse a cualquiera y
facilitar el encuentro. Esta vez ofrecen torrijas, tortilla de patatas, ajo
blanco, empanadas. También las voces hilarantes de vecinas y vecinos que
comparten con añoranza y entre risas algunos soplos de lo que fue su niñez y
juventud en este poblado, construido en pleno corazón de Madrid para los
trabajadores del Parque Móvil del Estado. Es, digamos, una ciudad miniatura —con
colegio, tienda, iglesia, parque y patios interconectados— que hoy se explayó
para celebrar un huateque en la Casa de Cultura y
Participación Ciudadana.
Sin mayor aviso, cuatro
personajes trasladaron a los asistentes al Madrid de antaño, el de las fiestas
de San Cristóbal —en honor al patrón de los conductores— cuando se decoraban
los patios y los niños jugaban por la tarde hasta escuchar el grito de sus
madres insistiendo en que era hora de cenar. A la remembranza se unieron otros
tantos residentes que, muy al estilo del Me
acuerdo de George Perec, narraron su propio “Allí estaba” desde la ventana
de una vivienda y bailaron La chica ye yé
en el Patio de la Mimosa y con una campanita hicieron el llamado para acudir al
colegio público donde está pegado un cartel repleto de manos que dice “Todos
iguales, todos diferentes”. Sentados en la acera para formar un círculo humano,
escuchamos a los niños contemporáneos expresar cuáles son los rasgos que más
disfrutan del paisaje y cuáles cambiarían, entre ellos que no haya tantos
coches porque “A Javi, un compañero, casi le atropellan”.
El circuito terminó en la casa de
cultura para conocer cada espacio y hacer un mapeo colectivo del poblado, para
inventariar lo que estaba y ha desaparecido; lo que ahora se tiene y se intenta
conservar. Además, para prestar atención a otras tradiciones y ser testigos de
la apertura y recibimiento que los anfitriones dieron a cada visitante. Laura Santos, con la colaboración de
Sergio Adillo, dramaturgo, y de Paula Pascual de la Torre (Colectivo
TERRE-MOTO), facilitó la realización del proceso. El equipo lo complementaron Ángel
Perabá, en la creación de una coreografía, y entidades como la Casa de Cultura
y Participación Ciudadana de Chamberí, la Mancomunidad San Cristóbal y algunos
padres, madres, alumnos y alumnas del CEIP San Cristóbal.
Este fue un lunes, 18 de junio,
inusual. El comienzo de una semana ordinaria en el que un grupo de personas
sugirieron hacer de la confluencia algo extraordinario, un evento memorable.
Hubo escape de sonrisas, rostros emocionados y ojos que precisaron enjugar las
lágrimas para continuar. Un verdadero culto a la comunión que sin demora se contagió
en todos los presentes y dio muestra de lo que implican la participación
ciudadana y el urbanismo no formal, el que planifica las ciudades alrededor de quienes
las habitan, el que protege un territorio desde abajo, a pie de calle.
Antes de bajar el telón: ¿Qué es un barrio?
Violencias de concreto y asfalto,
privatización de los espacios públicos, especulación financiera-inmobiliaria,
urbanismo agresivo, crecimiento acelerado, dificultades para caminar,
dependencia del turismo, necesidad de zonas verdes de esparcimiento, reclamos
de libertad, eliminación de la diversidad cultural, proliferación de parques
temáticos, desvalorización del imaginario colectivo. Para Fernando Gallego “hay problemas que son comunes a todas las ciudades”:
— La memoria es un nexo entre los
cinco proyectos: recuperar las historias, honrar el pasado de los barrios, lo
que conforma la identidad de un lugar. Qué mejor momento, cuando la vida cambia
tan de prisa, para mirar hacia atrás y ver quiénes han construido lo que somos
ahora”.
Esto lo dijo en Comillas, lugar
al que acudió para respaldar y aplaudir la escenificación dirigida por Laura
Presa. “Mi abuelo es de este barrio y me hacía mucha ilusión conocerlo”, comentó
Laura Santos al iniciar la
presentación en Chamberí, la que detalló con minuciosidad para que no quedara
duda del esmero puesto en el proyecto.
— Siento que ya no hablamos el
mismo lenguaje. Para mí, lo más difícil ha sido aprender a conectar dos mundos,
hacer de puente entre jóvenes y ancianos. Si me preguntas, los percibo como un
grupo vivo y en proceso. Esta obra ya tiene un impacto, pero pretende ser un
servicio; así que se queda en Ventilla para abrirse a la participación de más
personas y entidades del barrio. Las
mujeres están muy implicadas…
Me dijo Natalia Sanz mientras Estrella, una de las integrantes, se despedía
y le expresaba sus ganas de colaborar siempre que se pueda. Entonces Natalia
aprovechó para sugerirle que su personaje usara un moño, para darle más
carácter. “Claro, como mi abuela que siempre iba con el moño”, le respondió.
Mosaicos es un mosaico: una obra de arte elaborada con piezas
diminutas de humanidad, teselas hechas de barrio, situaciones, sentimientos,
contextos, épocas, personajes humanos y materiales, aspiraciones, evocaciones, unidos
todos mediante el yeso de la pertenencia a un lugar y su continua exploración. Es
un proyecto y tantas cosas a la vez.
“Hay una gran diversidad también
a nivel emocional. Yo me siento en deuda, estoy muy agradecido porque volví a
conectar con mi país”, dijo Daniele Cibati, con voz entrecortada cuando lo
entrevisté y entre una pregunta y otra tuvo oportunidad de recapitular este
experimento que, entre sus fines, tiene el de eliminar la desconfianza a la
otredad, al “acá y al allá”.
— Mis hijos me ayudan, me anclan
a la tierra para hacerme ver que estamos viviendo una locura: miedo, soledad,
odio, envidia, individualismo; nos permea el racismo, tenemos una incapacidad
de ver la realidad. Por eso, desde Mosaicos queremos reconstruir las
relaciones, volver a generar esos vínculos de barrio que, con la familia y la
red de vecinos y vecinas, son la unidad básica de la ciudad. Así como tenemos
el centro de salud para rehabilitarnos o el cole para enseñarnos, también
contamos con el recurso del teatro comunitario para dialogar y reflexionar.
Antes de terminar nuestra
conversación, Daniele me dice que cocinará una lasaña en agradecimiento a los
chicos que integraron el proceso. Cuando le pregunto por sus aprendizajes,
responde que en una maleta se lleva el agradecimiento y el deber de la humildad
que le exigió ser “partero” de este bebé solidario. A la basura tira el ego y
la persecución obsesiva de resultados. En un ciclo de centrifugado deja la
paciencia y el curso natural de acontecimientos que requieren más tiempo para asimilar
tanto las percepciones antagónicas como las alegrías recíprocas que supone el
ejercicio agridulce, de ser y hacer comunidad, de aproximarse a otras y a otros.
Así como la eterna circunstancia de arribar, partir y trasladarse.
El grupo de Chamberí legó a los
espectadores la receta de “Torrijas de Isabel” que repartió impresas. Cuando
estuve en Ventilla me ofrecieron una rosquilla tradicional de canela preparada
por otra participante en la creación. En Comillas montaron una mesa con
tortillas de patatas, ensaladilla, croquetas; comida casera que convidó la
asociación vecinal. En los cinco barrios la degustación incluyó hablar de lo
que pasa, ocupa e inquieta cada día; de la vida “a medio camino” —como apuntó Paul
Leuilliot— al interior de las “cárceles del capitalismo”, las metrópolis que
dibuja la filósofa Marina Garcés en Ciudad Princesa
y el universo en torno al que se levantan o desmoronan los barrios. También
nuestras personalidades.
Los barrios como hormigueros de impresiones
y huellas, de organización, de resistencias, de habitaciones, de prácticas, de
intercambios, de códigos y, cada vez menos, de regocijo. Los barrios:
estratificados, fuera de foco, virtuosos, plurales, múltiples; fundamentales siempre
para socializar y producir, más que bienes de consumo, cultura y entramados de
cooperación que le den consistencia al hecho de existir. Sin romanticismos ni
autocomplacencia, sino con celebración y evaluación —según cuenta Daniele—, Mosaicos
está aplicado en impulsar el trabajo común que facilite la toma de libertades,
rescate la alegría e imagine cómo deben ser las ciudades donde quepamos todas y
todos —o las que nadie quiera abandonar, salir huyendo.
Su método elegido fue el teatro
comunitario en sus variantes y con las peculiaridades de cada sitio, pero las
estrategias de intervención y los beneficios son multiplicables al infinito. Esta
caminata consistió en cinco trayectos. Se necesitan tantos más como barrios
existen en incontables coordenadas. Sabemos que no hay comunidades sublimes, lo
bueno es que aspiraciones y deseos, sí. El ejemplo está puesto y la invitación
hecha, solo queda arriesgarse y aceptar. En otros términos, okupen su localidad.
*Agradezco de manera especial la colaboración de Alba Villanueva para
la realización de este reportaje.
Actualización (26/11/2018): Operación Cultura. Un proyecto para la Comunidad de Madrid.
Actualización (03/06/2019, El País): El teatro salta de las salas a las calles.
Actualización (26/11/2018): Operación Cultura. Un proyecto para la Comunidad de Madrid.
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