Lecciones 2017: Teatro y "El Latido de tus palabras"
© Gloria Serrano |
Música, teatro, danza, cine, exposiciones. El Centro Cultural Conde
Duque se dedica a mostrar eso que llamamos cultura y que, a menudo,
consideramos poco útil, mero entretenimiento, la información de relleno en las
páginas de los diarios, la que nunca aparece en primera plana, salvo que un
escritor gane el Cervantes, el Nobel o haya muerto. Como ocio, la etiquetan
algunos. Sin embargo, es mucho, mucho más que un ornamento y, quizás, la balsa
para salvarnos de la tormenta —de este desasosiego— que Steve Tesich, Ralph
Keyes y David Roberts han definido como posverdad.
“Con calma, tranquila”. “Levanta
la columna, cambia, cambia de posición, prueba otra”. “Más fuerte, pero no
grites el texto”. “A ver, todavía no sientes tristeza. No es enojo lo que
sientes, es tristeza”. “No ensayes para la gente, hazlo para ti”. “Venga, vamos
a equivocarnos”. “Hazlo para ti”.
Esto es un ensayo. Un ensayo de
estudiantes —de aprendices de actuación— abierto al público que se desarrolla
en el Centro Cultural Conde Duque de Madrid. Son fragmentos de dos puestas:
“Platonov”, de Antón Chéjov, y “Yerma”, de Federico García Lorca. La dirección
y la dramaturgia son de Juan Carlos Corazza, un hombre que al hablar se expresa
en modo maestro, en modo padre, en modo amigo, en modo acompañante. Instintivamente
en modo de cincelar.
[En
la sala llena se escucha música de violín y coros bajos a capela].
“La vida se ha vuelto gris, aburrida y perezosa”, dice uno de los
personajes de la obra escrita a finales del siglo XIX que retrata con agudeza
el momento —la depresión, el miedo, la crisis— que vivimos en el novísimo siglo
XXI.
Esto es un ensayo. Un ensayo con veintidós
actores en escena, once hombres y once mujeres. Chicos y chicas que se dejan esculpir,
que exponen su vulnerabilidad mientras interpretan, que repiten: una, dos,
tres, cuatro veces la misma línea de maneras diversas. Que intercalan sus
voces, que las mezclan en concentración total para intervenir en el instante
preciso y continuar con el parlamento de su compañero. Que vibran y hacen
vibrar.
“¿Alguna vez has guardado entre las manos a un pajarito vivo? Pues, es
lo mismo”, le dice una amiga a Yerma para explicar qué se siente estar
embarazada, llevar un hijo en el vientre.
Esto es un ensayo. Un ensayo que
termina con minutos de conversación entre los actores y los asistentes. Alguien
comenta que se trató de un ejercicio de humildad. Alguien, que hubo momentos en
los que se le salieron las lágrimas. Alguien, que la vida consiste en buscar,
buscar, buscar hasta encontrar. Que solo buscando se encuentra y ellos lo
hicieron: encontrar, encontrarse con su personaje. Alguien, que solo
equivocándose se aprende. Alguien, que les desea un 2018 que transite del amor
al odio y viceversa porque, precisamente, eso es el teatro.
[Aplaudimos
hasta gastarnos los aplausos].
Juan Carlos Corazza concluye citando
a Shakespeare, afirmando que “en estos
tiempos de aislamiento, el teatro es una invitación para reunirnos. Y cuando la
gente se reúne, cuando se junta, el mundo se transforma en un lugar mejor”.
Así lo creo.
En cierta ocasión escuché que el
teatro es el único arte vivo que nos
queda. También así lo creo. El teatro son lenguajes que suceden en simultáneo. Es
manifestación, acto en presente, sístole y diástole, una danza colectiva capaz
de seducir al que la observa. Son silencios acompañados, la humanidad con todo
su brillo, con su juego paradójico de luces y sombras, de sinsentidos. Es la
potencia que jamás podrá igualar ni superar la tecnología a la que ahora
atribuimos capacidades humanas, que nos tiene al borde del éxtasis y de la automatización
de las relaciones en todos los ámbitos —económico, político, social, laboral—.
El nuevo becerro de oro para adorar ante el agotamiento de nuestras ilusiones
en el capitalismo.
Si bien hablamos de una
producción, el teatro es otra cosa distinta de un IPhone o del voyerismo que
provocan un reality show o un video reduccionista de la vida que se hace viral
en Facebook. El teatro es “tan infinitamente fascinante y accidental como la
vida”, pensaba Arthur Miller.
Y esta vez, fue mi reencuentro
con la cultura cuando conmueve —cuando
altera, trastoca completamente las estructuras internas— y con las razones por
las que estudié gestión cultural en un intento de comprender cómo debe
comunicar una periodista la emoción que le provoca estar sentada en la butaca diez
de la quinta fila, para presenciar una obra que se titula “El latido de tus palabras”.
Como ellos, todavía sigo ensayando.
Sigo insistiendo.
Artículo originalmente publicado en
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