Bitácora del barrio 61: Entre lo público y lo privado

Patinete eléctrico compartido en alquiler, estacionado sobre la acera en el barrio de Lavapiés, Madrid 2018. Fotografía G. Serrano

Columna mensual publicada en el núm. 61 de:

“Primero son mis dientes que mis parientes”, dice el refrán. 

El grupo de estudiantes —veinticinco, treinta— ocupando desprevenidos la lateral del Paseo del Prado. El anciano en silla de ruedas a quien ninguno cede el paso en el cruce de Cibeles. Las maletas inmensas de tres turistas obstruyendo una calle en el barrio de Las Letras. Las chicas que cantan “Feliz Cumpleaños” sin importarles la hora y los gritos entre riñas nocturnas que interrumpen el sueño de los vecinos en Lavapiés. El repartidor en bicicleta que circula en sentido contrario al de los automóviles y la joven que lo hace zigzagueando por en medio de la acera. Ese chico con el estéreo del coche a todo volumen en el barrio de Carabanchel. El hombre que se frena de súbito para hacerse una selfi y choca con otro peatón. La basura desperdigada en la Gran Vía o la Plaza del Callao los fines de semana. Los excrementos de las mascotas que sus dueños dejan en cualquier parte. Colillas, colillas, colillas de cigarro por doquier. Y el patín eléctrico que, después de utilizarse, igual se abandona donde sea. 

Todas, escenas cotidianas en la capital española como réplicas de la pelea por el espacio público en las urbes europeas: podría ser París, Londres, Milán. El mes pasado se manifestaron, informó El País, alrededor de doscientas o trescientas personas para reclamar su derecho o, en otros términos, expresar su rechazo a la reciente ordenanza del Ayuntamiento de Madrid de que los patinetes y otros medios de transporte no transiten por aceras ni calzadas. La nota documenta que esta fascinación por tener una segunda infancia comenzó en San Francisco, en 2017. Y que, como sucede con lo nuevo cuando la planificación urbana es deficiente o cuando prioriza las necesidades del mercado turístico por encima de las necesidades de los residentes, pues aún no existe una normativa clara y los gobiernos en cada ciudad hacen lo que pueden, unos más y otros menos.



En cuestión de movilidad es obvio nuestro deseo de avanzar, de movernos tan rápido como un guepardo; a pie, en dos ruedas o impulsados por un motor. ¿Se han preguntado si nos movemos en verdad y hacia qué punto de la convivencia humana? ¿Qué sentido tiene este ir y venir desesperado, avasallador de cuanto cruza por el camino? El progreso no siempre es positivo, pero así es la realidad en los países capitalistas como consecuencia del modelo neoliberal, explica Henri Lefevre en El derecho a la ciudad (Le droit à la ville, 1968). Por ello apela en sus páginas a restaurar el significado de estar juntos e instaurar la posibilidad del “buen vivir para todos”, de hacer de las metrópolis “el escenario de encuentro para la construcción de la vida colectiva” más allá y a pesar del conflicto como elemento inherente a una comunidad. 

Una propuesta en la que han insistido desde la activista Jane Jacobs hasta la filósofa Marina Garcés, pasando por la socióloga Saskia Sassen. Parece sencillo, pero en la práctica no lo es. Aunque el barco del tejido social esté haciendo agua, los marineros urbanos recaemos en comportarnos bajo la máxima de Luis XV: “Después de mí, el diluvio”. Y es que entre lo público y lo privado a menudo se interpone algo. Algo que no son maletas ni ruidos externos ni heces de perros ni bicicletas ni colillas ni patinetes. Se trata de un pensamiento invasor y destructivo que nada tiene que ver con los gobiernos y sus decisiones políticas, sean acertadas o no. Una representación —ahora amplificada en Internet por los algoritmos— que secuestra la mirada e impide concebirnos como las humildes fracciones de un conjunto. Es una idea pequeñita con la capacidad descomunal de controlar cada milímetro de nuestra existencia si nos abandonamos a sus designios: Yo, mi, me, por mí, para mí, conmigo. Helo aquí: su majestad, El Egoísmo.

Bitácora del barrio, publicada en el  núm. 61 de NHU, el periódico del barrio de Lavapiés, Madrid. Fotografía G. Serrano

17 de octubre, 2018. Espejito, espejito... ¿por qué nos gusta tanto exhibir nuestro ego?  @josmrobles analiza la nueva era del yoísmo, la epidemia del narcisismo. Yo, mi, me, conmigo.

Sobre este tema recomiendo leer:





Conoce "Ciudad Persona", exposición de carteles sobre urbanismo en Madrid.

Fotografía G. Serrano

Lee las columnas anteriores:
Bitácora del barrio 60: Insignificancias que nos dan sentido
Bitácora del barrio 59: Suficientemente cerca
Bitácora del barrio 58: Decir, mirar Lavapiés
Bitácora del barrio 57: Día de África

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