Lecciones 2017: El rediseño de ciudades para todos
Plaza 2 de mayo, Barrio de Malasaña, Madrid 2018 © Gloria Serrano |
Los eventos suceden uno tras otro, pasan, los olvidamos. Pero...
Esta es una muestra del trabajo de Grigri Pixel, un proceso colaborativo más amplio que se desarrolló en Madrid del 2 al 14 de octubre de 2017 con la participación de los representantes de cuatro iniciativas ciudadanas seleccionadas mediante una convocatoria lanzada a nivel del continente africano: Aderemi Adegbite de ICAF (Lagos, Nigeria), Ismael Essome Ebone de Madiba & Nature (Kribi, Camerún), Afate Gnikou Kodjo de Woora Make (Lomé, Togo) y Mané Toure Ndèye de Côté Jardin (Dakar, Senegal). Todos proyectos en torno a la mediación artística comunitaria, el reciclaje, la fabricación digital y la alimentación.
Esta es una muestra del trabajo de Grigri Pixel, un proceso colaborativo más amplio que se desarrolló en Madrid del 2 al 14 de octubre de 2017 con la participación de los representantes de cuatro iniciativas ciudadanas seleccionadas mediante una convocatoria lanzada a nivel del continente africano: Aderemi Adegbite de ICAF (Lagos, Nigeria), Ismael Essome Ebone de Madiba & Nature (Kribi, Camerún), Afate Gnikou Kodjo de Woora Make (Lomé, Togo) y Mané Toure Ndèye de Côté Jardin (Dakar, Senegal). Todos proyectos en torno a la mediación artística comunitaria, el reciclaje, la fabricación digital y la alimentación.
En esta ocasión la crónica es sobre una tarde en la que juntos pensamos el rediseño de ciudades para todos:
“Alexandrina me muestra plantas que no son
lo que deben ser: esta en primavera saca unas flores increíbles, blanquísimas,
magníficas, me dice, mientras me muestra un arbolito raquítico, pelado que
tiene, al pie, un cartel donde se lee magnolia. Alexandrina insiste: no sabes
lo lindas que son estas flores. Sí que lo sé: magnolias. El arbolito no es lo
que es, sino lo que será: lo que debe ser dentro de un tiempo, cuando el tiempo
cambie. (…) la vida sigue estando más allá, más adelante: en un futuro de magnolias”, Martín Caparrós.
La tarde es perfectamente
imperfecta: cálida, otoñal, de hojas secas que ya comienzan a tapizar las
calles de Madrid y de rumores crispados alrededor del referéndum catalán que ha
dividido a la sociedad española en Castelvines y Monteses. Bajo este ambiente
de hojarasca se reúnen, en la sala de Intermediae en el Centro de Creación
Contemporánea Matadero Madrid, las voces de cuatro hacedores de un futuro de
magnolias. Se trata de la filósofa Marina Garcés, el escritor Simón Njami, la arquitecta Paz Núñez y el videocreador Toni
Serra, también conocido como Abu Ali.
Están aquí gracias al proyecto Grigri Pixel, “un programa de residencias, encuentros y taller de construcción e intervención en espacios urbanos a partir de prácticas colaborativas, artísticas y estrategias de fabricación digital del continente africano”, que toma su nombre de la palabra grigri, que en África del oeste significa amuleto protector. Los han convocado para que respondan a preguntas mayores que no tienen una única respuesta y, por ello, más vale preguntarles a muchos y distintos, a cuantos sea posible:
Matadero Madrid, Intermediae. © Gloria Serrano |
Están aquí gracias al proyecto Grigri Pixel, “un programa de residencias, encuentros y taller de construcción e intervención en espacios urbanos a partir de prácticas colaborativas, artísticas y estrategias de fabricación digital del continente africano”, que toma su nombre de la palabra grigri, que en África del oeste significa amuleto protector. Los han convocado para que respondan a preguntas mayores que no tienen una única respuesta y, por ello, más vale preguntarles a muchos y distintos, a cuantos sea posible:
¿Cuáles son las amenazas actuales al espacio público?
¿Cuáles son los “amuletos”, los grigris
para combatir esas amenazas?
¿Cómo hacer de las ciudades un espacio común, de respeto y de
reconocimiento mutuo?
Marina Garcés inicia este diálogo diciendo que el concepto de
“común” —o comunitario, o colectivo, lo que es de todos y de nadie al mismo
tiempo— puede reposar
plácido en la nube de lo abstracto o acercarse demasiado al suelo arenoso de lo
concreto, de lo micro. Por eso propone comenzar estableciendo un marco
conceptual que nos permita “situarnos” y hacer un poco de sentido con esta
palabra que, en ocasiones, se yergue como uno de los indiscutibles tótems
contemporáneos. En el siglo XX, nos dice, lo común se presentó como algo a
destruir en su forma tradicional: las comunidades autóctonas, por ejemplo. Y
como algo a construir de una nueva manera: las ciudades inteligentes, por
ejemplo. Es, en sus palabras, era la dialéctica entre el “yo” y el “nosotros”,
entendida en un sentido lineal de la historia, de triunfo o de fracaso, de
vencedores y vencidos.
Ahora es distinto porque
percibimos que lo común tiene varias dimensiones de conflicto y diferentes
formas del “nosotros”: defensivas, ofensivas, abiertas y no siempre buenas. Como
el caso del nosotros europeo que fronteriza su territorio y cierra las puertas
a los miles de refugiados que huyen de la guerra o del hambre. Pero el “yo”
también es irregular, comenta, porque no hay Yos idénticos. Y en este contexto
la vida en el planeta se ha convertido
en un proceso de autodestrucción que representa el gran viraje en la historia
de la humanidad. Entonces, ¿desde dónde podemos mirar lo común? ¿Qué ideas
y acciones permitirían amalgamar las miradas de tantos en la búsqueda de una
sana convivencia?
Para esta filósofa existen
algunas pistas, quizás la más importante sea entender lo común como “cualquier situación de dignidad compartida”
que navegue del singular al plural. Situaciones en las que no esté presente la
exclusión ni los particularismos ni las autorreferencias para reconocer o
definir al otro. Para entenderlo menciona tres experiencias en su ciudad natal,
Barcelona: la defensa de los barrios a través de diversas prácticas solidarias
que están resignificando esta palabra; las manifestaciones en contra del
turismo de cruceros y a favor del turismo sostenible, y —como se esperaba— la movilización social a
favor de los derechos humanos posterior al 1 de octubre, día en que las fuerzas
nacionales del orden reprimieron a los ciudadanos que pretendían votar la
independencia de Cataluña mediante la figura del referéndum.
Simón Njami se refiere al nosotros
como un concepto metafórico y polisémico que, en ocasiones, solo sirve para
definirnos en franca oposición al otro, a quien consideramos contrario. Sin
embargo, desde su perspectiva, el nosotros puede encarnar el lado frágil del
individuo que precisa de los demás para vivir. Para Njami existen varias clases
de nosotros: el simbólico que nos reafirma como grupo, el temible que persiste
a través de provocar miedo, el mercantil con su sentido de exclusividad y
diferenciación frente al resto, y el ideal, el nosotros que comparte y crea
comunidades con un futuro posible de concebir entre todos.
Para explicar estas ideas se vale
de diversos autores. Cita El reparto de
lo sensible de Rancière para hablar de los nuevos modos de sentir y de la estética como “un modo de
articulación entre maneras de hacer, las formas de visibilidad de esas maneras
de hacer y los modos de pensabilidad de sus relaciones, lo que implica una
cierta idea de efectividad del pensamiento”. Y habla del conflicto entre los
bienes públicos y los privados; es decir, entre aquellos que pertenecen al
Estado y los que son sujetos de intercambios mercantiles. Entonces nos recuerda
que “lo común”, no todas las veces es sinónimo de público y nos invita a reivindicar los espacios que nos pertenecen
a todos, a apoderarnos de nuevo de las plazas y de los parques para hacerlos
realmente nuestros.
Hay cosas que no son necesario
nombrar o etiquetar, nos dice. Porque al nombrarlas desaparecen. Y recuerda a
Chéjov cuando en el teatro buscaba transmitir con miradas, con pausas y hasta
con objetos los sentimientos más profundos que se ocultan detrás de las
palabras. Para comprender lo común, considera, es imprescindible aprender a ver
“la evidencia de las cosas que no vemos”, interpretar los silencios, ser
cuidadosos al transformarlos en lenguaje y revalorar el significado de la promesa, entendida como “un porvenir
posible que se construye juntos”.
Tanto Njami como Garcés,
coinciden en que para generar aprendizajes hay que estar dispuestos a no saber,
a hacer y deshacer el guion, a aceptar que ignoramos gran parte de lo que
sabemos.
Matadero Madrid, Intermediae. © Gloria Serrano |
Paz Núñez se alegra al ser parte de este encuentro porque, afirma,
“sentir conexión con la gente a todos nos pone contentos”. Como buena planificadora
urbana, comienza diciendo que la ciudad
no es un concepto estático sino dinámico, y para ejemplificarlo comparte
algunas de sus vivencias en Angola, Marruecos, Haití y Madrid, lugares donde la
intervención del espacio público ha tenido su origen en la necesidad de
relacionarse de los propios habitantes. “El
urbanismo actual no es inclusivo, no constituye un espacio de encuentro”, comenta
y concluye que debemos buscar una apropiación positiva de la ciudad y
recomponer la civitas.
Para cerrar las intervenciones, Toni Serra retoma el título de esta
conversación —“Lo invisible, lo común,
lo mágico: espacios y conocimientos colaborativos entre África y Europa”—
para centrarse en la imaginación como materia prima de las transformaciones
sociales. “La vida se ilumina cada día si aprendemos a imaginar, pero habría
que preguntarnos cómo pasamos del imaginar al hacer” o, si se prefiere, de lo
imaginario a lo real, sugiere. Con su mirada cinematográfica define imaginar
como el equivalente a descubrir, a develar, a quitar el velo que cubre. Pero
¿cuáles son los velos que nos nublan la vista? Serra considera que uno de ellos
es la constante exposición a la imagen en la era digital: fotografías, memes, videos
de cuarenta y cinco segundos, mensajes que se mueven a la velocidad de un tuit
y representan la producción y el consumo masivo de fragmentos de nuestra
existencia que poco o nada nos dicen del conjunto al que llamamos sociedad. La
vida vuelta iconografía. La vida mediada por las imágenes.
“Un mundo donde lo que no está expuesto no se ve; donde el pensamiento
colectivo se coloniza o se construye por medio de la imagen”, dice el artista
visual cuyo trabajo fluctúa entre el ensayo y la poesía, quien conoce de cerca
el mecanismo bajo el cual funcionan los medios de comunicación para establecer
modelos identitarios. La gente en la sala escucha interesada, dispuesta a
comprender cuáles son los retos medulares que enfrentamos quienes vivimos en
las urbes y que se traducen en problemáticas como la gentrificación, el aislamiento,
la agudización de la desigualdad, la contaminación ambiental y la
turistificación, entre otros.
Matadero Madrid, Intermediae. © Gloria Serrano |
Así concluyen las
participaciones, con las reflexiones de este documentalista que en su blog
personal cuenta una historia que viene a cuento para condensar lo invisible, lo
común y lo mágico que implica habitar el mismo espacio sin extraviarnos en el
intento:
“Un viejo peregrino vestido con
harapos observa una flor en la oscuridad de la noche ... El anciano es una
puerta entre las cosas que son conocidas y las desconocidas ... simboliza la
decadencia y el final de lo que hemos dado por real, y que ahora se muestra
efímero e inconsistente, al igual que la pobreza de sus vestidos ya arrastrados
por el tiempo. La proximidad de la muerte como insoslayable verdad le otorga su
propia visión; una visión nueva y profunda no limitada a la percepción visual,
ni a la lógica y las leyes del mundo. Quizá es por eso que en plena oscuridad
de la noche puede contemplar la belleza de una flor”.
Tal vez la flor que ese viejo
peregrino observa sea la misma que Alexandrina le mostró a Martín Caparrós. Y
la que intentan describirnos Marina Garcés y Simón Njami y Paz Núñez y el
propio Toni Serra —a través de la filosofía, las letras, el urbanismo o las
artes visuales. La flor que ahora es arbolito raquítico o ciudad insufrible,
pero que gracias a encuentros como este puede convertirse en otra cosa: en
magnolia o en el lugar que sirva de techo a todos los comunes.
Artículo publicado originalmente en
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