Te cabrea y mucho: micromachismos



© G. Serrano.

“Y perdona si los espinos de mis palabras rasgan el ropaje que hoy estrena tu ilusión”
Briceida Cuevas Cob

Sí, sí me ha pasado y varias veces. Eso fue lo que me respondí, con una rabia sorda, al ver el video “¿No te ha pasado?” que hace unos días difundió El Diario para hablar de lo que nunca se habla, pero se vive y se tolera con un silencio cómplice que nos daña a las mujeres y a la sociedad completa. El psicoterapeuta argentino, Luis Bonino Méndez, los define como “comportamientos invisibles de violencia y dominación que casi todos los varones realizan cotidianamente”. Prácticas que de tan comunes, se normalizan y dejan de apreciarse en toda su magnitud. Acciones que sutilmente oprimen y van configurando las relaciones de género en el hogar, en el trabajo, con los amigos. Discretas expresiones que autoafirman al hombre mientras van denostando a la mujer.

¿No te ha pasado?

La intimidación, el hacerte sentir que “algo” puede suceder si no haces lo que se te pide. Algo como no aprobar el examen, o perder tu trabajo o no tener el puesto que mereces en la empresa. Algo como no ir al cine el siguiente fin de semana. Algo como quedarte sin la custodia de tus hijos. Así que optas por no hacer aquello que a él -a tu pareja, a tu jefe- le molesta. Pero no solo es eso, el poder también se ejerce a través de controlar el dinero, o disponiendo de los bienes comunes sin consultarte, o exigiendo cuentas minuciosas del gasto diario o restándole valor al trabajo doméstico y a la crianza de los hijos.

“Su papá está descansando, no lo molesten porque ya saben cómo se pone”.
“Sirve rápido ese café, acuérdate que es lo primero que pide el director al llegar”.

La monopolización del espacio físico o del tiempo. Sus cosas desperdigadas por todo el coche, sus horas de diversión que son impostergables y sus frecuentes demoras por razones de trabajo. Pero no solo es eso, el poder también se ejerce a través de la insistencia abusiva sobre cierto tema, o forzando la intimidad, o apelando a la superioridad para imponer ideas, conductas o elecciones que poco favorecen a la mujer. Y también están las “maniobras sorpresivas”, como las llama Bonino Méndez, por ejemplo los anuncios de último momento para ir a una cena con amigos, cancelar el paseo familiar o hacer determinada compra.

“Yo sé de negocios mejor que tú y te digo que nos conviene hacer el trato”.
“Si la idea no fue mía, te juro que Juan me llamó hace tres minutos para invitarnos”.   

Se les conoce como “micromachismos coercitivos” porque consisten en eso, en ejercer la fuerza. Aunque hay otros, los micromachismos encubiertos, que nos dirigen cual carrito de supermercado hacia el lugar que él quiere y que, al experimentarlos, duelen más que un golpe en las costillas porque provocan sentimientos de impotencia, culpa y confusión que, por lo regular, generan una acción retardada de nuestra parte que este tipo de hombres califican como “exagerada”. Inducirnos a ser maternales y comprensivas, o imponer el cuidado de los suegros, o solapar ciertos caprichos de los hijos, son algunas de sus manifestaciones. Negarse a hablar cuando surge un conflicto, poner distancia física, regatear el reconocimiento del otro o valerse de terceras personas para evitar el diálogo, también.

“Ya vas a empezar con tus cosas, ¿no ves que están mis padres?”
“Entiende, tengo mucha presión en el trabajo; esto no es tan sencillo como tus clases en la universidad”.

Y si nos vamos mar adentro, es necesario referirse a cuestiones como: romper el silencio solo si es para imponer una idea (la suya), ocultar u omitir información para tergiversar la realidad, descalificar o ridiculizar la actitud de la mujer, hacer comentarios en contextos no pertinentes, autoalabarse o autoadjudicarse el uso de determinados objetos, enmascarar la posesividad con paternalismo, nunca sentirse responsable de nada, argumentar desconocimiento (hacerse el tonto), culpar a la mujer de cualquier problema, indicar descontento mediante gestos o miradas que después son negados, olvidar ciertas tareas de forma premeditada, compararse con otros hombres “peores” que “en verdad” maltratan a la mujer…

Tal vez pensarás que esto les pasa a otras mujeres, a las sumisas, a las del campo, a las más jovencitas, a tu mamá en su época, pero a ti no. A las casadas, a las que no estudiaron, a tu amiga que es medio cándida, pero a ti no. Yo pensaba lo mismo, hasta el día en que comencé a documentar el tema y, como aguacero intempestivo, recordé momentos específicos de los que fui testigo, detalles particulares en determinadas fiestas y veladas, dichos coloquiales de mis amigos. El trato de cierto renombrado investigador que conocí, aquella imagen que un amigo me envió por WhatsApp, los chistes en Facebook y la reunión de trabajo a la que asistí hace unas semanas, en la que solo nos encontrábamos tres mujeres entre más de una decena de hombres.

Lo cierto es que estos micromachismos sobrepasan la esfera personal, impactando directamente en otras cuestiones como el salario, las prestaciones sociales o las políticas públicas. En España, de acuerdo con el informe de UGT “Trabajar igual, cobrar igual” (2008-2012), existe una diferencia del 24% entre los ingresos que perciben hombres y mujeres. En el campo de la ciencia, la periodista Rosa Montero aporta datos relevantes en el artículo “El problema de llamarse Jennifer”, publicado en el periódico El País, texto en el que, contundente, señala: “Parecería que el mundo de la ciencia es especialmente correoso, especialmente impermeable a los avances igualitarios. Aunque en realidad me temo que es toda la sociedad la que padece un prejuicio colosal con respecto a este asunto”.

Agotamiento emocional, parálisis del desarrollo personal, irritabilidad crónica y deterioro de la autoestima, son unas cuantas de las secuelas que Luis Bonino identifica en la mujer. Virginia Wolf lo expresó con otras palabras: “No hay ninguna marca en la pared que mida la altura exacta de las mujeres”. Y agregaba: “(…) Son pocas, incluso hoy día, las mujeres que han sido valoradas en las universidades; apenas se han sometido a las grandes pruebas de las profesiones libres, del Ejército, de la Marina, del comercio, de la política y de la diplomacia”. Precisamente por esto, y por todo lo ya expuesto, estas líneas no están dedicadas a hablar de la fastuosa visita de Jorge Mario Bergoglio a México. Porque no es con aleluyas, sino reconociendo el lenguaje de acción y manipulación, así como ampliando el registro perceptivo de comportamientos machistas, como bien señala Bonino, que se tendrán las condiciones para alcanzar una auténtica equidad de género, entre otras tantas exigencias apremiantes en nuestro país.

“Una habitación propia y quinientas libras al año”, fue la ruta que la escritora británica indicó seguir a sus congéneres en 1929. Es imprescindible continuar con el esfuerzo, pero, mientras tanto, los y las españolas que ya se han dado cuenta de este atascamiento, no se equivocan al afirmar que la tolerancia cultural a los micromachismos es una situación que te cabrea y mucho. 

Artículo originalmente publicado en Homozapping el 20 de febrero de 2016.

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