Bitácora del barrio 65: Llena de humanidad
Parque El Retiro, Madrid 2019. Fotografía: G. Serrano |
Madrid es una de esas capitales globalizadas con mayor variedad de restaurantes, bares, gastrobares, vinotecas, salones tipo lounge y —aún por suerte— cafeterías de barrio. El viernes por la noche entré a una estacionada en otra época, en algún punto del siglo pasado con sus decorados de madera marrón oscuro barnizada, su mantelería blanca impecable, sus bodegones colgados en las paredes y su barra de acero inoxidable renovada con una cubierta de granito gris claro. Una donde —todavía— se sirven manzanas asadas al horno y natillas y flanes y leche merengada y arroz con leche y Cola Cao. Donde el camarero —que usa pajarita— llama a los comensales por su nombre y sabe cuál de ellos prefiere no abusar de los torreznos porque le indigestan. Donde atienden a todos con una sonrisa imperecedera y nunca se olvidan de ofrecer el menú semanal. Donde los vecinos acuden para ver los partidos de la Liga Española, digamos el que disputaron el Leganés y el Eibar. Donde predominan las cabezas nevadas y los rostros arrugados de hombres y mujeres que todavía leen. Que leen el periódico en papel.
En este universo con la tonalidad de otros tiempos pedí una botella de agua con gas y un café con leche caliente, en vaso. Antes de pagar mi consumo hice un alto para observar, sobre uno de los muros, el poema enmarcado que alguien escribió en 2017 con motivo del Cincuenta Aniversario del lugar. Entonces el propietario se acercó para mostrarme con el orgullo de un padre la primera hoja de la carta donde aparece la misma composición. Y me comentó que el autor era aquel anciano sentado en la mesa de la esquina, casi a la entrada: Don Severiano. Y Don Severiano, luego de saludarlo, me habló de su gusto por la poesía y del año que impartió clases en la Universidad de Virginia, en el 58, cuando Fidel Castro se encontraba en Sierra Maestra planeando los inicios de la Revolución Cubana. Y de la Antología —Versos de antes (1977)— que donó en gratitud a la universidad, porque “cuando una persona regala un libro está regalando lo mejor de sí”. Eso dijo.
Los últimos días de su mujer transcurrieron en la desmemoria a consecuencia del Alzhéimer. Pero él sí recuerda que durante su permanencia en los Estados Unidos ella tenía breves conversaciones con otras chicas. Hablaban de minucias, del clima, del frío, y ese contacto tan elemental en otra lengua le bastó para asegurar sus tres alimentos diarios. Así es como lo cuenta, dos veces seguidas, y una más. Igual se refiere a los cuidados que le brindó durante la enfermedad y a su negativa de abandonarla en una residencia de mayores. Don Severiano nació en Burgos, aunque aclara que él no es de “tomar las de Villadiego” y desaparecer sin despedirse, sin más. Ahora vive solo en el piso que tiene en una calle cercana a esta cafetería “de siempre”: Montesa, su refugio personal que de cuando en cuando le ofrece charlas inesperadas, como esta que le da energía para vivir — dijo al despedirse con sus ojos aperlados de un poeta que piensa y apunta versos de antes.
Esto que ahora escribo y les comparto no es ficción, no sucede en Netflix, no recibe “me gusta” ni retuits porque no es trendy. Y, sin embargo, Don Severiano es una de las tantas historias reales, sutiles e inapreciables, que poblamos esta urbe. Extrañamente horas después, en el silencio de la madrugada, llegué a esta frase del arquitecto Renzo Piano: "La Ciudad es una estupenda emoción humana. La ciudad es una invención; es más, ¡es la invención del hombre! La ciudad no es algo virtual, sino físico, porque está llena de humanidad. La ciudad es un continuo devenir".
Mis pensamientos los reservo para otra ocasión mejor. Busque cada uno sus propias reflexiones, seguro que entre líneas las encuentran.
Gran Vía, Madrid 2019. Fotografía: G. Serrano |
Texto publicado el número 65 de NHU, el periódico del barrio de Lavapiés:
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