Entrevista: música y diversidad sin límites, sin fronteras
Juanjo Pastor Llorens, cornista principal de la Orquesta Sinfónica de Yucatán, México. Fotografía: Juanjo Pastor. |
Artículo publicado en:
Regresa a España cada vez que tiene oportunidad, como en esta ocasión que fue invitado a formar parte del ciclo sinfónico de la Orquesta y Coro Nacionales de España en su temporada 17/18, específicamente para presentarse en el Auditorio Nacional de Música e interpretar Elías, un oratorio basado en palabras del Antiguo Testamento, de Félix Mendelssohn, bajo la dirección del músico japonés Masaaki Suzuki.
Les hablo de Juanjo Pastor Llorens, cornista valenciano que desde hace catorce años radica en México y es el corno principal de la Orquesta Sinfónica de Yucatán (OSY), residente en Mérida. Su biografía, con sus recorridos de ida y vuelta por los dos continentes, es una muestra de la riqueza cultural que representan los continuos desplazamientos humanos cuando existe la voluntad, el deseo genuino de vivenciar la sociodiversidad: ideas, percepciones, costumbres e idiomas que se combinan y, sin que nadie pueda evitarlo, traspasan cualquier frontera.
Hago un esfuerzo por imaginar cuántos reencuentros como el nuestro —así de gratos, tan breves— ocurren en simultáneo todos los días de uno y otro lado, en las dos penínsulas. Él pasa distraído por la entrada del auditorio, pero en un instante cruzamos miradas y nos fusionamos en un abrazo apretado con dos sonrisas bien grandes: de alegría, entre nostalgias, porque sabemos de dónde venimos. Ambos somos emigrantes. Juanjo migró a México, donde lo conocí y entrevisté en un saloncito de su escuela de música, después en el estudio que improvisó en su casa. También lo vi tocar entregado en un albergue infantil e interpretar con toda solemnidad en las temporadas del teatro José Peón Contreras. Y dar clases a jóvenes azorados durante el Festival Internacional de Metales de Mérida (MIBF, en inglés).
Entonces su presente lo tenía a la
vista, en pleno desarrollo. Pero yo quería saber de su pasado, sus
antecedentes, cómo había llegado un cornista valenciano a Yucatán, por qué a
Yucatán. Por eso inicié nuestra charla leyendo este texto de Cañas y Barro, la obra de Vicente Blasco
Ibáñez considerada una de las mejores novelas en español del siglo XX:
“Como todas las tardes, la barca-correo anunció su llegada al Palmar con varios toques de bocina. El barquero, un hombrecillo enjuto, con una oreja amputada, iba de puerta en puerta recibiendo encargos para Valencia, y al llegar a los espacios abiertos en la única calle del pueblo, soplaba de nuevo en la bocina para avisar su presencia a las barracas desparramadas en el borde del canal. Una nube de chicuelos casi desnudos seguía al barquero con cierta admiración. Les infundía respeto el hombre que cruzaba la Albufera cuatro veces al día, llevándose a Valencia la mejor pesca del lago y trayendo de allá los mil objetos de una ciudad misteriosa y fantástica para aquellos chiquitines criados en una isla de cañas y barro”.
Con la mente puesta en una
imagen así de idílica y mis escasos conocimientos de esas tierras, entrevisté a
este chaval de Catarroja, ahora un músico comprometido con el arte, un hombre de
notoria sensibilidad que me compartió sus memorias de la vida en provincia que
dejó atrás. No lo olvido: nuestra reunión fue una tarde lluviosa de septiembre
en la capital yucateca. Era 2014, otro momento social y político, no tan
distante, pero sí distinto del que ahora vivimos, uno en el que todavía nos regalábamos
tiempo para nutrir el espíritu con el acercamiento vis a vis, con esos diálogos
prolongados que salen de dentro y dan por resultado narraciones sencillas e intensamente
humanas, como esta que traigo a la actualidad.
Juanjo Pastor Llorens, cornista principal de la Orquesta Sinfónica de Yucatán, México. Fotografía: G. Serrano (2014). |
Juanjo, ¿qué recuerdos tienes de Catarroja?
Es mi pueblo natal, son mis orígenes. Sobre todo, pienso en los amigos, la familia, mi infancia, mi juventud… muy bellos recuerdos.
Catarroja es un pueblo dedicado principalmente a la agricultura y la pesca…
Sí, Catarroja está muy cerca de Valencia, a menos de diez kilómetros de distancia hacia el sur; digamos que, de aquí a Umán, el primer pueblito después de Mérida. Ahí se encuentra el Parque Natural de La Albufera, justo al lado del mar donde desembocan un montón de ríos. Colinda con catorce pedanías y doce pueblos, uno de ellos es el nuestro. La Albufera da pie a inundaciones en terrenos aledaños que han basado la agricultura en el cultivo del arroz, así que, si de algo es famoso Valencia es por su paella y sus arroces. Es una de las comunidades con más actividad agrícola dentro del sector.
¿Qué significa para ti este “Pequeño mar”?
Es parte de mi alma. Cuando vas, es obligado tomar una barca para cruzar hasta El Palmar. Para mí es casi como una peregrinación, como el Camino de Santiago. Esto de empujar las barcas con la percha es una tradición muy antigua, se hacen carreras de barcas y de vela latina, características de esta zona. No puedo dejar de mencionar a la banda de música de mi pueblo y la Sociedad Musical “La Artesana de Catarroja”, que reúne a gente mayor aficionada a la música, como mi abuelo que me llevaba cuando yo era un niño. En este lugar aprendí a leer y escribir música. En aquella época había coro, banda juvenil, orquesta juvenil, banda sinfónica; en fin, éramos una gran familia.
Juanjo egresó del Conservatorio Superior de Música “Joaquín Rodrigo” de Valencia, en el que obtuvo las máximas calificaciones en corno francés, solfeo, teoría de la música y piano. Durante su carrera fue reconocido tres veces con Mención y Premio de Honor. Formó parte de la Orquesta del Conservatorio Superior de Música de Valencia de 1987 a 1992, en calidad de principal. Fue invitado de la Joven Orquesta Nacional de España (JONDE) y de la Joven Orquesta de la Comunidad Europea (ECYO). Igual fue miembro de los “Metales Catedralicios” de Valencia y ejerció como profesor de corno francés en el conservatorio
desde 1995 hasta 1999.
¿Cómo te inicias profesionalmente en la música?
En el ochenta y dos me decidí por tocar el corno; apenas con ocho años aparecí en la banda tocando el instrumento. Ese año fuimos más de treinta músicos los que nos presentamos por primera vez y en tres años se incorporaron casi cien jóvenes, fue una temporada muy fructífera en términos musicales. Luego, a los quince, cuando estaba por terminar mi bachiller, me dije, bueno, ¿y ahora qué hago con este papel? Pero a los pocos meses comencé a trabajar con la Orquesta de Valencia y después en el Conservatorio “José Iturbi”. Esto, y algunos trabajos en escuelas de música y bandas de diferentes pueblos constituyeron mi experiencia antes de llegar a Mérida.
¿Has tocado en el Teatro Auditorio de Catarroja?
Sí, sí. Fue hace muchos años, pero no en el nuevo, sino en el anterior que estaba en la Casa de Cultura, una sala muy chica. Ahora es que recién se construyó el Teatro Auditorio de Catarroja, el TAC.
Por lo que cuentas, supongo que la familia y los amigos te recuerdan tocando siempre un instrumento. ¿Cómo es cada vez que vuelves?
Bueno, obviamente se alegran mucho cuando te ven. Nunca falta quien me dice: “¿Te acuerdas cuando el instrumento era más grande que tú o cuando mi hijo tenía que ayudarte para cargarlo porque tú eras muy pequeño?”.
Cuando escuchas la palabra “Valencia”, ¿en qué piensas?
Mira, ¡se me eriza el vello! Valencia es muy poderosa para mí, pues es el lugar donde me presenté por primera vez como profesional. Son muchas y buenas historias. En relativamente poco tiempo, Valencia se puso a la vanguardia de toda Europa y también a la cabeza del mundo con la Ciudad de las Artes y las Ciencias. Hoy en día tenemos la suerte de contar con instalaciones de última tecnología en salas acústicas, museos, el oceanográfico, l’hemisfèric, —la sala de proyecciones con pantalla IMAX. Por otra parte, el centro de Valencia es un reflejo de la multiculturalidad que ha vivido a lo largo de su historia.
Vayamos del centro a las periferias. Salgamos de Valencia para recorrer otros sitios. Empecemos por la Cullera, ¿qué te dice este nombre?
Cullera es un pueblo de playa muy bonito que, además, tiene montaña. Allí pasé mis primeras fiestas de adolescente, tocaba en una de sus bandas y muchos amigos veraneaban por allá.
¿Utiel?
Utiel es una comarca de muy buen vino, de denominación de origen. También tengo buenos amigos de esta zona que fueron mis compañeros en el conservatorio.
¿Xàtiva?
Guardo muy gratos recuerdos de Xàtiva, un pueblo-ciudad emblemático con un castillo romano importantísimo y en el que he tenido la suerte de tocar. Además, uno de mis mejores maestros, Paco Perales, es originario del lugar.
¿Cómo fue ese concierto?
Se trató de un concierto veraniego con la Orquesta de Valencia en un escenario muy, muy bonito dentro de un anfiteatro que te transporta a otra época. En el verano se realizan diversos festivales de música clásica, no solamente en Xàtiva. Es una semana de conciertos al más alto nivel, de solistas internacionales que también van a dar clases. Alzira, Torrent u Oliva, por ejemplo, son pueblos que tienen grandes festivales de metales.
¿Dirías que otro rasgo del valenciano es su gusto por absorber la cultura en todas sus manifestaciones?
Sí, yo creo que el valenciano es una persona muy abierta y en eso se parece mucho al yucateco. Somos muy de calle, de salir y hablar con la gente, de ser receptivos a lo que llega de fuera. En ese aspecto, creo que Valencia es una de las ciudades con más apertura para recibir a la gente de otros lugares.
¿Y qué me dices de Alboraya?
¡La horchata de chufa! De hecho, aquí en Mérida hay una tienda donde venden un concentrado de chufa, no es igual, pero tiene ese sabor. Casualmente, hoy probé la horchata que un amigo trajo de Valencia. Ya te imaginarás, me dejó con una sonrisa de oreja a oreja.
¿Te viene a la cabeza algún postre en especial?
La calabaza con miel es típico de mi pueblo. Aunque de eso te puede hablar Sonia, mi esposa, porque su padre fue presidente del Gremio de Maestros Confiteros de Valencia y conoce bien su historia.
Eres bastante “playero”, ¿conoces el Puerto de Gandía?
Benidorm me es mucho más familiar que Gandía, pero es casi casi que lo mismo: un lugar de sesenta o setenta mil habitantes que en el verano se convierten en doscientos mil, porque se llena de turistas, sobre todo de madrileños. Es una de las mejores playas de Valencia. Tiene un playón tremendo, así como Paraíso en Tulum. Gandía es un lugar de mucho ocio, de mucha diversión, es como Acapulco, en Guerrero, o Puerto Progreso, aquí en Yucatán.
¿Cuál es tu platillo favorito?
La paella y el all i pebre, que es más típico de mi pueblo. Estrictamente, la paella valenciana tiene los ingredientes de la zona, pero si te vas tres o cuatro pueblos más adelante, verás que le ponen alguno diferente, aunque siempre conserva el sabor de pollo, conejo y pato. También está la paella de pescado o mariscos, dependiendo de la zona cocinan una u otro tipo. Y hay una paella de montaña que es más por el rumbo de Alicante y la preparan con costillas, col y pimiento rojo; es otra de las típicas. Yo aprendí a cocinarla en casa de mis padres. Mi primera paella fue como a los catorce, en una reunión de amigos. Ayer mismo cociné paella estilo valenciano, que salió muy rica. El all i pebre son anguilas y patatas con mucho ajo, sal, aceite y pimentón dulce —la paprika, como se conoce aquí— que allá es el pimentón de la vera, el más tradicional. Se fríen un poco los ajos y el pimentón, después se agrega el agua y, cuando hierve, las patatas y las anguilas con un poco de guindilla, muy parecido al chile de árbol. La dejas hirviendo unos veinticinco minutos más, y a comer.
Te gusta cocinar…
Sí, me encanta; si entrevistaras a mis compañeros de la Orquesta te asombrarías de las ganas increíbles que cada uno tiene de mostrar sus dotes culinarios y sus tradiciones al comer. Para nosotros es casi tan motivante como un concierto.
Corno francés. Fotografía: G. Serrano. |
Podríamos pasar horas hablando de la gastronomía valenciana y de la yucateca, pero Juanjo también tiene mucho por contar de su trayectoria como cornista principal en la OSY. Me comenta que le gusta casi cualquier género musical, que baila desde música disco hasta salsa y, fuera de los clásicos, escucha a Dire Straits, flamenco y canciones de los sesentas y setentas. Aunque, en realidad, lo que más disfruta es escuchar a sus propios compañeros, sus ídolos.
¿Las orquestas son un ejemplo perfecto de trabajo en equipo?
Sí, pero no olvides que tenemos un director. Una orquesta no es una democracia, más bien una dictadura perfecta, porque lo que dice el director no lo cuestiona nadie. Nos dedicamos a ejecutar y el resultado depende mucho de las órdenes del director, siempre hay un culpable. En otro sentido, una orquesta también debería estudiarse como mecanismo porque tiene mucho de cooperación, es una familia muy grande en la que te olvidas de todo lo que ha pasado fuera para concentrarte en tocar de la mejor manera posible y lograr que se den esos conciertos que enchinan la piel.
¿Cómo ha sido acoplarte al estilo de otros directores y a otros compañeros?
Cada presentación es diferente, siempre interesante y cada vez mejor. Después de haber trabajado con varias orquestas y directores adquieres esa flexibilidad y entiendes mucho más los gestos de cada uno. He tocado en otras orquestas del país y todas las experiencias han sido enriquecedoras, pero cuando regreso a Yucatán me da gusto saber que estoy en casa. Tu orquesta, obviamente, siempre es la preferida.
¿Qué ha sido lo más difícil?
Quizás, ser maestro. A mis cuarenta, me siento mucho más preparado para la enseñanza. Antes, con dieciocho o diecinueve años, no entendía que siendo tan joven pudiera enseñarle algo a otra persona; al contrario, sentía que tenía mucho por aprender. En realidad, nunca dejas de hacerlo, cada vez que toco el corno siento que aprendo algo más, ese es el espíritu. La música es una cosa muy estricta, cada día que no tocas se convierte en un retroceso. Aquí tenemos cuatro sesiones de ensayos por semana, tres horas diarias. Más los dos conciertos y el estudio en casa, que un día normal puede ser de una o dos horas, dependiendo de la inspiración y las necesidades.
Si lo comparamos con el violín o la trompeta, el corno francés no es un instrumento muy “popular”. Para despejar cualquier duda, partamos de diferenciarlo del corno inglés:
La diferencia entre ambos es total. El corno inglés es un instrumento de madera y el francés pertenece a la familia de los metales. Digamos que el corno inglés es el hermano mayor del oboe, con una campana que se abre en forma de círculo y parece una granada. El corno francés es hermano mayor de la trompeta y hermano menor del trombón y de la tuba. Es el instrumento con mayor profundidad, lo que se traduce en un sonido muy poderoso y lejano. Schumann dice que es “el alma de la orquesta” y se utiliza para enfatizar el aspecto glorioso dentro de las sinfonías, como la Cabalgata de las valquirias, de Wagner.
¿Por qué decidiste tocar el corno francés?
Un maestro de la banda me dijo que tenía “los labios perfectos para tocar el corno”. La verdad es que todos teníamos esos labios perfectos para tocarlo, pero yo, una vez que lo tuve en las manos, me identifiqué con el instrumento y supe que me acompañaría por el resto de mi vida.
Con esos mismos labios que tuvieron un coup de foudre con el corno, afirma que no puede imaginar la vida sin escuchar ni interpretar música. Su cotidianidad está inmersa en ella: en la escuela, en la sinfónica, en su propia casa. Para él, es una especie de religión que le permite reflexionar y trazarse nuevos objetivos. Pero, le pregunto, ¿cómo transmitir ese gusto por la música clásica a otras personas?
La música la traemos dentro antes de nacer, con el latido del corazón que es totalmente rítmico; es decir, somos seres musicales. La gente se equivoca cuando afirma que “no tiene oído”, lo que pasa es que no han explorado lo suficiente. Todas las civilizaciones tienen cierta música que es tocada, bailada, cantada y disfrutada por todos; ya sea para momentos de gozo como de tristeza o inspiración. Es parte del ser humano, si no aprendemos a escucharla perdemos una parte de la vida.
¿Cómo sensibilizar el oído para escuchar, pensemos, la Sinfonía 40 de Mozart o la Suite No. 1 de Bach?
Yo le digo a la gente que, de preferencia, escuche un concierto en vivo. Claro, se tiene que educar un poco en ese aspecto, no puedes llevar a alguien a que escuche, por ejemplo, la Octava Sinfonía de Bruckner, porque dura más de una hora y seguro que no regresa. Los conciertos de la Sinfónica de Yucatán están pensados para el público. Si asistieran, quienes dicen que no les gusta la música clásica se sorprenderían.
A veces, se tiene la idea de que estos conciertos no atraen a las multitudes como uno de Bob Dylan o Roger Waters…
Escuchar el “raazzzz” del chelo o el “pum” de la tuba es súper excitante; ver a un percusionista golpeando y vibrar con el “plaaam”. La manera en que suena eso es todo un espectáculo. Definitivamente nadie se queda impasible ante el sonido de un bombo o de unos platos. Por mucho que tengas las mejores bocinas en casa, no sustituyen ver a la orquesta interpretando. Es la vista, el oído, el público que disfruta lo que el músico está dando; esa es la esencia de la música en vivo, la comunión del momento, el poder de lo que nosotros damos y lo que la gente recibe. No hay cosa más bonita que un teatro lleno. Es algo tan poderoso, que te entregas y, si ya no puedes, pues respiras y sigues tocando.
Hay conciertos más emblemáticos que otros. Para Juanjo, uno de ellos fue el Programa 2 de la temporada XXII de la OSY en el que interpretaron “La noche de los mayas”, del compositor mexicano Silvestre Revueltas. En su opinión, la evolución de la orquesta a lo largo de estos diez años ha sido positiva; en gran medida, gracias a que cuenta con un Fideicomiso Garante y al apoyo que le brindan el gobierno y la iniciativa privada. Sin reservas, expresa su orgullo como integrante del proyecto y de una comunidad que en diez años ha hecho suya.
¿Cómo fue tu llegada a Mérida?
El clima es muy parecido al de Valencia, así que no tuve problema en aclimatarme. Bueno, allá son tres meses de calor y aquí casi nueve, es como estar siempre en verano. Llegué un día de Carnaval, para ser exactos, el 23 de febrero de 2004. Había fiesta y ambiente por toda la ciudad y hacía mucho calor, esa noche casi no pude dormir por los mosquitos. El primer mes fue de adaptación: ver cosas, distinguir sabores y olores diferentes a los míos. Me habían dicho que era un lugar excepcional y con esa ilusión llegué, pero es mucho más bonito de lo que imaginaba. La naturaleza es, quizás, lo más poderoso. Sus playas vírgenes, como San Felipe o San Crisanto. Y, por supuesto, la gente.
Y estableciste tu hogar, formaste una familia…
En España trabajaba en el conservatorio y Sonia en el negocio familiar. Teníamos seis meses de casados y la ilusión de abrir una escuelita, —cuando hables con ella te vas a dar cuenta de su amor por los niños y la educación. Allá teníamos todo: muebles recién comprados, electrodomésticos. Cuando llegamos a Mérida comprendimos que asentarnos sería de cero, pero fue muy bueno porque nos unió más. Migrar es algo que te separa o te acerca más a tu pareja. En nuestro caso, la vida juntos ha transcurrido prácticamente en México, y nos ha tratado muy bien. Nos ayudó bastante el idioma y toparnos con gente maravillosa que se ha convertido en parte de nuestra familia.
Orquesta Sinfónica de Yucatán, México. Fotografía: Juanjo Pastor. |
¿Extrañas Valencia?
Sí, sí que se extraña, pero ahora tenemos más formas de comunicarnos. Casi que estoy más pendiente de lo que sucede que cuando vivía ahí. Todos los días leo los diarios españoles y los de aquí, es mi primera actividad en la mañana mientras desayuno.
¿Vivir en México ha cambiado de alguna forma la percepción que tenías anteriormente de nuestro país?
Sí. Cuando vivíamos allá, la imagen que tenía era más parecida a la que se muestra en las películas, de gente con pistolas cabalgando por el desierto, como Pancho Villa. Sin embargo, cuando llegas te das cuenta de que es otro mundo, uno moderno, pero con muchas necesidades, en especial en los pueblos más alejados de los centros urbanos que están en medio de la selva.
¿Fue un choque cultural?
De alguna manera sí. Nuestro acercamiento y contribución a las comunidades inició con el proyecto Musicalia, la escuela de música para niños que en 2007 dio paso a EducArte, asociación civil a través de la cual promovemos el crecimiento personal y social de niños, niñas y adolescentes en situación de riesgo. Lo mejor es que hemos podido aplicar un programa propio para la enseñanza de la música a través de distintas actividades. Lo más gratificante está en el día a día, en lograr que nos acepten en cada lugar y superar los obstáculos que se atraviesan. Por ejemplo, el segundo año nos quedamos sin recursos y fue entonces cuando sentimos el apoyo de la gente que nos pidió mantenernos porque vieron las bondades de esta iniciativa.
Es largo el camino que has recorrido…
¡Uy! Y no te he dicho nada del Festival Internacional de Metales que llevamos a cabo en Mérida. Este año se repetirá y tendremos a los mejores metaleros del mundo, del Conservatorio de París, la Universidad de Indiana, la London Symphony Orchestra, por mencionar algunos.
Festival Internacional de Metales de Mérida (MIBF), en Yucatán, México. Fotografía: G. Serrano. |
Como solista con orquesta ha interpretado los conciertos 2 y 3 de Mozart, el concierto de Haydn para dos cornos, el Koncertstück de R. Schumann, el concierto No. 1 de R. Strauss y el de R. Gliere, siendo sus acompañantes habituales la Orquesta Sinfónica de Yucatán y la Orquesta de la Universidad Autónoma del mismo estado (UADY). Además, es miembro fundador del cuarteto “Puro Corno”, organizador del MIBF.
Antes de finalizar la entrevista le pregunté cómo imaginaba su vida a mediano y largo plazo. No demoró en darme su respuesta: con más proyectos y actividades en torno a la música, pero siempre en Yucatán, visitando de tanto en tanto a su familia en Valencia. Han pasado cuatro años de aquella charla y hoy Juanjo Pastor regresa a España para tocar, por primera vez, con la Orquesta y Coro Nacionales. Antes de comenzar el concierto me dice que su paso por Madrid lo tiene muy contento y emocionado. También me pone al tanto de su situación en Mérida; hablamos de los amigos en común y de Musicalia que sigue creciendo, al igual que las satisfacciones que les generan EducArte y el Festival Internacional de Metales que, por cierto, en 2019 celebrará su quinta edición.
Concierto de la Orquesta y Coro Nacionales de España en la Sala Sinfónica
del Auditorio Nacional de Música. Madrid, febrero 2018. Fotografía: G. Serrano.
|
Dentro de unos minutos tomará su lugar en la Sala Sinfónica y los asistentes seremos testigos de una interpretación realmente sobrecogedora del Oratorio de Mendelssohn. Mientras sucede, observaré absorta su ejecución pensando en nuestra amistad que sobrevive a la distancia —a la era digital, a esta confusión de las relaciones personales con las conexiones en red— y en los días juntos en una ciudad mestiza de aguaceros incontenibles y frutos carnosos que cuelgan de los árboles. Pensaré en Mérida y sentiré una gratitud sincera con esta profesión tan precaria a la vez que prolífica, con el periodismo que me ha permitido migrar para conocer “distintos fragmentos de las infinitas dimensiones del mundo”, como explica José Luis Sampedro en Escribir es vivir. Recordaré, a pesar de la complejidad de la existencia, lo bella que es la luz después de la lluvia en esa latitud, al sur del Trópico de Cáncer. Y repetiré en silencio, para los millones de seres humanos que estamos detrás de las migraciones, esta frase de Amos Oz:
“Cada uno de nosotros es una península, con una mitad unida a tierra firme y la otra mirando al océano. Una mitad conectada a la familia, a los amigos, a la cultura, a la tradición, al país, a la nación, al sexo y al lenguaje y a muchos otros vínculos. Y la otra mitad deseando que la dejen sola contemplando el océano”.
Recomiendo leer: L'Hospitalet de Llobregat exporta su modelo de educación musical.
Recomiendo leer: L'Hospitalet de Llobregat exporta su modelo de educación musical.
Comentarios
Publicar un comentario