Entrevista con el músico inglés Michael Nyman
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Michael Nyman’s Band se presenta
en Madrid. La cita es el 18 de febrero a las 20:00 horas en el Auditorio
Nacional de Música —como parte del “40th Anniversary Tour
2017” que celebra la banda—. En 2015 tuve oportunidad de entrevistar a su
fundador en Ciudad de México. Aquel día hablamos de su proyecto más reciente, de su vida fuera de Inglaterra, de sus
intereses más personales. La siguiente es una muestra, un aviso de lo que pueden
disfrutar si asisten al concierto del “intelectual con corazón artístico, o al
revés, que modificó la lírica pianística clásica”.
[También puedes leer Michael Nyman Band, cruzando las fronteras de la música (reseña del concierto en Madrid].
Para el argentino Daniel Barenboin “la
música no es cuestión de poner juntos distintos elementos, sino de integrarlos.
La diferencia entre producir sonido o música es que cuando haces música todo
debe estar integrado”. Entonces ¿cómo
debería componer un pianista para referirse al momento germen de los
nacionalismos? ¿Qué lenguaje emplearía un estudioso de la música para comunicar
el dolor enterrado bajo millones de tumbas? ¿Cómo se concibe un ensamble
musical a partir de la pena que no muestran las cifras? ¿Cómo se adiestra el
oído para reflejar el resonar de batallas como la de Verdún? ¿Cómo para interpretar
la banda sonora de The Piano (1993)?
¿Qué armonía, qué orquestación, cuál el contrapunto para repensar la Gran
Guerra desde la contemporaneidad?
En 2014 se conmemoraron 100 años de ocurrida la Primera Guerra Mundial y el compositor Michael Nyman (Londres, 1944) aceptó la ambiciosa tarea de crear una obra dedicada a esta fecha, un recordatorio de nuestras peores miserias como especie. Después de revisar los registros fílmicos que conservan Francia, Alemania y Estados Unidos, Nyman logró lo que pocos: con simplicidad y potencia, concebir el documental que hoy conocemos como War Work: 8 songs with Film —editado por Max Pugh— que sin ahorro reseña la atmósfera apocalíptica en que se transformó gran parte de Europa el 28 de julio de 1914.
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Se trata de una transición de momentos bélicos que solo caben en el saco de
lo terrorífico, acompañada de una progresión armónica siempre in
crescendo. Imágenes que se repiten tantas veces —tantas— como el calvario de quienes participaron en la
ofensiva protagonizada por las potencias de la época, una contienda que ensordece
de la misma forma que el engranaje al interior de una fábrica, de una fábrica
como metáfora del hombre convertido en una máquina inmejorable en la industria
armamentista. 8 piezas musicales que se fusionan con los versos de escritores europeos
y con la sucesión de pasajes que rasgan el disfraz de bienestar del
imperialismo, que dejan expuesta la fragilidad humana.
Lo operístico de Rossini, el violín de Beethoven, la sonata de Schubert y la
emotividad de Chopin acompasan el sinsentido de la guerra y la tragedia que conlleva.
David Bomberg, Ernst Stadler, Gaston de Ruyter y Guillaume Apollinaire, entre
otros, narran la violencia que se mueve como un tornado, que va dejando al paso
desechos y polvo. Esto es lo que presenciaron quienes acudieron a un sitio amable
en la Colonia Roma que disimula el acelere incesante de la Ciudad de México:
el Cine Tonalá. Entre
amigos, saludando a sus vecinos —como uno más— y sin salvar ninguna distancia, apareció Michael Nyman para compartir unas
horas de esta, otra de las largas temporadas que permanece en la capital.
En medio del barullo previo a la proyección, sentados cerca de la entrada, con
la interrupción de la gente que lo reconoce y se acerca a saludar, esto fue lo
que comentó:
¿Qué sientes al presentar War
Work: 8 songs with Film en un sitio tan casual, para algunos tan
hípster como el Cine Tonalá?
Lo interesante es que mi casa está muy cerca de aquí. El Cine Tonalá es un sitio
al que vengo con regularidad, a veces solo para sentarme y leer un libro. Todo
comenzó cierto día que hablé con Juan Pablo, uno de los encargados, sobre la
viabilidad de presentar War Work. Tres meses después ya estábamos organizando el
evento. México tiene dos extremos: la burocracia que demora la puesta en marcha
de cualquier idea y la posibilidad de hacer cosas casi de forma inmediata, como
la presentación de este documental o la improvisación de esta entrevista.
¿Cómo fue el proceso creativo?
No fue una decisión espontánea. Dos o tres años atrás, diversas
instituciones me pidieron una composición que estuviera conectada con la
Primera Guerra Mundial; si bien conocemos más acerca de la Segunda y del
holocausto, esta es una parte muy importante de nuestra cultura. Sabemos cuál
fue la historia, cuál el sufrimiento y sus consecuencias. Los europeos otorgan
un gran sentido a la conmemoración de esta fecha. En 2014, la BBC presentó cada
noche un programa sobre el tema y se han publicado innumerables libros que
reseñan los orígenes, los eventos y los efectos de la guerra. Cuando dejo La
Roma y regreso a Londres, siempre encuentro un libro nuevo de más de
setecientas páginas con una interpretación diferente.
¿Cuál es la tuya?
En mi caso quería hacer más que una mera pieza musical. Lo que me interesó
fue revisar los archivos y ver material que jamás se ha presentado en
televisión. La estructura del filme está relacionada con su musicalización,
pero la banda sonora no es lo más importante. Hay mucha repetición. Compuse música
basada en los textos de poetas que murieron en el campo e incluí elementos de
artistas dadaístas que no participaron directamente y tienen un diálogo
distinto con los sucesos. Desde el primer minuto aparecen figuras impactantes. Las
secuencias de cadáveres son mínimas, pero en su lugar están los rostros de
gente viva que, por sus circunstancias, no podemos decir que esté realmente
viviendo. No hay entrevistas ni una voz que te sitúe en contexto. Ya verás por
qué no quise ser descriptivo…
Mitad espontaneidad, mitad conocimiento y suficiente
investigación, el de Nyman no es un proyecto terminado. Durante uno de sus
viajes a Italia —me dice— asistió a una exposición de pinturas con la misma temática y no resistió
la tentación de tomar su cámara para incluirlas. No obstante, sabe que en
determinado punto debe detener sus búsquedas y concluirlo.
¿Por qué elegiste este país como tu segundo hogar?
¿Por qué México?, por esto. Me gusta la manera en que me trato a mí mismo en México y la manera en que México me trata. Amo esta apertura, la ausencia de sospecha o desconfianza, y además encuentro fácil hacer amigos. Por lo general no me gusta estar rodeado de mucha gente; si estuviera en Paris nunca dejaría mi casa; en Barcelona tal vez un par de días, pero aquí es distinto. Debo decir que mi conocimiento de este país está muy fragmentado. No he sido parte de la escena musical o artística, pero tengo porciones individuales de información que van de los aztecas hasta el México contemporáneo. He compuesto basándome en textos de Sor Juana Inés de la Cruz, escribí una sinfonía a partir de un escrito de Octavio Paz y supe de la civilización maya antes de vivir en México. También estuve dos o tres días en Yucatán, visité Mérida, fui a Chichen Itzá. Creo que, hasta el último día, siempre habrá algo más por descubrir. Ahora me gustaría trabajar con los archivos del cine mudo que se conservan en la Cineteca Nacional.
Un video que resume la vida de
Alice Guy —la primera realizadora de un metraje—, una imagen en blanco y negro de
Roberto Rossellini en el set de Paisano
(1946), la portada del libro La vida
surrealista de Leonora Carrington, escrito por Joanna Murhead. Un artículo
sobre los 10 comercios más antiguos de la ciudad y otro sobre fotografías
vintage de la vida cotidiana en el México del siglo XX. Este es el tipo de información
que Nyman comparte en su muro de Facebook. No solo eso, también expresa su
indignación —con el mismo ímpetu— por
la desaparición forzada de los 43 estudiantes de Ayotzinapa, el asesinato del
fotoperiodista mexicano Rubén Espinosa o el trato que han sufrido las víctimas
del incendio en la torre GrenFell en North Kensington (Londres).
Durante nuestra charla se muestra dispuesto y sonriente, me habla con
familiaridad, como si no fueran escasos los minutos que tenemos de conocernos,
como si alguien nos hubiera presentado en una ocasión anterior. Por lo general
viste con sobriedad, en tono gris y no usa calcetines. Su pensamiento es agudo,
pero en el trato es sumamente sencillo. Se nota que disfruta estar con los que
están, camuflarse, intentar —sin lograrlo— pasar inadvertido. Así es el músico inglés que se unta de lo
mexicano y no es ajeno a sus problemáticas.
Nuestras conversaciones
posteriores —y esporádicas— me dejan ver que está tan interesado en la historia
contemporánea como en innovar en disciplinas fuera del entorno musical. Es un
tanto ciudadano del mundo, con sus afectos puestos en personas y lugares
concretos. La amistad le importa. En su vida profesional persigue la perfección,
en la privada es bastante reservado, y para los asuntos comerciales más bien
práctico. Se sabe reconocido en su ámbito, sin que ello signifique abusar de
esta posición. Como buen artista es receptivo y solidario. Un humanista. Curioso,
sobre todo observador —afirma Max Pugh, de los que miran donde ningún otro se
detiene —.
Sobre los datos duros alejados de mi subjetividad, podría decir que es compositor
de óperas, bandas sonoras, música orquestal y de cámara. Mencionar algunos de
los muchos reconocimientos que le han dado a lo largo de su carrera. Agregar que
es escritor, intérprete, director, fotógrafo y realizador minimalista, o nombrar
a los cineastas independientes y de Hollywood con los que ha trabajado. O
referirme a Virgin, EMI, Decca, Warner Classics y Sony como las disqueras que
han comercializado su música. O resaltar que ahora tiene su propia compañía —MN Records— y, por supuesto, la banda con la que se presentará en Burgos, Barcelona y
Madrid.
Toda esta información pueden encontrarla en Wikipedia o en su página personal. Sin embargo, para extraer la parte sustancial
es mejor escucharlo. Su enorme bagaje, su otear constante, todas sus
inquietudes están dentro de cada creación;
transitan de lo épico al New Age, de la agitación a la calma, de las cuerdas al
teclado, de la soledad al acompañamiento y de la melancolía al éxtasis total. Van
y vienen, las combina. Añade y renueva. El resultado es arte, actos de belleza —como sugiere el
título de una de sus grabaciones— que enaltecen una profesión y ponen en valor
la cultura. No solo eso, que dignifican al ser humano maltratado por toda clase
de pandemias sociales, desde los conflictos armados que recordamos en el siglo
XX —o antes— hasta el actual resurgir de las ultraderechas. Música, imágenes
fijas o en movimiento para documentar el acontecer de la humanidad. Es decir, del
conjunto que somos, pero también de nuestra capacidad de sentir, conmovernos y
hacer que este tiempo en el que coincidimos lo merezca.
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