Tan fuerte, tan cerca: el periodismo de barrio

Número 57 Nación Humana Universal, NHU. Periódico de Lavapiés, La Latina y Embajadores. Madrid, España.
Fotografía © G. Serrano.

Gabriel García Márquez decía, insistía en que “aunque se sufra como perro, no hay mejor oficio que el periodismo”. Y Ryszard Kapuściński que “las malas personas no pueden ser periodistas”. Siempre vuelvo a estas dos máximas de estos dos pilares, y en especial si es para hablar del periodismo local. Me refiero al periodismo de barrio que a menudo se mira con menosprecio, como si fuera un trabajo de calado menor porque no tiene el carácter masivo y espectacular de los grandes medios ni la virulencia de un tuit, pero que, sin embargo, es el epicentro de una profesión tan trepidante como la sociedad misma.

Mi abuelo Alfonso también fue periodista y cada semana lo acompañaba a la redacción del diario para entregar su “Minuta”, la columna de opinión en la que contaba con un sarcasmo bastante propio los pormenores de la ciudad, los asuntos “domésticos” que ocupaban o con los que se entretenía cualquier ciudadano de a pie, incluso los políticos. Estando en la universidad, mientras cursaba la licenciatura en comunicación, recuerdo que la madre de una amiga me regaló varios recortes de periódico hechos rollito, color azafrán, atados con una cinta o con algún listón. Eran los escritos de mi abuelo que ella guardaba por puro afecto, porque ahí quedaron impresos nombres, sucesos y anécdotas cotidianas que forman parte de su biografía, del relato de otros tiempos que, sobra decirlo, ya no eran, ya no son los nuestros.

El primero de mis artículos se publicó en una revistilla del vecindario, tipo pasquín. Podría asegurar que igual fue el primer perfil periodístico que me atreví a realizar con desconocimiento total del género; una descripción detallada de mi profesora de matemáticas y directora de la escuela donde cursé el bachillerato. “Mamá Gina” titulé el relato que, a manera de homenaje después de su muerte, retrataba quién fue esa mujer enorme de voz carrasposa de la que nos despedimos generaciones de alumnos, entre lágrimas, por culpa de un cáncer. Años después supe que sus hijos leyeron mis palabras y las agradecieron sin saber, bien a bien, quién era aquella estudiante a la que Georgina Dávila, Gina, le había enseñado algo más que cálculo diferencial y geometría.

Pasaron casi dos décadas para que, de nuevo, tuviera la oportunidad de reseñar la vida en los barrios de Mérida y en otros lugares de la Península de Yucatán: en Santa Ana nació “El secreto mejor guardado”, la crónica que cuenta los orígenes de la Imprenta Manlio. En Santiago, las reseñas de distintas obras de teatro independiente. Y en el parque de San Juan, un reportaje sobre el activismo del colectivo Radio Banqueta. Son tantos rostros, tantos momentos los que regresan de golpe sin que pueda teclearlos con la misma velocidad y con el mismo impacto que causaron en mi modo de entender esa masa de gente heterogénea y mestiza que llamamos comunidad.

Ahora escribo desde aquí, en España. Las ganas de mirar me trajeron al barrio madrileño de Lavapiés, como sugiere la periodista Leila Guerriero, para “seguir buscando, bajo los adoquines, la arena de la playa”. Y para una cosa más, para reivindicar el oficio que se hace, fundamentalmente, en las calles y con los pies, entre conversaciones informales; que significa la ejecución de una hazaña, modesta y temeraria, cada día. Que existe para evidenciar —con crónicas, reportajes, entrevistas— que no estamos solos, que pertenecemos a un lugar. Una actividad que no da para pagar el alquiler del piso o la conexión a Internet, a veces ni para comprar un bocadillo o el billete del metro, y pocas, muy pocas, para ganar premios (nunca apta para narcisistas). Pero sí un afán tozudo que surge de la necesidad de contar la riqueza que encierran las historias mínimas; uno que, cuando se escribe y se lee con ánimo de honradez, se llega a sentir tan fuerte como la más penosa de las despedidas y tan cerca como el más inaplazable de todos los encuentros.

Así es el periodismo de barrio: un privilegio del que se aprende, aun si se fracasa, cómo ser buena persona. Los espero en NHU, el periódico que hacemos todas y todos, lo mismo que a Lavapiés.

Leer también es poblar. Descarga aquí el número 57, mayo 2018. 

Artículo Bitácora del barrio. Fotografía © G. Serrano.

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