Bitácora del barrio 67: Los cuidados, ¿cosas de ancianos?

Mural en el barrio de Malasaña, Madrid 2018. Foto: G. Serrano


Llevo un rato observando, escuchando su conversación desde otra mesa, en el lado opuesto. Son tres amigos, tres ancianos que toman café en una terraza cubierta en el barrio de Aluche, en el distrito Latina de Madrid. Erráticos en los temas que les ocupan, saltan de la religión a la política mientras mis dedos se aceleran para anotar la mayor cantidad de oraciones posibles:

— Qué lío se traen con el feminismo. Ahora tendremos que decir pueblos y pueblas…
— Mi hijo se la pasa en el Facebook y le está haciendo mucho daño, todas las cosas que dice las saca de ahí.
— La tecnología es tan grande. Dentro de pronto le vas a decir al coche que te lleve a un lugar y te va a llevar. Y está eso de la inteligencia artificial que ya no sé qué es.
— El avance es tan brutal…
— Cuando éramos chavales nos asombrábamos de los avances en la aviación, en el cine. Lo que conocimos como tecnología se redujo a una cosa chiquitita que lo regula todo.
— Es que nos hemos hecho viejos, no viviremos cincuenta años más para ver el desarrollo.
— A mí, con la tableta que regalan los nietos me ha dado por escuchar música en YouTube, con esa cajita que no está enchufada a nada...
— Hay un programa para bajar toda la música que quieras…
— Sí, también he visto películas de Cantinflas, era un tío fenomenal, todas sus películas tienen un trasfondo social.

El periodista Eugenio Scalfari define su oficio como “gente que le dice a la gente lo que le pasa a la gente”. En buena medida, esta frase sintetiza los motivos que me tienen aquí: sentada, prestando atención a lo que estos hombres comentan. Viendo en cada uno la Piedra Rosetta que puede facilitar la comprensión de este puzle, del presente tal como lo conocemos. Pensando que cada una de sus anécdotas, tan significativas, es la llave para abrir la puerta entre las cosas conocidas y las desconocidas de la que hablaba William Blake. Intentando construir un fragmento del relato del mundo desde la sutileza de la realidad cotidiana y no desde la indiferencia del ordenador.

Mural en el barrio de Lavapiés, Madrid 2016. Foto: G. Serrano

La brecha que nos aleja no es generacional ni tecnológica, sino emocional. A menudo subestimamos los recuerdos que repiten hasta el infinito, pero les pedimos que pasen por los nietos al colegio y estamos listos para recibir su herencia. Con ingenuidad, con torpeza decimos que cada día son más necios —o más cómicos— que son ellos quienes han perdido la noción del tiempo. Y dejamos que su luz se apague en soledad —en calles sin peatones—o que mueran en el aburrimiento de sus casas, hasta que la correspondencia acumulada o el olor alertan a los vecinos de la ausencia. Y diseñamos robots para que los asistan en el atardecer de sus vidas. Recién leí que en 2066 el treinta por ciento de la población española estará constituida por mayores de 65 años, casi el doble que en la actualidad.

Nosotros —distraídos con algoritmos, alienados por el consumismo o llenos de soberbia—en la urgencia por descubrir qué más sucederá a lo largo de este siglo, olvidamos que los ancianos —al estilo de Whitman— han hecho un alto en alguna parte para esperarnos y compartir los saberes que adquirieron después de haber mirado tanto. Esperan que las siguientes generaciones degustemos su experiencia añejada largamente, resultado de algo insustituible: vivir. Esperan por pensiones dignas. Esperan en las plazas, en los parques, en el sofá de la sala, en silla de ruedas, frente al televisor. Hoy lo hicieron aquí, en la quietud de una tarde todavía de invierno, ocultando su extraordinaria belleza en la normalidad de una cafetería cualquiera que podría ser la de cualquier ciudad. Para notarlo, solo es preciso detenerse y mirar. Pero mirar dos veces, mirar mejor.

Estos son otros artículos que recomiendo consultar en Internet:
Video: Arrugas (Ignacio Ferreras, 2012). Largometraje animado en 2D con una duración de 90 minutos realizado en España.


Columna publicada en el núm. 67 de:
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Bitácoras anteriores:
Bitácora del barrio 66: Dos libros, dos mundos
Bitácora del barrio 65: Llena de humanidad
Bitácora del barrio 63: Me acuerdo (o lo que 2018 nos dejó)
Bitácora del barrio 62: Pan de vida
Bitácora del barrio 61: Entre lo público y lo privado
Bitácora del barrio 60: Insignificancias que nos dan sentido
Bitácora del barrio 59: Suficientemente cerca
Bitácora del barrio 58: Decir, mirar Lavapiés
Bitácora del barrio 57: Día de África

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